Por
Néstor Pinsón

De “La morocha” a El Garrón. El tango conquista París

l azar, el compromiso comercial y el afán de aventura confluyeron para que, en menos de diez años, un nuevo y extraño ritmo musical —llegado del más lejano país de América del Sur—, conmoviera en cuerpo y espíritu a los ciudadanos parisinos. Como suele ocurrir con las novedades exóticas, ciertos niveles de la sociedad fueron sus primeros adherentes, segmentos de la franja aristocrática y del mundo artístico demostraron curiosidad por esta música quejumbrosa y sensual que permitía bailar abrazados.



El primer antecedente fue por culpa de un ocurrente, que tuvo la osadía de embarcar unas mil partituras del tango “La morocha” en la Fragata Sarmiento, cuando estaba a punto de zarpar por el mundo en su viaje de fin de curso para los nuevos oficiales de la marina argentina.

Era el año 1906. La historia oficial repite que en cada puerto se dejaban las partituras. ¿De qué otro modo ese tango pudo conocerse en Europa? No se sabe a ciencia cierta si este fue el primer paso, pero es hasta el presente una conjetura válida. Algunos afirman que también llevaron partituras de “El choclo”.

El compromiso comercial se pone de manifiesto un año más tarde. Es 1907, cuando la firma Gath & Chaves resuelve comercializar discos con su sello. Aquí el negocio crece rápidamente al decidirse enviar tres artistas a Francia para grabar discos. Los elegidos fueron Ángel Villoldo y los esposos Gobbi. La inminencia de la guerra los ahuyentó de Europa pero no de los escenarios diversos que fueron transitando hasta su regreso al Uruguay primero, y a la Argentina, después.

El afán de aventuras tentó a los componentes de la primera embajada tanguera, en realidad solamente dos muchachos. Uno, el autor de la música de “La morocha”, también pianista y excelente bailarín: Enrique Saborido; el otro, un notable músico y compositor: Carlos Vicente Geroni Flores. Arriban al viejo mundo unos años antes que estalle la primera guerra mundial, es 1911. Saborido se luce enseñando a bailar, en especial a numerosas damas que requieren sus servicios.

En 1913, esta conquista de París tiene su momento decisivo con la llegada de tres músicos y una pareja de bailarines: Celestino Ferrer (guitarrista después pianista), Vicente Loduca (bandoneón), Eduardo Monelos (violín) y El Vasco Casimiro Aín y su compañera Martina. Los músicos consiguen trabajo en el Cabaret Princesse que estaba ubicado en la planta superior de la rue Fontaine, número 6 bis, abajo funcionaba el Teatro Deux Masques, luego convertido en el Cabaret Palermo.

Al poco tiempo, Loduca recibe una propuesta para marchar al Brasil, no para actuar como músico sino como mago, era su afición y quiso tomarse una prueba. No duró mucho, pero lo suficiente como para que Ferrer llame a Buenos Aires para conseguir otro fueyero, Güerino Filipotto. Después un nuevo inconveniente, esta vez más grave, se enferma Eduardo Monelos, quien regresa a nuestro país y fallece atacado de tuberculosis. En su reemplazo va otro violinista de quien no han quedado mayores referencias, José Sciutto.

La actuación de los muchachos se ve interrumpida por la guerra. Ferrer tiene amistad con un magnate del turf, el norteamericano Mister Ryan quien les propone actuar en su país, Sciutto se queda y el resto se va a Norteamérica. De inmediato, la frustración, en Estados Unidos el tango no interesaba. Entonces, Ryan les consigue trabajo. Uno se transforma en vendedor de caramelos, otro lava coches. El Vasco Aín se la rebusca y da clases de baile y es cuando se produce aquella curiosa anécdota. Viven alquilando un pieza con tres camas, dos son ocupadas por Ferrer y Filipotto, la tercera ya tenía su habitante, El Tano, un muchacho italiano que se ganaba la vida como albañil, quien con el invento del cine, se transformó en el mundialmente famoso, Rodolfo Valentino.

Terminada la guerra, sus instrumentos continuaron desparramando tangos de vuelta en París. Y llega 1920, punto final de esta recorrida. Tras una serie de vicisitudes arriban Manuel Pizarro y El Tano Genaro Espósito. Se encuentran de inmediato con Ferrer, Filipotto, Aín y Sciutto que no la están pasando bien.



Pizarro traba amistad con un aristocrático muchacho argentino gustador del tango, era Vicente Madero. Este se las ingenia para presentarle a Ely Volterra, el nuevo patrón del Princesse, para que lo contrate. Madero recomienda y el patrón acepta correr el riesgo. El tango debe ser negocio en ese momento, porque se calcula que son más de cuatro mil los argentinos en París y la mayoría conoce el salón.

Pizarro forma una orquesta con los muchachos citados y otros franceses, deben vestir trajes de gauchos, ya que como atracción extravagante el sindicato los deja actuar. Y llega el debut. Enrique Cadícamo escribió que “El entrerriano” fue el primer tema ejecutado.

A partir de ese momento es que se puede asegurar que el tango sedujo París y, a su vez, resultó aferrado a esa ciudad.

En una charla previa, todos reunidos, Ferrer dijo: «Volterra cree que cuando se le llene el cabaret de argentinos se va a salvar de esos franceses «garroneros» que son como la peste». Cuando el empresario supo el significado de la palabra, decidió rebautizar el Princesse y ponerle El Garrón, que resultó el reducto histórico del tango y el estandarte de un triunfo: imponer nuestra música en Europa, en el país admirado que tanto tuvo que ver en su tiempo con nuestra cultura.