Por
Gaspar Astarita

Sexteto Mayor - Pasa el tiempo y no envejece

oda propuesta artística debe estar acompañada, indefectiblemente, para que pueda mantenerse y proyectarse, de un esfuerzo comercial. Y los fundadores y conductores del Sexteto Mayor (José Libertella y Luis Stazo) entendieron esta realidad desde el primer momento en que salieron al ruedo con el conjunto.

Se ocuparon, sin descuidar nunca lo artístico, de que el intento estuviera respaldado por una actitud empresarial coherente y constante. Ellos, como profesionales de la música, sabían de antemano que el instrumentista debe tener asegurado, al menos, un ingreso que les permita vivir con dignidad a él y su familia para dedicarse después con tranquilidad y decoro, a seguir atendiendo el aspecto artístico de su profesión.



En una palabra desentenderse de lo doméstico y poder asistir con tiempo y "cabeza fresca" a los ensayos, a las actuaciones, a las giras y a todo compromiso que demande alejarse temporalmente de los suyos.

Y Libertella y Luis Stazo, hace un cuarto de siglo, cuando, casi impensadamente, se constituyeron como grupo, supieron interpretar esta necesidad para poder seguir adelante. Sin desatender hasta los más insignificantes detalles que hacen al hecho de formar una orquesta y procurarle un estilo, fueron sus propios empresarios.

Ellos no hicieron como De Caro, D'Arienzo o Canaro, que abandonaron la ejecución de sus instrumentos (casualmente, los tres eran violinistas) para preocuparse de que la empresa orquestal estuviera asegurada por una cobertura comercial sólida, prudentemente orientada. Por el contrario, estos dos extraordinarios bandoneonistas se dedicaron a hacer ambas cosas: atender la música y los ingresos. E hicieron admirablemente las dos, pues de otra forma hoy el Sexteto Mayor no hubiera cumplido veinticinco años y no estaría dando vueltas por el mundo, requerido para integrar espectáculos de la más alta jerarquía artística, ya sea participando en embajadas o cumpliendo contratos individuales.

Desde aquellos lejanos tiempos en que para promocionarse salían a comprar sus propios discos, o a veces a venderlos ellos mismos después de los recitales, nada les resultó indecoroso. Sabían lo que querían y cómo tenían que hacerlo. Y lo hicieron.

Por eso hoy sigue en pie este formidable sexteto, orgullo del tango y de su país.

El Sexteto

El comentario introductorio tal vez induzca a pensar que los integrantes del Sexteto Mayor son mas empresarios que músicos. Nada mas lejos de la verdad.

El Sexteto Mayor, de salida nomás, tuvo dos originalidades: la primera, volvió a la antigua y precursora planta orquestal del sexteto —dos bandoneones, dos violines, piano y contrabajo—, modalidad instaurada por Julio De Caro en 1924, cuando creó con su famoso sexteto, la corriente evolucionista del tango.

Y la segunda, que prescindió del cantor. Toda su trayectoria se mantuvo dentro del más puro tango instrumental (salvo algunas excepciones en que por motivos o exigencias de algún espectáculo compartido debieron secundar a algún vocalista). Y se han permitido el lujo de tocar y grabar tangos cantables en forma exclusivamente instrumental, dejando antológicas muestras de esta modalidad, como Nostalgias, Trenzas, El día que me quieras, La casita de mis viejos, etc.

Es admirable lo que han logrado a través del arreglo y la interpretación.

Un sexteto tal cual lo habíamos escuchado en otros conjuntos, lo percibíamos siempre con una sonoridad más mullida, la de seis instrumentos al servicio de una obra. Sin embargo, el Sexteto Mayor ha alcanzado una densidad sonora que nos hace suponer, al escucharlo, que se trata de una agrupación más numerosa. Es que han sabido aplicar al tango todos los conocimientos y combinaciones, técnicos y emocionales, para lograr esa sólida y vibrante temperatura tanguera que les ha permitido consolidar algo muy difícil en el campo orquestal: personalidad artística. Para conseguirla, Libertella y Stazo, estupendos bandoneonistas y arregladores ellos mismos, trataron de rodearse siempre de instrumentistas de primer nivel.



A lo largo de toda su carrera, el Sexteto mostró un prolijo y exigente criterio de selección para ir supliendo las bajas o alejamientos de determinados integrantes.

Hoy, al lado de la pareja bandoneonística fundadora, se encuentran dos violinistas de excepción, Mario Abramovich y Eduardo Walczak, mientras que a Eduardo Aulicino le tocó reemplazar al mitológico Kicho Díaz y a Omar Murtagh en el contrabajo, y el notable pianista Oscar Palermo tuvo que suceder a Armando Cupo y a Juan Mazzadi.

También participaron del conjunto violinistas de la talla de Mauricio Mise, Fernando Suárez Paz, Reynaldo Nichele y Hugo Baralis. Todos profesionales a los que el Sexteto les dio la oportunidad del lucimiento personal y les impuso, al mismo tiempo, la necesidad de ponerse al servicio del grupo.

Si bien Libertella y Stazo fueron sus creadores y sostenedores, todos y cada uno de los nombrados hicieron y prestigiaron al Sexteto Mayor.

Otro de los factores que han influido en la fama y la notoriedad. y lo han afirmado en la consideración general, ha sido la elección del repertorio.

Obras tradicionales o modernas han sido atinadamente escogidas dentro del vastísimo repositorio de nuestra música ciudadana —incluso muchas composiciones de la autoría de los integrantes— y llevadas a los atriles tras un proceso de arreglo e instrumentación en el cual el sello del autor y la línea melódica de la obra nunca han sido distorsionados.

Y, para finalizar este comentario, usaré una expresión muy en boga en estos tiempos: el Sexteto Mayor "no come vidrio" (no se confunden). Sus responsables saben que determinados auditorios, especialmente en el extranjero, se componen de muchos snobs y de púbilco al que le interesa el tango y otros condimentos gimnástico-bailables. En una palabra: el show. Entonces, para esas oportunidades. se presentan con "un tango de escenario". Bandoneonistas que de pronto se ponen de pie, gestos impetuosos otras veces, fuelles desplegados al máximo para darle a la interpretación cierto dramatismo más prefabricado que sentido.

En cambio, para la sala de grabación y la oreja tanguera más cultivada, vuelven a ser el Sexteto que nosotros queremos y admiramos. Los intérpretes de una música exquisita, muy nuestra, muy rioplatense, grata a nuestros oídos y a nuestra emoción.

Continúan en su línea de trabajo. El tango evolucionado, con sentido e intención de vanguardia, pero respetando la esencia del género.

Creemos que, en esa progresión, llegaron a una frontera que ellos mismos habrán admitido como un límite. Trasponerla, ya no sería tango. Sería discusión.

Originalmente publicado en Tango y lunfardo, Nº 146, Año XVI, Chivilcoy 16 de noviembre de 1998. Director propietario: Gaspar J. Astarita.