Por
Néstor Pinsón
| Ricardo García Blaya

El motivo que inspiró “Como dos extraños”

xcelente tango que el autor con su propia orquesta llevó al disco, con la voz de Juan Carlos Casas, el 28 de junio de 1940, para el sello Victor. Y que volvería a grabar con su nuevo quinteto instrumental, para el sello Microfón, en un disco larga duración con doce títulos, en 1969.

Tema de muy buena aceptación en su momento, fue cayendo en el olvido junto al desinterés por nuestra música típica en general —a partir de los años sesenta—, y, en particular, debido a que nuestra juventud se volcó al rock and roll y a otros ritmos foráneos.

En este caso, ocurrió algo digno de mencionar por lo curioso. Al ir partiendo los cantores del pasado glorioso del tango, se fueron restringiendo los títulos, a tal punto que se redujeron a un par de docenas de clásicos y, muchas hermosas páginas fueron quedando en el olvido, como ocurrió en el caso de “Como dos extraños”. La última grabación trascendente fue la de Floreal Ruiz con la orquesta de José Basso, en 1961. Hasta que en algún momento, allá por fines de los ochenta, más precisamente, en mayo de 1989, lo registra Roberto Goyeneche con el acompañamiento del conjunto de Néstor Marconi, y lo desempolva del baúl de los recuerdos. Dos años más tarde, Adriana Varela hace lo mismo y, desde ese momento, sucede una alucinante difusión, siendo incluido en los repertorios y registros fonográficos de una inmensa cantidad de cantantes, en especial, del género femenino.

No es el único ejemplo, pero es el más significativo. Hubo otros tangos olvidados, quizás de similar atractivo, pero éste fue el elegido para el comienzo de un rescate que, posteriormente, sacó de su letargo a otras bellísimas obras del cuarenta.

La historia fue la siguiente: Pedro Laurenz le entregó la melodía a José María Contursi, quien era fiel seguidor de Aníbal Troilo cuando tocaba en el Marabú. Allí, el poeta se enteró de un suceso singular. Se necesitaban chicas de buena estampa para trabajar en el mencionado cabaret; una llamó la atención por su belleza, venía de la provincia de Córdoba, la tomaron de inmediato. Al tiempo, se enamoró de un empleado del local, también cordobés.

La relación fue creciendo en intensidad y se prometieron todo un futuro venturoso, pero una noche se apareció un señor que directamente se dirigió a ella, la agarró con ganas del pelo y la fue arrastrando hacia las escaleras que llevaban a la calle. Todos reaccionaron, pero el hombre no era ningún petimetre, no sacó un arma del bolsillo sino algo más contundente: la libreta de casamiento. Era su esposa y venía a buscarla. El mozo parece que siguió con su trabajo sin que se le cayera ninguna bandeja. Pero por el suelo arrastraba su ánimo.

Pasaron un par de años y el recuerdo de la mujer permanecía inalterable en la cabeza del muchacho. Sus compañeros lo alentaron para que fuera por ella. Finalmente, no sin esfuerzo, partió hacia Córdoba. Tenía algunos datos y contactos y aprovechó un permiso. No fue fácil, pero la encontró en el almacén donde despachaba mercancías detrás de un mostrador. Quedó sorprendido al verla gorda, desaliñada, con la ropa gastada y los ojos sin brillo ¿Cómo en tan poco tiempo pudo haber cambiado tanto? Sólo quien pasó por una situación más o menos parecida puede comprender lo que sintió aquel hombre.

Seguramente, Contursi escuchó la historia del propio damnificado. No necesitó, de príncipes ni princesas, sólo recurrió a dos personas muy sencillas para que brotara su inspiración, y escribió una letra carente de recursos melodramáticos, sutil y sugerente. Pero a nuestro entender, se debe una aclaración, los versos no reproducen la historia de modo lineal, ni de cerca pretenden copiar esa relación, sino que el relato actúa únicamente como disparador del tango. No hay, entonces, una desilusión por el aspecto de la mujer, sino un desenlace más espiritual, de dolor e impotencia, que involucra a los dos amantes, en un encuentro convertido en desencuentro, el final de la pasión y la frustración que siempre produce la imposibilidad de volver hacia atrás.

Es, sin duda, una visión mucho más romántica y poética, una constante de toda su obra, algo similar a lo que nos sugiere Alfredo Le Pera con su inolvidable “Volvió una noche”.