Por
Enrique Puccia

Avena - Entrevista con Osvaldo Avena

sted lector, si alguna vez se muere de nostalgia, no lo dude, tome cualquier transporte que lo lleve hasta Pacífico y enfile por la calle Bonpland, apenas un instante, y está en un pedazo de barrio allá en Palermo, después será cuestión de andar buscando entre las puertas una nota, cierto acorde vital y la guitarra entera como una ceremonia. Con Osvaldo Avena sucede como con cierta poesía, llega, nos roza, se nos queda. La música se da en él. Nace de don José su padre, bandoneonista, que fue compañero de Anselmo Aieta, allá por 1918, en el Parque Goal de la Avenida de Mayo.

«Tendría siete años y ya me colaba como percusionista o tocando la armónica, al lado de papá y otros músicos que ni te cuento. No me perdía ninguna actuación del viejo. Así conocí a Roberto Firpo, a Juan Maglio, a Osvaldo Fresedo y tantos otros. Todos una barbaridad, pero como el violín de Elvino Vardaro no he visto cosa parecida.



«A los doce años, empecé a rascar algo y a los quince lo acompañaba a Héctor Mauré, cuando aún era Tito Falivene, tocaba de oído, fue mi primer trabajo profesional. Al tiempo me fui con Costita, ex compañero del payador Pachequito. Con él recorrí todo el sur, giras donde asimilé la esencia de la milonga en casi todas sus variantes, adquirí un oficio que no hubiera alcanzado en ningún conservatorio. Fui siempre orejero pero algo estudié. Un día le pregunté a un colega qué maestro me recomendaba para estudiar música, y me contestó: «Avena, usted es un intuitivo, un tipo con mucha polenta. Tenga cuidado con la elección, quien le enseñe debe conocerle a fondo». Fui un tiempo y no aguanté. Seguí mis ocho horas en un rincón de la cocina hasta sacar la melodía. Yo llego a lo mismo que si estuviese estudiando, pero tardo más tiempo.

«A los veinte años me incorporé al Trío Argentino, era 1943, donde además canto. Por entonces regresan de México los Hermanos López que venían de hacer un capote bárbaro. Me enganché con ellos y conocí con fundamento la música de ese país. Un buen día me decido a hacer jazz, nos juntamos con Pichi Mazzei, Vignola, éramos una barra, pero no resultó.

«Enseguida surgió lo de La Mejicanita. Vino a buscarme Enrique De Lorenzo, un pianista conocido en el ambiente como El Pibe de Oro, para ofrecerme un lugar. Ella no encontraba lo que quería, pero cuando me probó le conté mi relación con los Hermanos López y todo salió bien. Anduvimos por casi todo el mundo y además corría la guita, tuve que dejar de lado varias cosas, pero igual obtuve satisfacciones. Afuera siempre me dieron más bola que acá, debe ser eso que uno no es profeta en su tierra.

«Mirá, una noche en una radio importante de San Pablo, se aparece el director en el estudio. Venía para averiguar quien era esa guitarra. Y así, me ocurrieron infinidad de cosas. Ocho años con La Mejicanita, ya quería largarme, quería hacer cosas por mi cuenta. “Milonga para el domingo”, por ejemplo data de esa época.

«Ya con El Trío Azul las perspectivas fueron otras. Recorrimos América de punta a punta, allí cantaron Nanai, Omar Brandan, Roberto Palmer (luego con los Quilla Huasi), Nelly Panizza (luego actriz), pero la idea no prosperó, la gente no la iba con las nuevas corrientes, estaba con las orquestas típicas. El asunto me tiró bastante abajo y decidí parar la mano.

«Para sobrevivir de algo, acepté acompañar al tanguero Aldo Calderón por dos años. Después llegó el encuentro con el poeta Héctor Negro, en 1965, y pronto nos pusimos a trabajar. Al principio se nos acopló Reynaldo Martín (El Alemancito), con él hicimos los Recitales de la Nueva Canción en varios teatros off.

«Con Negro salieron cosas lindas como “Con una milonga de estas”, “Responso para un hombre gris”, “Un lobo más”, “Un mundo nuevo”, “Buenos Aires vos y yo”, “Para cantarle a mi gente”, “América nueva” y otras. En 1974, hice un espectáculo con José Ángel Trelles y Los Juglares, titulado “Para cantarle a mi gente”. En la segunda parte, hay tres solos de guitarra sobre composiciones que me pertenecen: “Tangata al negro Cele” (por Celedonio Flores), “Preludio y Milonga” y “Tres movimientos”. Mis temas que no son instrumentales, todos llevan letra de Héctor Negro.

«Durante dos años acompañé a Susana Rinaldi. Hice lo propio con Graciela Susana, en un disco larga duración para Japón. También compuse unos temas con letras de Armando Tejada Gómez. A mi papá le dediqué “José, mi viejo”, a la Rinaldi “Magoyando”. Musicalicé dos temas de Cátulo Castillo: “Esta última carta” y el tango “El montón”.

Charlar con Avena es asistir a una lección de música y vida, bien se puede decir que la guitarra de Avena “Es una fiesta que nos sigue”.