Por
Néstor Pinsón

Lemos - Entrevista a Rodolfo Lemos

l 24 de febrero de 2014, nos encontramos con Rodolfo Lemos en el café Quintana de Caseros y La Rioja, justo frente al parque. Apenas empezamos la charla me preguntó si el ruido molestaba. Le comenté que cuando me encontré con otro cantor era un batifondo y todo salió bien. Y así apareció el nombre de Alberto Podestá. «Somos muy amigos, ¡qué cantor! ¡Qué tensión de voz! ¡Maravilloso!»

—¿De los cantores con los que trabajaste en los últimos años a quiénes destacás?

«La mejor voz de los que tenemos hoy creo que es Roberto Ayala y, si retrocedo, una hermosa voz fue la de Jorge Durán, otro Jorge Casal y en el decir Floreal Ruiz. Muchos eran buenos y algunos estaban hechos para determinada orquesta y punto, como el caso de Alberto Echagüe con Juan D'Arienzo. En cambio Roberto Rufino podía cantar con cualquiera, con Carlos Di Sarli, ni hablar. Con Aníbal Troilo grabó en los finales y es una barbaridad, para mí con El Gordo superó a todos. Los cantores de antes estaban obligados a tener algo, sino: ¿Quién te elegía? Un director de orquesta cuidaba que no desafinaras. A Sassone, por ejemplo, que un violín no pifiara una nota porque enseguida venía el llamado de atención.»



—¿Cómo llegaste a Florindo Sassone?

«Yo trabajaba en la Secretaría de Comunicaciones y tenía de compañero a Osvaldo Amura, representante de Alfredo De Angelis, y un día me dijo que Sassone buscaba un cantor, que fuera a verlo de parte suya. Fui a un local que estaba en Rivadavia y Callao (Callao 11) y me prueba Pastor Cores, el primer fueye de la orquesta. Ya habían pasado como quince pibes. Me quedé esperando hasta que me dijeron que fuera a la casa del maestro que entonces estaba en Flores, en Artigas al quinientos. María Elena, la esposa, que era profesora de piano me hizo cantar. Cuando llegó el marido le dijo: «Pedro, el muchacho puede cantar con vos». Florindo era el segundo nombre.»

—¿Dónde estás trabajando?

«Son escasos los lugares de trabajo. En los últimos años varios cerraron. Ahora estuve en Mar del Plata, en el Teatro Colón, y en el Café Orión, en la avenida Luro y la costa. Un hermoso lugar. Vuelvo en quince días. Estoy cantando en La Casa de Aníbal Troilo, en la calle Estados Unidos al 2500, casi esquina Jujuy. De allí, hago un fin de semana en Tandil, es un lugar especial el Café Torino, si el tiempo es bueno sacan las mesas a la calle y se llena. También, voy a La Catedral del Tango, en el barrio de Mataderos. Otro lugar es Candilejas, en la calle Piedras, pero la concurrencia no es numerosa, allá por los 80 me acuerdo de Caño 14, siempre lleno. Allí canté, incluso la noche que Enrique Francini murió.

—Con respecto a este hecho, la gente siempre habla, escuché a algunos comentar que en el momento de caer dijo «¡Cuidado el violín!» y otros, en cambio, que dijo: «¡Qué papelón!» ¿Cuál de las dos frases es cierta?

«Tonterías que inventa la gente, yo estaba allí, no dijo nada. Él había sido el primero en actuar con Héctor Stamponi al piano, cayó hacia adelante. Entre los primeros en acercarse estaba el doctor Matera. «¡Está listo!», dijo. Murió tocando, de pie, luego se cayó.

—¿Hiciste estudios terciarios?

«Sí, mientras estaba en el secundario entré a trabajar en el Correo, cuando lo terminé fui a la Escuela Superior de Relaciones Públicas hasta licenciarme. Del Correo, me pasaron a la Secretaría de Comunicaciones y, por un pedido, a la secretaría privada. Hice la carrera, fui encargado, luego jefe y así hasta llegar a director general. Eso ocurrió en 1990. Luego, me llevaron como asesor a la Secretaría de Industria y Comercio. Previamente, estudié un año más para incorporarme a la parte de prensa. Fui veinte años director general, siempre sin dejar el canto. Gracias a ese cargo, pude tener mi casa y mi coche. Son pocos los cantores que son propietarios.»

—¿Con Sassone hubo alguna gira?

«Tuvimos una a Colombia y cuando ya estaban los milicos o un poquito antes, sale otra a Venezuela de un mes, pedí permiso en el trabajo y me lo dieron. La mujer de Sassone me pidió que lo cuidara a Pedro, era diabético y ella me dijo que se iba a enterrar, porque era de comer chocolates, masas, todas las golosinas. Pasamos a Colombia y luego a Brasil, al Teatro Leopoldina, de Porto Alegre. Estuvimos diez días y Pedro se me escapaba de las manos entre tantas invitaciones a comer. Luego, llegamos a Paraguay, y una noche de actuación, lo veo mareado, agarrado al piano y me dice que se siente mal. Regresamos al día siguiente y lo internaron en el sanatorio Anchorena. Por suerte, en una semana lo equilibraron y le dieron el alta. El trabajo siguió, pero dejó el piano y sólo dirigió sentado en una butaca. Pero, al poco tiempo empeoró, y una hija lo llevó a la ciudad de San Pedro donde muere. Fuimos en mi coche a despedirlo con Norberto Ramos —su último pianista—, Osvaldo Monteleone y Pastor Cores, fue en 1982.»

—¿Empezaste a cantar de muy pibe?

«Nací en Parque Patricios y tuve la suerte de tener hermanos mayores, soy el más chico de la familia y eso fue un gran apoyo. Y los viejos eran unos gallegos macanudos. Y por casa aparecía para charlar, un hermano de Guillermo Barbieri, el guitarrista de Gardel. Yo tendría ocho años y él más de veinte, y como entonces era tango todo el día por la radio, con otros pibes aprendíamos las letras y cantábamos. Un día, Barbieri se apareció con la guitarra y comencé a cantar con acompañamiento, fue el puntapié inicial. Cuando tenía catorce y entré al Correo, me tiraba tanto cantar que una tarde caminando por la calle Corrientes, al pasar por el Café Marzotto, me atreví a entrar para ver a la orquesta de Ángel Domínguez. Y una tarde, charlé con él y me invitó a cantar, subí al palquito y canté. Y a partir de ahí, seguí cantando donde se pudiera y me enganché en una orquestita del barrio de Caseros que la dirigía un muchacho D’Angelo. Luego, grabé con Jorge Arduh, Leo Lipesker, estuve once años con Sassone, Ángel Cicchetti, Roberto Zanoni, Color Tango, los hermanos Rivas, Jorge Dragone, en Radio Del Pueblo, me acompañaba un conjunto de Miguel Nijensohn



—¿Vocalizás, tenés una rutina?

«Sí, es fundamental, tres veces por semana, unos cuarenta minutos y cuando actúo, un rato antes también. Y tengo mi profesora de canto. Y además, una conducta de vida. Como te dije, nada de cigarrillo, ni alcohol y ni hablar de drogas. Te aseguro, en mi vida no hubo celos, ni envidia, ni maldad. No olvido cosas que desagradaron, pero las tengo bien guardadas. Así fui creciendo con mayor conocimiento de mi persona. Vivo bien, tranquilo, duermo bien y me levanto sin preocupaciones. Eso es un premio para mí.»

—¿Cuándo empezaste profesionalmente?

«Cuando Antonio Maida era director de LS6 Radio Del Pueblo, nació una amistad. Él había formado un elenco multiestelar: Aníbal Troilo, Edmundo Rivero, Alberto Marino, Roberto Goyeneche, Héctor Stamponi. E incluso, fue quien me llevó a Caño 14 ¡Ah! Y también me bautizó Lemos.

—¿Te pertenecen algunas letras?

«Hice “Cambiemos el verso”, con música de Javier Mazzea y Roberto Zanoni; “Feliz noche de amor” (vals), música de Sassone; “Tus hermosos años” —para mi hija, cuando cumplió quince años—, música de Mazzea; “Sólo tango”, música de Norberto Ramos; “Me equivoqué” con música de Jorge Dragone

—¿Cómo te definís como cantor?

«Soy un cantor que la gente lo acepta. El día que me silben no canto más. Tuve la suerte de mantener el color de voz, el mismo de varias décadas atrás.»