Por
Julián Ortiz
| Néstor Pinsón

ue otro de los muchachos de nuestra Pensión La Alegría, de la calle Salta. Desde muy pibe asomó su vocación por tocar el piano y, así lo hizo, en el que estudiaba su hermana mayor que descubrió la predisposición de su hermano y se convirtió en su primera maestra.

Prosiguió y completó sus estudios con el renombrado Humberto de Nito (1891-1957) -el Anfiteatro Municipal de Rosario lleva su nombre-, obteniendo en 1931 su título de maestro. De inmediato comenzó en su ciudad natal tocando en los cines sobre la proyección de las películas mudas. Luego formó un conjunto de efímera vida.

Como a todos los músicos jóvenes que no han nacido en Buenos Aires, sentían atracción por la gran ciudad y llegó con unos amigos, en el año 1937. Por supuesto cayeron en la pensión donde se sumó a cuatro pensionistas también pianistas. Alquiló por veinte pesos mensuales un piano en Casa Lottermoser.

Su primer trabajo fue de lujo, Elvino Vardaro lo incorporó para sus presentaciones en el Bar Germinal, de Corrientes 942, aún angosta, y en Radio Belgrano, donde el sexteto daba verdaderos conciertos de tango. Luego fue citado por Argentino Galván para hacer música de jazz con los Moonley Trovadors.

Cuando se fusionaron los muchachos de Vardaro con los de Lucio Demare, se da el caso de dos pianos, Lucio y Parodi. En Radio Belgrano acompañaron a Nelly Omar y a Charlo.

Más adelante, viajó de una orquesta a otra: Roberto Zerrillo, Pedro Maffia, Miguel Zabala (Zabalita), Pedro Laurenz, Los Zorros Grises, Enrique Forte -ex violinista de Laurenz y autor del tango “A Belisario Roldán” (1953)-, Joaquín Do Reyes, Héctor Artola y otras.

Con Joaquín Do Reyes estuvo en 1964, sus compañeros fueron: Máximo Mori, Mario Demarco, Santiago Coppola, Antonio Marchese (bandoneonistas), Roberto Guisado, Aquiles Aguilar, José Nieso y Claudio González (violines), Osvaldo Monteleone (contrabajo) y el cantor Ricardo Aguilar.

Retrocediendo unos cuantos años, su enorme ductilidad fue apreciada por los hermanos Rubistein (1940), en su academia de canto e interpretación y, al retirarse Mariano Mores para emprender su carrera junto a Francisco Canaro, fue llamado para ocupar su puesto como profesor de piano para quienes allí concurrían.

A finales del 40, cuando la Orquesta Los Zorros Grises pasó por Villa María (Córdoba), se disgregó. El motivo fue que su director, José García, se había prendado con una muchacha y se quedó allí. Parodi, también, pero por un accidente menor. Pasó un tiempo sin tocar y, ya repuesto, retornó a Buenos Aires. Reapareció en la elegante boite Lua, de la calle San Martín al 500 con un cuarteto, fueron bien recibidos y permanecieron unos años.

Al final de su carrera, toda su capacidad tanguera estuvo puesta en él y eso le permitió tener trabajos continuados en locales como Cambalache, Bohemien Club, Malena al Sur y otros. También, una gira por Brasil, Chile y Colombia.

El 22 de junio de 1983, fue invitado especialmente para presentarse en el Auditorio de las Naciones Unidas, donde interpretó en solo de piano una selección de tangos del repertorio de Carlos Gardel.

Como compositor, dejó entre otros los siguientes títulos: “Ritornello”, “Florcita de callejón”, “Figurita repetida” (milonga), “La rosa y tú”, “Milonga antigua” (milonga), “A suerte y verdad”. Cuando decidió dejar la actividad musical, no cejó en su afán de compositor y quedaron numerosos títulos inéditos.

Para el final, una breve anécdota de la pensión: Un mediodía en que todos estábamos sentados a la mesa esperando ansiosos el almuerzo, llegó don Humberto, el dueño, al que llamábamos Pato Donald y depositó la sopera sobre la mesa y se fue. Cuando la destapamos, descubrimos adentro un ladrillo. Moraleja: todos unidos en las buenas y en las malas, incluyendo al dueño. Así éramos todos y él, un gigante de la bohemia, borracho de luna, de pucho de toscano y de poesía.