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Por
Edmundo Eichelbaum

Gardel: su propio empresario

ardel, su imagen hizo de él un modelo a imitar. Su carisma y su triunfo internacional ocultaron siempre todo el esfuerzo consciente con el que llevó su carrera y completó su personalidad artística.

El público lo escuchaba, se dejaba seducir por su voz, copiaba hasta donde podía su modo de vestir, repetía sus ocurrencias lunfardescas, entonaba sus tangos con el mismo énfasis y atribuía a un milagro todo lo que en él admiraba. Gardel era natural. Todo le salía así porque tenía el don, era un privilegiado, un favorito de Dios. «Todo le venía de arriba».

La mentalidad del pueblo no concebía que Gardel tuviera que discutir un contrato, pasarse horas de trabajo con los guitarristas ensayando un repertorio o eligiendo cuidadosamente la ropa para salir a escena. Gardel muy pronto se convirtió en profesional de la canción y su empresa no tenía estatutos ni contratos, era el dúo Gardel-Razzano. Éste tenía la facilidad de comprender en que lugares presentarse, que salas, tipo de repertorio, calidad del acompañamiento, como debían vestirse, la necesidad de perfeccionamiento, los ensayos, las sumas que debían pedir en pago por sus actuaciones. Amén de todo esto que Gardel compartía, supo organizar un repertorio de obras que registran una temática y un lenguaje que expresaran al hombre argentino —al porteño en especial— de su tiempo.

Pero, posiblemente tarde, lo consideró a José Razzano un mal administrador y desde 1930 tomó la responsabilidad de ser su propio empresario. Hubo alguna ayuda, como en el caso del señor Pierotti en Europa, pero sin su propia presencia es posible que nunca hubiera actuado en París, no había mejor representante que su imagen y su voz. Esto ha sido ratificado por Manuel Pizarro, estrella por entonces de la boite El Garrón con su orquesta y amigo del cantor.

En una frase de una de sus cartas fechada en Nueva York en 1934, se puede leer: «Esta gente quiere seguir haciendo películas conmigo hasta el año 2000 si siguen haciendo dinero».

Tenía conciencia de cual era la realidad del «negocio», se había formado en la calle y las experiencias ganadas le hacían reconocer que «era una mercadería de gran calidad y que podía vender muy bien».

El Gardel empresario trataba en forma directa los contratos con los «capos» de la Paramount, y conseguía un porcentaje de las ganancias aparte de los honorarios como actor.

Sus amigos fueron sus colaboradores en el trabajo, y los tuvo a su lado como un homenaje al pasado que no quería perder, pero tenía claro que era una estrella en busca de un destino mayor.

Así fue que no aceptó ser un empleado muy bien pago de la compañía cinematográfica, muy por el contrario asumió la responsabilidad de su propia producción. Años más tarde fue moneda corriente que importantes actores de cine fueran sus propios productores, pero Gardel ya lo había inventado.

Fue tantas cosas para el ideal de los porteños y lo sigue siendo, como dijo el poeta, en realidad Gardel no existió, fue un invento nuestro una tarde de domingo que estábamos tristes. Y el invento, a semejanza de lo que quisimos ser y no pudimos, nos salió: «Morocho, glorioso, engominado, eterno como un Dios o como un disco».