Por
Goyo Cuello

El éxito del tango

a no es sólo cereales y ganado en pie o congelado lo que exporta nuestro país a Europa, también nos damos el lujo de exportar costumbres. El tango, el baile orillero, ha tenido los honores de ponerse de moda en los salones europeos. Inglaterra y Francia le han puesto el visto bueno, y la danza popular de nuestros suburbios, aristocratizada para el caso, figura en los carnets de baile de los grandes salones de París y Londres.

El origen de baile tan original, si no se pierde en la noche de los tiempos, ha nacido al compás de la música candombera, pasando con el transcurso de los años a ser una danza de la gente alegre de las orillas de la capital porteña. El compadrito la perfeccionó con pasos firuleteados y cambios y cuerpeadas ágiles, tomando entonces la denominación de baile con corte.

Los más ilustres compositores, Pallermats, Williams, Aguirre, Hargreaves, López Buchardo y Tornquist, han puesto a prueba su inspiración para crear tangos; pero los verdaderamente populares, como “Bartolo”, “Golpiá que te van a abrir”, “La porteñita [c]” y otros han sido creación de músicos populares. Y compositores hay que se han especializado en el género y gozan de fama, como Villoldo, Posadas, Reynoso y otros muchos, que son los que surten el mercado en los días clásicos para el tango, el Carnaval. Estos músicos buscan de preferencia, para dar título a sus composiciones, las frases más criollas y que tienen más carácter compadre.

Del gran éxito del tango entre nosotros, es prueba el hecho de que las casas de música los editan de preferencia a otras composiciones, y algunas han vendido millones de ejemplares, y ahora más, desde que el tango se ha hecho un artículo de exportación.

Solamente para París y Londres salen por cada correo algunos millares de ejemplares, pues parece que cada día se generaliza más esta danza argentina. Como será la popularidad alcanzada por el tango en París, que hasta se han establecido academias para enseñarlo; en una estuvo de catedrático el profesor Ducasse y tuvo por discípula nada menos que a la princesa de Bonaparte.

Además las revistas extranjeras han dado en popularizar el tango, y de seguir así, es fácil que en las geografías figuremos como país exportador de cereales, ganados y tangos.

La Argentina se ha puesto de moda, y más que a la riqueza que exportamos de nuestro suelo, se debe a ese baile tan popular, que nosotros teníamos casi olvidado, pues a no haber sido por el compadre orillero que mantuvo en auge el fuego sagrado del tango, quizá hubiera sido suplantado por algún baile que nos hubiera llegado de París. Pero una vez que en la Ville-Lumière le han dado carta de ciudadanía y le tienen por cosa buena, nosotros no hemos tenido más remedio que adecentarlo, modificando las cuerpeadas, haciendo más habilidosos los tenzados y, lo que es más, bailándolo con tal prospopeya, que nuestros danzarinas cuando lo bailan, parece que estuvieran resolviendo algún problema de agrimensura, tal es el cuidado que ponen al medir los pasos.

Y con la popularidad de la danza han salido los catedráticos. En cualquier salón los vemos surgir, mirar a la concurrencia como quien va a hacer alguna prueba de grandes dificultades, y al compás del tango “No te digo niente” o “Alcanzame la budinera”, hamácanse con toda la dignidad que pone Sáenz Peña en sus actos oficiales.

Pero es interesante ver un salón de esos que también tienen título humorístico como los tangos, en el momento en que el director de la orquesta pone el cartelito con la sacramental palabra «Tango», los bailarines se entonan y buscan la pareja más floreadora para lucirse al compás de la popular danza sus habilidades tangueras, y cuando la orquesta irrumpe con sus notas acariciadoras y lánguidas, las parejas empiezan a quebrarse como un palmar acariciado por el viento, y es de ver aquellos compadres del arrabal tomar aires de señores y mirar con insolencia a los desgraciados que no sabemos bailar con corte, como diciendo: «¡A ver, che, sacame el molde!»

El pequeño éxito que alcanzan les da fuerzas increíbles; por eso los bailarines de tangos se bailan diez o doce piezas sin sentir el menor cansancio; y como está en juego su amor propio, les basta sentirse mirados o admirados para cobrar bríos, y meterle duro y parejo durante toda una noche a ese baile, que por lo exótico hace furor en el extranjero.

Ser bailarín de tangos es mérito que se cotiza; a sus catedráticos se les «mangia» de lejos por su modito cantor, su manera de pisar fuerte y por su mirada de caburés de ocasión.

El tango está triunfante, revive, se ha puesto de moda; París y Londres lo han consagrado. A bailarlo, pues, no sea que con el transcurso del tiempo nos lo devuelvan de Europa como los cueros y lanas con su «made in Germany».

Artículo publicado en la revista Caras y Caretas, Buenos Aires 20 de julio de 1912.