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Por
Pedro Jorge Vera

19. Centenario de Gardel

a se acepta de manera general que Carlos Gardel nació en Francia y que su apellido original fue Gardés, pero Montevideo sigue disputándole a Buenos Aires, haber sido el lugar decisivo de su formación, y mi Enciclopedia señala que nació en 1903 mientras el Pequeño Larousse de 1984 afirma que vino al mundo en 1897. Hube de recurrir a mi buen amigo Miguel Unamuno, embajador argentino en Quito, para que me confirmara que su ano de nacimiento fue 1890 y que, en efecto, este año se conmemora su centenario.

Aclarado este punto, digamos previamente algo sobre la canción que conquistó el mundo y de la cual Gardel llegó a ser el máximo intérprete.

Por dogmática, toda definición absoluta me es desconfiable, con mayor razón en el terreno artístico, y más aún si se trata de un arte auténticamente popular como es el tango.

En todo caso, si tenemos que definirlo, me quedo con los poetas antes que los tratadistas. Con Jorge Luis Borges, que se limita a llamarlo «esa ráfaga, esa diablura»; con Waldo Frank cuando afirma que es la danza popular más profunda del mundo; con Ezequiel Martínez Estrada, que lo llamó una música sin igual para la ensoñación; con Ulyses Petit de Murat, para quien «el dogma popular en cuanto al tango, está establecido sin ninguna definición escrita», y hasta conmigo mismo, que en un cuento expresé: «Ah, pero el tango... Sería que en sus languideces yo encontré una nostalgia de romanticismos imprecisos, sería que su mescolanza de protestas ingenuas, lamentos ramplones y secuencias canallescas, era un reflejo de mi existencia parasitaria, o que la sensualidad solemne de su música resultaba un sucedáneo para apaciguar mi lascivia alborotada...»

Música, danza y canción popular, el tango se afianza primero en las dos grandes ciudades del Río de la Plata, se institucionaliza y se refina en Buenos Aires.

Canción eminentemente urbana (aunque no faltan las letras tangueras de tema rural), se foja junto con la transformación de la capital argentina en una metrópoli, al impulso de la inmigración que le llega de todos los rincones del planeta a comienzos del siglo XX.

El Buenos Aires que en 1865 tiene 150.000 habitantes, en 1914 agrupa a un millón y medio. Mientras la opulencia crece al amparo de las exportaciones de ganado y de trigo, en los suburbios se aglutinan inmigrantes foráneos e inmigrantes criollos desplazados del agro por las nuevas modalidades del trabajo campestre. Y es aquí donde nace el tango, mezcla singular de sones y ritmos españoles y africanos. Se discute aún cuál es el antecedente inmediato del tango porteño: si el tango andaluz, si la habanera, si el candombe, si la milonga... Pero lo que resulta evidente es que “La canción de Buenos Aires” tiene de todos estos ritmos, pero el producto es diferente y único.

Lo marcará el prostíbulo, pero éste no es su sola cuna. También lo son las carpas, los toldos, los corrales, los conventillos, todos los lugares donde el pueblo de La Gran Aldea se reúne a platicar, a cantar, a bailar...

Firpo, Canaro, Betinotti y el cantante que tanto contribuiría a su universalización, Gardel (primero en dúo con Razzano) son los primeros en traerlo al centro. En 1912 conquista los salones de la high-life, sin perder su esencia popular, que se expresa en el primer verso del primer tango-canción, Mi noche triste: Percanta que me amuraste ... Y también el primer letrista sistemático de calidad, Celedonio Flores escribirá en lunfardo: Rechiflao en mi tristeza...

Cuando el tango está conquistando Buenos Aires, aparece el Morocho del Abasto, este Carlos Gardel que hoy, a más de medio siglo de su muerte, «cada día canta mejor». Se impuso por su voz rotunda, por su simpatía extraordinaria, por la ayuda que le prestaron el cine y el fonógrafo, y hasta por la tragedia de su muerte súbita. Por ello se metió tanto en el corazón de las gentes, vivo y muerto. Pues como dijo el gran poeta Raúl González Tuñón, «ahora está más Gardel, y tan lejano; por encima del tiempo, en el territorio donde vagan los dioses desterrados, entre la luz y el aire fugitivo, con Carriego, en la nube, mano a mano, distante y pensativo como un tango».

A cien años de su nacimiento, a ochenta de los inicios de su carrera triunfal, a cincuenta y cinco del accidente que se lo llevó en la cúspide de su gloria, Carlos Gardel sigue vivo por fortuna, gracias al milagro de la electrónica. Y podemos celebrar su centenario escuchándolo en los tangos que nadie ha podido cantar como él: “Yira yira”, “Mano a mano”, “Anclao en París”…

Pedro Jorge Vera: Nació en Guayaquil en 1914. Catedrático y periodista, participó en la insurrección popular del 28 de mayo de 1944. Secretario de la Asamblea General Constituyente de 1945, ha obtenido por su obra literaria diversos premios entre los que se destacan: El Premio Nacional José de la Cuadra en 1972 y el Premio Nacional José Mejía Lecquerica en 1978. De su obra poética se destaca, Nuevo itinerario y Túnel iluminado; y entre sus novelas: El pueblo soy yo; La semilla estéril y Tiempos de muñecos además de sus libros de relatos como Un ataúd abandonado; Jesús ha vuelto; y ¡Ah los militares!.