Por
Víctor Benítez Boned

Metáforas en el tango 1 - Cien barrios porteños

a ciudad de Buenos Aires con sus barrios, sus calles, sus esquinas, ha sido y seguirá siendo, por derecho propio, inspiración, escenario y protagonista fundamental de la poesía tanguera. La mayoría de nuestros grandes poetas nacieron o crecieron en esta ciudad, recibieron la segura influencia de su clima social y sus paisajes y compartieron penas y alegrías con sus personajes, sus costumbres y sus tradiciones.

Por pura justicia poética tenían que devolver en tangos todo aquel cariño y afecto que de ella recibieron en su niñez y en su juventud. Hermosas metáforas que resaltan y embellecen la realidad de los barrios porteños las encontramos, por supuesto, en las mejores letras de tango que abordan esta temática. La iconografía del barrio y sus perfiles o características ofrece abundante material para extremar la referencia poética y adornar con bellas y acertadas imágenes la pintura literaria de sus composiciones.

Barrio pobre
En la personal visión de su barrio que tiene el poeta tanguero abundan pinceladas de colores y bellos matices superadores de la doliente realidad: «El barrio será pobre pero es mi barrio, y así lo veo yo» –parece decir-; y desde su afecto y su cariño el autor comparte con nosotros los valores que él percibe, por encima de la pobreza de sus casas y de su gente, de las realidades que creen ver los que no saben mirar con los ojos del alma…

Es el caso de Alfredo Le Pera y Mario Battistella en la poesía de su tango de 1932 “Melodía de arrabal”, con música de Carlos Gardel. En él, un rincón cualquiera de Buenos Aires se transforma para siempre en un…

Barrio plateado por la luna,
rumores de milonga es toda tu fortuna…


No importa que se trate en realidad de algún sitio pobre y descolorido. Un simple par de metáforas les ha permitido a los autores presentar un barrio totalmente distinto: pictóricamente coloreado de plata lunar y musicalmente rico de rumores de milonga.

También Armando Tagini nos habla con sentimiento nostálgico de una casa pobre de barrio pobre, en la que él apreciaba un «…no sé qué suave encanto…» porque la miraba con su visión de poeta; y al referirse a «…la belleza humilde del patio colonial…» lo pinta…

…cubierto en el verano por el florido manto
que hilaban las glicinas, la parra y el rosal


Es “Marioneta” hermoso tango de 1928 con música de Juan José Guichandut. En él, el poeta Tagini hace posible que veamos a las modestas flores del patio entretejiendo, junto con la parra, un techo de fábula para proteger a los modestos habitantes de la casa de los rigores del verano porteño.

Barrio reo
Además de pobre, el arquetípico barrio de la temática tanguera lleva con orgullo el hecho de ser reo. Este adjetivo, que puede parecer descalificativo, deja de serlo desde la óptica de nuestros poetas, en tanto que las historias ambientadas en su barrio pintan escenarios del Buenos Aires de la primera mitad del siglo veinte, con casas bajas, calles de tierra o mal empedradas, familias laburantes, muchachos con sueños de cantor o de futbolista, pebetas fabriqueras, cafetines y bulines mistongos, ambientes todos ellos que podrían suponerse propicios para desvíos juveniles hacia distintas formas de delito en los muchachos y de tentaciones de vida fácil a cualquier precio para las chicas; pero que de ninguna manera ha sido tan así, al menos en lo que toca a mi personal experiencia de haber vivido desde 1945 hasta 1971 en la zona más pobre de Barracas y La Boca.

Hasta bien entrados los años 60 del siglo pasado -y justamente hasta esa época, salvo excepciones, se remonta el período más exitoso de producción poética del tango que comenzó poco antes de los años 20-, en Buenos Aires se podía ser pobre y vivir en barrios reos sin ser un delincuente ni tener que convivir mayoritariamente con ellos.

No estaba tan extendido el maleficio de las drogas, había trabajo para todos, la educación pública y gratuita facilitaba las expectativas de ascenso social, los clubes de barrio y las Sociedades de Fomento hacían de barrera de contención para evitar el derrape de los jóvenes hacía el delito. Nuestros barrios podían ser pobres y hasta reos… pero no eran villas miseria ni cunas de maleantes.

Homero Expósito nos regala una muy bella metáfora que define acabadamente la principal característica de un barrio de los que estamos hablando. Es en el tango “Te llaman malevo” que firma con Aníbal Troilo en 1957, donde nos cuenta que el protagonista:

nació en un barrio con malvón y luna…
por donde el hambre suele hacer gambetas…


El hambre, como mayor y más doloroso significante de la pobreza… eludiendo, gambeteando las intenciones de los pobres de dejar de serlo, abortando a veces sus permanentes intentos de mantenerse pobres pero honrados. El malevo del tango, finalmente: «…largó el laburo y se metió en la huella».

Tanto queremos los porteños a nuestros barrios que siempre nos ha dolido comprobar los cambios que se fueron produciendo por el inevitable progreso. Muchos son los tangos que nos relatan situaciones de malestar y hasta de abierta disconformidad con estos avances. Las metáforas con que se intentan disimular las quejas no impiden que se evidencie el disgusto y hasta la bronca que nos producen:

borró el asfaltado de una manotada la vieja barriada que me vio nacer.

En este “Puente Alsina”, tango con letra y música de Benjamín Tagle Lara de 1926 nos sentimos identificados, no sólo con el protagonista que añora la «guarida» donde se refugiaba tras sus andanzas de reo, sino con los otros habitantes de ese entrañable barrio y con todos los porteños. Porque todos hemos podido decir «¿dónde está mi barrio, mi cuna querida?» y a todos nos ha dolido alguna manotada de asfalto o le hemos susurrado con secreto dolor a la callecita de nuestra infancia: «…de un zarpazo la avenida te alcanzó…»

En “No aflojés”, brillante tango de 1933 de Mario Battistella y música de Pedro Maffia y Sebastián Piana, dedicado a algún ignoto habitante de un barrio indiscutiblemente reo, como su malevo protagonista, a quien le dice el autor: «Vos que fuiste de todos el más púa, batí con qué ganzúa piantaron tus hazañas…», encontramos otra metáfora sobre este tema del disgusto del porteño frente al progreso que modifica el perfil de su barrio:

Maula el tiempo te basureó de asalto al revocar de asfalto las calles de tu barrio...

El porteño que observa como le cubren de asfalto sus añoradas callecitas, antes de tierra o de adoquines, se siente víctima de un sucio robo por parte de los engañosos nuevos tiempos. La metáfora no disimula la bronca.

Barrio de tango
Pero por sobre todas las cosas, además de pobre y reo, el barrio porteño es esencialmente barrio de tango. La inspiración de nuestros mejores poetas ha traducido en versos muchas pinceladas cotidianas de la hermandad entre el barrio y el tango: desde la calesita que llora tangos o el gemir de un fuelle en el último patio, hasta la vieja victrola con discos de Gardel o «esos tangos de Arolas y de Greco / que yo he visto bailar en la vereda…» al decir de Borges.

Don José González Castillo, poeta, padre y maestro de poetas nos introduce en un típico barrio de tango en su temprana obra (1923) “Sobre el pucho”, que lleva música de Sebastián Piana. El malevo protagonista nos recuerda «… la canción de su dolor», meditando sobre su vida mistonga: «Tango querido, que ya pa’ siempre pasó / como pucho consumió las delicias de mi vida…».
Y sitúa el autor el escenario de este tango en un lugar muy preciso de Buenos Aires, mientras lo adorna con una brillante metáfora:

Un callejón en Pompeya y un farolito plateando el fango…

Una oscura calle de tierra en un barrio marginal del sur de la gran ciudad (Pompeya en los años 20 del siglo pasado), pero metafóricamente iluminada de color plata por un humilde farolito de tenue luz…

Y remata la estrofa presentándonos al protagonista junto al instrumento encargado del fondo musical que ambientará toda la obra:

…y allí un malevo que fuma y un organito moliendo un tango

Gracias a la original metáfora, vemos al organillero como «moliendo» la música que sale de su instrumento a medida que le da vueltas a la manija, de la misma forma en que se molían en aquellos tiempos los granos con una moledora portátil.

Esta misma hermosa metáfora de González Castillo vuelve a utilizarla muchos años después uno de sus mejores alumnos, Homero Manzi, en su tango de 1949 “El último organito”, cuando nos dice:

… y allí molerá tangos, para que llore el ciego…

Otra vez la manivela del callejero instrumento moliendo… desgranando nuestra música por las calles del arrabal porteño, «para que bailen valses detrás de la hornacina / la pálida marquesa y el pálido marqués», refiriéndose a las figuras de porcelana que adornaban el organito.

Este hermoso poema de Manzi, hecho tango con la música de su hijo Acho Manzi, es un merecido homenaje a la obra de Evaristo Carriego. En sus poemas había anticipado los temas de muchas de las mejores letras de tango, como los que Manzi recoge en esta obra: «el último organito…», «la vecina que se cansó de amar…» y, sobre todo, «el ciego inconsolable del verso de Carriego / que fuma… fuma… y fuma, sentado en el umbral…»

© Víctor Benítez Boned / Madrid, España, 2017.
Fuente consultada para títulos, letras, autores y fechas: www.todotango.com