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Por
Ulises Estrella

07. El cine que entonó Gardel

ño 1931. Mientras en Quito la gente se sorprendía con la voz tranquila y emotiva de Enrique Ibañez Mora, por primera vez sincronizada para el cine, en la película La divina canción; en París, Carlos Gardel enfrentaba su más serio desafío fílmico: Luces de Buenos Aires.

Los crecientes melómanos y los nacientes cinéfilos avizoraban un promisorio futuro en esta fusión de la música popular con el espectáculo de las imágenes. Sin embargo, el entusiasmo duró poco, pues el cine ecuatoriano tuvo dificultades de afirmar en forma autónoma su etapa parlante, y, por otra parte, un trágico accidente segó tempranamente la vida de El Zorzal (1935), cuando apenas empezaban a circular por las pantallas ecuatorianas.

Los oídos, pegados al fonógrafo, acompañaban pasillos y tangos. Los ojos añoraban los gestos, las miradas, la pinta. Sobre todo la pinta de Gardel: el rostro fotogénico con las cejas cargadas de negrura, su sonrisa permanente, el pañuelo, la corbata a lunares, la camisa a rayas, el sombrero esquinado sobre la frente.

No solamente las mujeres, también los hombres (y con más fruición) guardaban las fotos del héroe, en especial en Quito y Guayaquil, pues en su faz había mucho del triunfador, del "canchero" que se requiere como aspiración de comportamiento para no ser tragado por las miserias y soledades de la vida cotidiana de las ciudades, crecidas abruptamente por las migraciones.

Los teatros Olmedo de Guayaquil y Edén de Quito, salas de estreno de la firma Paramount (productora y distribuidora) con la cual Gardel hizo casi todas sus películas, fueron las puertas de entrada para Melodía de arrabal (1932), Cuesta abajo (1934), El día que me quieras y Tango Bar (1935).

Creció la iconografía gardeliana, pero creció mucho más su entonación. Esta cualidad no solamente musical, también sicológica y social que hacía que, con su peculiar forma de cantar, produjera en grandes grupos humanos una atmósfera tonal específica en torno suyo, no transitoria (como sucede con algunos divos actuales) sino prolongada, como un halo que sigue rodeando a quienes le oyen y asumen sus letras y emociones.

Alfredo Le Pera, el fiel y permanente amigo que le acompañó, creando y estimulándole desde los primeros filmes, hasta morir con él «abrazados y abrasados» en Medellín, mencionaba a quienes pretendían que para Gardel era fácil componer, que «sin pensar en palabras empezaba a tararear», pero luego de analizar largamente, junto a él, los motivos que impulsaban la acción (del verso y de los personajes), para luego deducir el grado de sentimiento o alegría. Eso era encontrar la entonación. El Zorzal relataba el argumento de la letra, por ello no importaba que las cámaras se quedaran clavadas cuando cantaba. Y, tampoco las tramas, la mayor parte de ellas muy mediocres como cinematografía.

Gardel, con Le Pera profundizaron y elevaron la temática del tango.

Fijaba la pinta en imágenes, el cantor se transfería al personaje, gracias a su entonación, era pues un cine único pues varia no por su instrumento propio, sino por ser entonado por Gardel.

«La gente creía que él todo lo podía» dijo Julio De Caro. El héroe producía simbiosis y entrega.

A mucha distancia (pues le faltó la cualidad de creador) el único cantante ecuatoriano que se le acercó, en cuanto a entonación se refiere, fue Julio Jaramillo.

Sus ojos se cerraron, y el tango, y el cine, siguieron andando.

Vinieron tempestades, genocidios, exilios e inxilios. «Los de la mesa de los sueños» (Sur: Solanas) siguen entregando su pasión al tango y sosteniendo la ilusión de un país digno y feliz. Roberto Goyeneche da la nueva entonación y Julio Mafud nos sigue recordando que Gardel «representó a un pueblo que quiso ser. A un pueblo que todavía le cuesta ser». Pueblo del que somos parte todos los latinoamericanos.

Ensayista, poeta y cineasta, nació en Quito en 1939. De su obra poética se destacan sus libros Ombligo del mundo, Convulsionario, Fuera de juego, Furtivos poemas furtivos y Cuando el sol se mira de frente. Con su obra Fuera de juego obtuvo, en 1983, el premio Jorge Carrera Andrade de la Municipalidad de Quito. Además periodista y crítico cinematográfico del diario Hoy y se desempeña actualmente como director de la Cinemateca Nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.