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La morocha Tango
Por
Hugo Alemán

04. Él era el Tango

e asegura que el 3 de abril de 1901, cuando Gardel tenía once años de edad —y naturalmente ocho de llegado a Buenos Aires— «es inscrito como aprendiz de artesano en el colegio de San Carlos¦. Se asevera, asimismo, que en 1904, a los once años de permanencia en la capital argentina, concluye los estudios primarios en el colegio de San Estanislao y ensaya varios oficios. Tal aserto guarda conformidad con una escueta información: «este origen humilde de Gardel ha sido señalado por multitud de textos».

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Todo hace suponer que de 1904 a 1910, fue la época que residió en Montevideo. Aquellos seis años en que su nombre no volvió a oírse en Buenos Aires, fue el tiempo durante el cual «se le creyó muerto». En la propia revista uruguaya Capital del Plata, se dice que «Fue su primera cuna y era ese, por otra parte, el lugar donde Gardel se sentía más a gusto...» El Morocho, sobrenombre cordial con el que apuntaba su fama, «vivía el día entero en la calle. El Teatro Apolo, donde los Podestá habían anclado su compañía, ejercía sobre él una atracción extraordinaria. Dentro de su ser ya vibraba incesante su fibra de artista». Y se agrega: «Los almacenes fueron sus primeros escenarios... Poco a poco todos los cafés y barrios iban conociendo al pibe que sabía adentrarse muy hondo, con su voz maravillosa, en el corazón del pueblo...»

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Nadie, antes de Gardel, había cantado tangos. Estos se caracterizaron en sus primeras épocas, como música sencillamente bailable. Pero con el andar de los años, el tango, gracias a su propia evolución, «ha subido de los pies a la boca», en frase proverbial de Enrique Santos Discépolo. Antaño, nadie le había puesto letra al tango, a excepción de Angel Villoldo a “La morocha” de Enrique Saborido. Aquel lejano intento, a más de pasajero, delató la contagiosa influencia del cuplé; fue demasiado elemental, sin trascendencia, y no pudo prosperar. Transcurrida más de una década, Carlos Gardel retomó el ritmo con personalidad, provisto de letras escritas por Pascual Contursi, especialmente en los comienzos. Algo más tarde, las compondrían también otros autores y, con exclusividad, en determinados casos. Bastará recordar "Mano a mano" de Celedonio Flores —con amplio dominio de la jerga lunfardesca— y muchos tangos y canciones de Alfredo Le Pera, quien produjo, inclusive, argumentos para revistas y películas de largo metraje que Gardel llevó a la escena y que ingresaron a la historia del arte cinematográfico.

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Es que en Gardel hay algo que está por encima de cualesquiera otra consideración: su nobleza espiritual y su desprendimiento humano, ejercido con alto sentimiento de filantropía, jamás alardeada. Esta virtud han sabido reconocerla generalmente. Y es el más poderoso motivo —aparte de la supremacía que alcanzó como intérprete sin paralelo de la música rioplatense— para que penetrara en la hondura del afecto popular. A través de su sencilla y cordial manera de ser, fue formándose su personalidad, hasta situarse en planos de admiración y gratitud. Por eso se ha dicho que «había ido moldeando esa personalidad en el mismo crisol en que el tango fue desarrollando sus letras. Tan esto es así, que en la enumeración de sus propias condiciones personales, se encuentra definido fundamentalmente todo el contenido humano de los temas de nuestro tango: cultivó la amistad hasta los más amplios extremos, llegando hasta el sacrificio por el amigo, y teniendo siempre el pudor, que lo engrandece, de ocultar su gesto... fue un sentimental viviendo el dolor ajeno de la gente humilde como si fuera el propio...»

Para ser grande, comprendido y ensalzado, el verdadero cantor de tangos debe guardar en su propia intimidad, como en una redoma intransparente, toda la alegría que emana del alma comprensiva y que se traduce en amparo y alivio a la fatalidad y la miseria ajenas, practicándolos con silenciosa largueza.

«Quizás lo que tenía Gardel era precisamente eso, el tango mismo dentro de su alma, consustanciado con su misma personalidad: "él era el tango". Alguien emitió análogo pensamiento: «Gardel más que el mejor cantor de tangos es el Tango mismo, con mayúscula». Esa identidad con el género ya había sido prevista por el propio cantor: «Mi fama no es mía —llegó a decir— es de mi país, de mi pueblo. A quien aplaude el público no es a Carlos Gardel; es al arte popular nuestro que, por una casualidad feliz, me ha tocado interpretar a mí, lo mismo que hubiera podido hacerlo cualquier otro cantor americano... Yo soy nadie. Es el tango que triunfa».

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Por eso, en este intento de semblanza, sintetizada en relatos mínimos, y a veces entrecortados, por temor a extenderla demasiado, debemos recoger, de preferencia, aspectos, facetas, más bien, que ofrezcan características esenciales de esa inquietante vida, que no alcanzó a completar los cuarenta y cinco años y, sin embargo, destinada a la perpetuidad, mientras la humanidad —no toda enajenada— conserve la virtud de solazarse con la caricia musical y la vibrátil expresión del sentimiento, en la melancolía de un tango, quintaesenciado en la voz de Gardel, que se mantiene libre de olvidanzas, exenta de silencios…

Hugo Alemán: Poeta y ensayista, nació en 1898. Perteneció al Grupo de Quito destacado núcleo de poetas liderado por el vate Jorge Carrera Andrade. Desempeñó la dirección de la Biblioteca de la Universidad Central y de La Biblioteca del Instituto Nacional Mejía. Fue director de las revistas Letras del Ecuador columnista en los diarios El Día, La Tierra y El Comercio de Quito. De su obra poética se destacan De ayer (1947) Tránsito de generaciones (1950); Distancias (1959); Sucre parábola ecuatorial (1970) y Poesía (1981). A su ensayo Mundo y tango -semblanzas y facetas (1978) pertenecen los fragmentos incluídos en este volumen.