Evocación (A Carlos Gardel)

Poema evocativo

Me hubiera gustao verte, más zorzal que jilguero
de bota 'e potro y vincha debajo unas ramadas
contándole tus cosas al asombrao pulpero,
como ser el rilato de tu primera hombrada.

Y, cuando ya reunido se viera el paisanaje,
como Fierro, templando la infallable vihuela,
fueran tus "sucedidos" pinturas del coraje;
del gaucho las hazañas, del indio la cautela.

Capitán sudoroso de hirsutas montoneras,
al frente de tus hombres, vibrantes las tacuaras.
A un costado el temible racimo de potreras
persiguiendo enemigos que "juyen" como charas.

En un vivac, al fondo de tenebroso valle,
como "lión" en acecho que escondiese la garra,
alentar con tus "triunfos", las fuerzas de Lavalle
que vibran al conjuro de tu hermosa guitarra.

Me hubiera gustao verte montando reservados,
de esos que, en los corcovos desparraman aperos,
o pechando, en apartes, los toros empacados
en medio de la bulla de chajases y teros.

O arriando una tropilla entablada de un pelo,
en donde la madrina, la tobiana puntera,
después de dos semanas de hartarte e pampa y cielo,
anuncia, en un relincho, la querida tranquera.

Después, el beso largo y ardiente de una moza,
de esas que, con mirarlas, aflojan los garrones,
la que te alcanza luego, la vihuela, mimosa,
para gustar las mieles de tus nuevas canciones.

Me hubiera gustao verte de blusa de merino,
con lujosa vicuña y en baile campero,
"Pasteliao" el mitrista, como buen argentino,
y luciendo la plata de tu picazo overo.

Empacando a las mozas, decir tus relaciones,
con esa gracia tuya que no tuvo par;
con la alegría tuya que iluminó reuniones,
con la sonrisa tuya que unías al cantar.

Me hubiera gustao verte como trenza de ocho,
con el varón más taura trenzao en un contrapunto,
y, al final de la lidia que lo dejases mocho,
sin desatar el ñudo propuesto como asunto.

Me hubiera gustao verte trenzao con Santos Vega
con la pujanza macha que tiene un fierro a fierro,
y después de lucirte con semejante brega,
toparas al temible paisano Martín Fierro.

En el norte, lucirte con las fuerzas del Chacho;
en la Banda, peleando con las fuerzas de Artigas,
luciendo en la moharra tu famoso penacho
desdeñando laureles después de las fatigas.

En busca de rivales, en la tierra entrerriana,
soñadora y altiva, cuna de payadores,
brindar a sus mujeres tu canción más galana,
y el caudal primoroso de tus cantos mejores.

Me hubiera gustao verte rodeao por infieles,
cantándole tus cosas al cacique Painé,
sonriendo al alarido de los indios ranqueles
allí en Salinas Grandes o en campos de Pihué.

Entre ponchos y vinchas y lanzas y facones,
mechando en tus "estilos" al sonoro araucano,
haciendo más soberbia la luz de tus canciones
al grito de las tribus: ¡Ese! ¡Toro cristiano!

Y en las tierras de Salta, los hombres como talas,
serenos y bravíos doblarse a los encantos
del dolor de la tierra que tienen las bagualas,
que esconden no se sabe qué trágicos espantos.

Donde quiera que fueses, tu paz y tu dulzura,
como una carga de astros, tu voz y tu guitarra,
cantando a los amores, cantando a la amargura,
verían el acero potente de tu garra.

El Paraguay te viera luciendo "mbaraeá"
como red delicada de fino ñandutí,
en tu canto que fuera como mburucuyá
unido a las ternezas del suave guaraní.

Donde quiera que fueras te seguiría tu canto,
como carga gloriosa de tu divina voz,
tesoro inagotable de poderoso encanto,
presente que, en la cuna te lo dejara Dios.


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