Por
Federico Monjeau
| Gaspar Zimerman

Federico - Dos reportajes a Leopoldo Federico

oy tenemos la impresión que el tango es una moda en todos lados.

Leopoldo Federico: De lo que hay en la noche de Buenos Aires el noventa por ciento es para el turismo. Es cierto que gracias a eso los músicos están trabajando. Pero no es lo mismo. Vea, yo actuaba en Michelángelo, El Viejo Almacén, Casablanca, subía con mi orquesta y actuaba 20 minutos porque había seis o siete números distintos, Alberto Marino, Alberto Podestá, el Sexteto Mayor, todos juntos en una noche. Ahora el espectáculo termina con un trío o cuarteto que lo ponen en un escenario para acompañar todo el show, con algunos bailarines y algún cantor.



No reniego de eso, de que haya difusión, porque si no estaríamos desaparecidos del mapa. Yo acepto las cosas aunque no estén bien hechas, porque alguien se acuerda de nombrar el tango, entonces pensamos que estamos en el mejor momento de la historia, y no es así económicamente.

—Pero si usted quisiera podría tocar varias noches por semana.

L.F.: No con la orquesta, doce personas arriba de un palco, ni loco. Hoy una orquesta no la banca nadie. Con doce músicos se hacen tres conjuntos. No se puede mantener porque hay que tener continuidad. Lo económico está conectado con lo artístico. Hoy un músico se compromete y, a la semana, le sale un girita donde se gana unos pesos más, deja lo que está haciendo y hay que buscar un reemplazante. Y la orquesta no es la misma, no suena igual. Un segundo violín o un segundo bandoneón no se nota mucho, pero si me falta el pianista y viene uno de cambio, me tengo que escapar, el público nota algo distinto en el sonido. Uno de mis músicos, Fernando Cabarcos es el que se encarga de todo, el trato con los muchachos, los cambios, luego me lo dice y yo acepto o no, no quiero estafar al público. Antes, con Aníbal Troilo o Juan D'Arienzo eso era raro que pasara, porque era como trabajar en una empresa. Yo hice tríos, cuartetos, estoy feliz de mi trabajo con Roberto Grela, pero quiero morirme con la orquesta. El sonido de la orquesta me ampara, me hace sentir cobijado. Es como una familia que tengo detrás de mí, que estamos pensando lo mismo.

—¿Hay relación entre la decadencia de la orquesta y la del tango cantado?

L.F.: Seguramente. Hay cantores que zafan, pero son los menos. Hay una gran cantidad de mujeres que tampoco ayudan. Cuando Julio Sosa se separó de Armando Pontier para hacer su carrera de solista, ya tenía una serie de éxitos, con Pontier, con Francisco Rotundo. Si hubiera querido explotar su cartel, se ponía tres músicos atrás y hubiera sido un golazo. ¿Pero por cuánto tiempo? No es lo mismo Sosa con guitarras que con una orquesta atrás. Los cantores siempre empezaron sus éxitos con orquesta empujando desde atrás, llámese Alberto Morán con Osvaldo Pugliese, o Roberto Chanel o Jorge Durán con Carlos Di Sarli.

—¿Se cantaba al compás como un instrumento más?

L.F.: Sí, era un instrumento más, pero con el atractivo adicional que tenían los cantores en ese momento, sobre todo entre las mujeres. En aquella época había un ambiente propicio para letras que han quedado en la historia.

—Usted, tango con letra no compuso demasiado ¿no?

L.F.: Sólo dos o tres cosas, no me considero un compositor. Hice varios temas con Osvaldo Requena, porque nos une una gran afinidad.

—La riqueza histórica del tango no radica tanto en el repertorio como en la interpretación ¿no es así?

L.F.: En la interpretación y en el arreglo. Un muy buen tango con un mal arreglo es un desastre y otro de regular para abajo con un buen instrumentista y un arreglo que lo pueda disfrazar, pasa fenómeno y en una de esas hasta uno termina creyendo que es muy bueno.

—¿Qué opina del tango electrónico?

L.F.: A lo mejor es para los chicos como un ruido que se baila. Pero no me gusta, no lo digiero.

—A pesar de la edad sigue tocando con un vigor llamativo, ¿Siempre tocó con e esa fuerza?

L.F.: De joven era más impulsivo todavía. A veces me veo en algún video y parece que estuviera haciendo bandera, camelo. No es así, yo me quiero controlar. Pero no puedo estar tocando tranquilo, no lo siento. Me quiero llevar toda la orquesta conmigo, por eso me caratulan de «bandoneón cadenero». Con movimientos, gestos, miradas, logro la unión de la orquesta.



—Con respecto a la vida de los músicos de tango, al trabajo nocturno, el público los asocia a la bohemia. ¿Era así o es una vida sacrificada?

L.F.: Las dos cosas. Conocí a muchos que al día siguiente no aparecían en su casa. No es que anduvieran en cosas raras; era gente a la que le gustaba compartir con amigos. El músico siempre tuvo el cartel de la bebida y de la droga, pero vicios siempre hubo en todos lados. También estaban los otros, del cabaret a casa. Entre esos estuve yo.

—¿Cómo era el vínculo con las chicas del cabaret?

L.F.: Hubo de todo. Relaciones de trampa y de las otras. Hay muchos que se han casado con esas chicas. No es ningún pecado; la gente piensa que eran artífices de la corrupción, pero esas cosas ocurren hasta en una oficina.

—Colegas de la nueva generación que le llamen la atención.

L.F.: Está Horacio Romo que tiene la forma de tocar de Pedro Laurenz, con esa fuerza. Me identifico con Laurenz pero tengo puesto los oídos también en Astor Piazzolla y Troilo, en el tango, en el bandoneón, están ellos y Pedro Maffia, y después todos los demás.

Entrevistas publicadas a Leopoldo Federico en el diario Clarín, de Buenos Aires, y realizadas por Federico Monjeau (29/12/2005) y Gaspar Zimerman (5/10/2007).