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Por
Luis Alposta

Cuando el tango llega a los recetarios

os efectos terapéuticos de la danza se remontan a los tiempos prehistóricos, cuando el hechicero de Cro-Magnon invocaba mágicos encantamientos y ejecutaba danzas rituales para ahuyentar a los espíritus del mal que se escondían en el cuerpo del enfermo.

Miles de años después, antropólogos y fisiólogos desarrollaron más de una teoría en torno a sus orígenes. Teorías que atribuyen al sonido rítmico la puesta en marcha de un reflejo neuromuscular originado en el hipotálamo; o las que argumentan que la danza refleja el ritmo de los procesos biológicos, los latidos del corazón y la respiración.

Sean cuales fueren los procesos fisiológicos, entre la mayoría de las sociedades primitivas, la danza sirvió para expresar la unidad y fuerza de la tribu, así como para constituir un elemento poderoso en los rituales de magia, propiciación e invocación. Las danzas primitivas celebraban acontecimientos importantes, tales como el nacimiento, la pubertad, el cortejo, el casamiento, la enfermedad y la muerte. Tanto se ejecutaban danzas para sanar a los enfermos como para lograr la comunión con espíritus demoníacos o antepasados.

Entre los griegos, Pitágoras —llamado padre de la terapia musical— fue quien dedujo que la misma música que calmaba los ánimos de un solitario pastorcillo en una lejana isla, llegaba a los límites más extremos de las esferas celestiales. Platón fue quien recomendó que se buscara la salud del cuerpo y de la mente en la música y la gimnasia. Pero ha sido Aristóteles quien atribuyó el efecto benéfico de la música a una «catarsis emocional», sentando así las bases para la investigación moderna de los efectos que produce la música sobre los instintos y las emociones.

Dado que el denominador común de toda vida es el movimiento —aun cuando descansamos el corazón sigue latiendo y los pulmones trabajando— la danza, lejos de estar contraindicada, bien puede llegar a actuar como coadyuvante en el tratamiento de determinadas patologías. La respuesta al sonido rítmico a través del movimiento del cuerpo es una característica básica que se encuentra en todos los hombres. La música y la danza, si bien no constituyen per se medicamentos capaces de curar, cuando se combinan con la psicoterapia y otros métodos terapéuticos pueden llegar a representar valiosos agentes capaces de apoyar y acelerar el proceso de curación.

A través de serios estudios llevados a cabo en distintas partes del mundo, se ha podido determinar que la música estimula todas las funciones relacionadas con el metabolismo y con las glándulas de secreción interna, estableciéndose con ello una base fisiológica para el empleo de la música y la danza en el tratamiento de ciertas enfermedades.

Ambas, en general, pueden llegar a liberar al paciente de tensiones emocionales o mentales motivadas por preocupaciones o disgustos, teniendo en cuenta que, el mayor valor de la danza, en determinados casos, reside en su ilimitado potencial como agente «resocializador».

En un reciente estudio sobre los efectos de la danza en personas de la tercera y cuarta edad, realizado en la Universidad Mc Gill, de Montreal, Canadá, la doctora Patricia McKinley afirma que bailar el tango es tan saludable como hacer gimnasia. Los logros obtenidos, además de reconfirmar que se trata de un ejercicio que ayuda a combatir el sedentarismo, fueron los de mejorar la motricidad y la coordinación de los movimientos, dando así una mayor seguridad en la marcha.

En la página 12 del diario La Razón del 13 de noviembre de 1913, se hace referencia a un curioso informe de la Academia de Medicina de Francia, que dice: «Desde el punto de vista de la educación física esta danza (el tango) tiene sobre todas las otras creadas desde veinte años a esta parte, la ventaja de hacer trabajar más el cuerpo y los brazos, forzando las flexiones y las extensiones alternativas de la musculatura de la región lateral del torso, las extensiones de los músculos de la región anterior del pecho con fuerte proyección de los hombros hacia atrás, las extensiones de los grupos lumbares y abdominales laterales...», etc. El comentario concluía así: «De modo, pues, que en adelante, los médicos franceses prescribirán a los niños débiles para alternar con los baños de mar, tangos a toda hora».

Muy lejos están estas observaciones (y conclusiones) de las que publicara en un periódico parisino el escritor y periodista francés Maurice Dekobra (1885 - 1973), autor del libro Mon coeur au ralenti, quien combatió al baile del tango diciendo que: «... arruga el cutis y envejece. La preocupación de dar un paso contrae las facciones; una arruga se forma en la frente, entre los ojos, y la “pata de gallo” se diseña en cada movimiento. El despecho, cuando no se ha avanzado el pie al compás, marca un pliegue de amargura en los costados de la boca, que no se borra muy fácilmente». El cuello, según Dekobra, tampoco se libra de los “desastres” del tango: «... al dar vuelta la cabeza demasiado a menudo, el collar de Venus vuélvese un horrible surco». (La Razón, Buenos Aires, febrero de 1914)

Por otra parte, el baile del tango ha demostrado, además, ser un buen aliado en la prevención de ciertas afecciones cardiovasculares. El corazón, que antes pertenecía al dominio exclusivo de los enamorados y poetas, ha pasado a ser preocupación de la mayor importancia científica en el campo de la medicina; el alfa y el omega de la vida, que comienza a latir cuando el embrión tiene sólo tres semanas y no cesa de pulsar hasta su muerte.

¡El corazón! El más cantado de los órganos del cuerpo humano.

¡El corazón! Cuyos vínculos con el espíritu persisten no solo en la literatura universal, sino también en las letras de muchos tangos. En las obras de Shakespeare existen infinidad de alusiones a este órgano; la palabra corazón figura en los títulos de 583 tangos (según me informa Omar Granelli). Y baste ahora con recordar solo tres: “Corazoncito (Ñafa)”, “Corazón de papel” y “Corazón no le hagas caso”.

El tango-danza, como terapia, que ha demostrado actuar mejorando la tolerancia al ejercicio y la calidad de vida, ha llegado a los recetarios.

Los que aun no se han enterado y lo siguen bailando con apasionamiento en los clubes de barrio y en las academias, nos recuerdan a un personaje de Moliere: están haciendo terapia, y en algunos casos, rehabilitación, sin saberlo.