Por
Enrique Binda

Las grabaciones eléctricas y un truco de marketing

penas iniciada la década del 20, en los Estados Unidos comenzaron a desarrollarse los rudimentos técnicos de lo que, en materia de grabaciones, constituiría un fundamental avance. Me refiero a las grabaciones eléctricas, llamadas así por utilizar micrófonos y amplificadores para procesar y registrar el sonido.

A mediados de 1925 el sistema se hallaba listo para su explotación, pero surgió un problema no de índole técnica sino comercial: ¿qué hacer con el inmenso stock mundial de discos grabados por el todavía vigente sistema acústico, de muy inferior calidad sonora? Era esperable que ante la abrumadora diferencia auditiva, el público se volcase masivamente al nuevo procedimiento, rechazando a partir de entonces adquirir los acústicos.

Acuciante y costosísima disyuntiva, solucionada mediante una treta magistral que consistió en hacer lo totalmente opuesto, a lo que sería esperable en ocasión del lanzamiento comercial de los eléctricos. ¿Cuál fue? Pues ingeniosamente ocultar la extraordinaria novedad, sin publicitarla en absoluto. Para garantizar este «silencio de radio», pactado entre todas las empresas y que todo pasara desapercibido, se mantuvieron sin alteraciones las etiquetas.

Idéntica postura se adoptó en nuestro medio durante 1926, cuando aparecieron las grabaciones eléctricas en Victor y luego en Odeon. En el primer sello, los discos generados por el nuevo sistema «confesaban» la novedad, tan sólo por la aparición en la zona no grabada donde se halla el surco de salida, de un óvalo con la inscripción V. E. (Victor eléctrico).

En Odeon hubo más «pistas», pero pasaron desapercibidas para el grueso de los adquirentes. Y veremos que también para especialistas. Recién hacia mediados de 1927, a la etiqueta tradicional de los acústicos con el logo del Odeon «flaco», se adosó la tímida inscripción «grabación eléctrica». Arribado el deslinde de los años 1927 y 1928, ahora sí se cambió la etiqueta, aclarándose a partir de entonces con bombos y platillos hacerse las grabaciones con el «Sistema Verotón». Algo semejante sucedió con Victor.

Increíblemente, este ardid comercial-publicitario seguiría dando sus frutos casi sesenta años después. En cierta ocasión, me hallaba consultando el material de otro coleccionista, con el objeto de anotar los datos presentes en los discos y así avanzar en mis investigaciones discográficas. Para mi sorpresa, mientras revisaba un Odeon de principio de 1927, surgió el siguiente diálogo:

—¿Viste, flaquito (yo por entonces lo era), qué bien suenan estos últimos acústicos?
—¡Pero si éste ya es un eléctrico!, le dije.
—¡Cómo va a ser eléctrico, si la etiqueta no lo dice?, fue su respuesta.

Tras lo cual, le hice notar todas las evidencias que tenía el ejemplar denotando su cuna eléctrica, en las cuales él nunca había reparado. Ellas eran: a) poseer surco de salida (los acústicos de este sello no lo tenían); b) tener en la pasta impreso el logo del sistema técnico utilizado, semejante al símbolo de la libra inglesa; c) haber comenzado nuevamente desde uno, los números de matrices; d) poseer éstas el prefijo e indicativo de ser eléctricas. La reacción fue: «¡Mirá vos, tantos años juntando discos y lo que vengo a aprender!».

La moraleja es que para extraer toda la información que contienen los discos, no sólo se los debe acopiar en grandes cantidades y escuchar con atención: también hay que aprender a leerlos. Diría más: hay que saber pensarlos.