Por
Héctor Ángel Benedetti

Gabino Ezeiza, el payador de San Telmo

lgunos mencionarán a José Betinotti, otros quizá señalen a Pablo Vázquez, a Higinio Cazón o a Nemesio Trejo, y aún quedará quien se incline por Luis Acosta García o por Andrés Cepeda; pero de esa camada tan particular de payadores que se vio y se escuchó, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, sólo uno conservaría, mucho después de su deceso, la condición de haber sido «el más extraordinario improvisador» de su época: Gabino Ezeiza, representante del porteño barrio de San Telmo.

Nació en 1858, por lo que puede decirse que creció a la par de la conformación de la república; y lo hizo en una ciudad que definitivamente dejaba de ser la «Gran Aldea» para convertirse en una verdadera metrópoli. En su obra ulterior quedaría un reflejo de este período tan particular de la sociedad bonaerense, que políticamente vio el crecimiento de los partidos políticos y los caudillos de atrio, y en lo cultural también se vio transformada con la presencia del inmigrante a la par del criollo.

No es éste el lugar para desarrollar ni el origen ni los pormenores del arte del payador, pero vale la pena recordar que hacia las últimas tres décadas del siglo XIX este género cobró una inusitada importancia y logró integrarse con solidez y permanencia en el ambiente urbano. En esta generación de payadores se incluye a Ezeiza.

Muchos datos de su biografía adolecen de vaguedad. Son inseguras las referencias sobre sus antepasados; se los ha imaginado como orgullosos libertos que vivieron su época de esplendor antes de Caseros.

También son pocas y pobres son las noticias que se tienen de su iniciación y de sus maestros, aunque se recuerda un nombre más bien borroso: el de un tal Francisco Luna, identificado o quizá confundido con un moreno Pancho que payó y perdió contra Santos Vega. Activo desde los tiempos de Rivadavia, este Luna ofició de pulpero y obtuvo alguna nombradía en el «Barrio del Mondongo», ubicado dentro de los límites de la parroquia de San Telmo; aparentemente, fue quien invistió de payador a Ezeiza cuando, al retirarse, le regaló su guitarra.

Antes de 1880 ya estuvo midiéndose y cosechando victorias. Fueron de su gusto los contrapuntos de preguntas y respuestas, de los que han quedado graciosos testimonios. Uno de ellos apunta a cierto encuentro en Lomas de Zamora, durante el cual alguien del público pidió como tema la metempsícosis (una doctrina religiosa según la cual las almas transmigran de un cuerpo a otro). Ezeiza lo resolvió de un modo genial: «Al que me mete metempsícosis / le contesto en estilo vario, / le contesto en estilo vario: / ¿por qué al mandarme la pregunta / no me mandó también el diccionario?»

Picardías como ésta serán su gran triunfo. Como todo payador, era consciente que su habilidad no consistía en lo florido del lenguaje o en una observación rigurosa de las reglas poéticas, sino que todo su éxito dependía de una respuesta rápida e ingeniosa.

Otro ejemplo, de cuando el caricaturista José María Cao le exigió que payase sobre el logaritmo: Ezeiza pidió permiso, fue hasta la casa de un profesor amigo para asesorarse y volvió al rato dispuesto a improvisar con el nuevo conocimiento: «Señores, voy a explicar / la ciencia del logaritmo, / si acierto a cantar al ritmo / de mi modesto payar. / Pongamos, para empezar, / dos progresiones enfrente; / por diferencia y cociente / correspondiendo entre sí, / y ¡ahijuna! saldrá de aquí / un sistema sorprendente...»

En 1884 hizo una payada de contrapunto con Nemesio Trejo, a beneficio de las víctimas de una inundación en Barracas. La forma elegida fue la milonga; Ezeiza coronó la función haciendo una descripción en verso de la ciudad de Montevideo, pero su momento más brillante fue cuando por accidente saltó una de las cuerdas de su guitarra. En un alarde de repentización, Ezeiza comparó aquella cuerda rota con sus propios sentimientos.

Presentándose en teatros y en circos criollos (y también en sociedades y en comités), Ezeiza fue forjando una destreza envidiada y temida. Entre sus contrincantes más célebres se recuerdan a Félix Vega, del Tuyú; Ramón Barrera, de Dolores; y su rival más temido: Pablo J. Vázquez, de Flores. Con éste mantuvo una peligrosa payada en Pergamino, que comenzó el 13 de octubre de 1894 y duró dos noches. Ha sobrevivido versión taquigráfica de esta topada, en la que Ezeiza llegó a provocar a Vázquez diciéndole: «Hay algunos que pensaban / que del todo yo había muerto; / calcular ahora usted puede / lo que puede haber de cierto».

Sin embargo, Ezeiza solía recordar como un gran adversario en el contrapunto al tenor Florencio Constantino, de reconocida trayectoria en el Teatro Colón a partir de 1909. Si bien se lo ha identificado como intérprete lírico al punto de borrarse casi todo registro de su actividad como payador, Constantino practicó la improvisación al mejor estilo de Ezeiza; y éste no dudaría en afirmar que en dicho campo el tenor, otrora, «se hacía temer».

Ezeiza payó en el Uruguay con Juan De Nava; fue entonces cuando nació su canción “Saludo a Paysandú” —también llamada “Heroico Paysandú”, por su verso inicial—, compuesta sólo para congraciarse con un público insólitamente hostil. (Como Ezeiza payó también con Arturo De Nava, hijo de Juan, es frecuente que al relatar este episodio se equivoquen sus nombres). Pero esta obra perduró ante su propio asombro, pues reconocía no poseer aptitudes literarias: aún hacia 1911, cuando ya desde hacía mucho era uno de los artistas favoritos de los porteños, confesaba en un reportaje de la revista P.B.T. que no tenía condiciones de escritor.

Entrada la década del veinte, a más de un lustro de la muerte de Ezeiza, esta canción todavía estaba en el repertorio de muchos cantores. El dúo Gardel-Razzano la grabó para discos Nacional en 1922; sus versos aún eran populares: «Heroico Paysandú, yo te saludo / la Troya americana porque lo es; /saludo a este pueblo de valientes / y cuna de los bravos Treinta y Tres».

Pero lo cierto es que no sólo subsistió el “Saludo a Paysandú”. También quedaron “El silencio de las tumbas”, “Él sabía”, “Mi caudal”, “Ella [b]”, y algunos episodios históricos como “El combate de San Lorenzo” y “Naufragio de la Rosales” que, al igual que los poemas citados, serían ampliamente reproducidos en folletos. También escribió por lo menos dos piezas dramáticas: “Lucía Miranda” y “El cacique Mangoré”.

La Revolución del Parque (1890) lo encuentra militando en las filas de Alem, adhesión que le llevará a sufrir la cárcel y posteriormente el incendio del Pabellón Argentino, un circo que había adquirido gracias a un golpe de suerte en la lotería. Fue partícipe también de los alzamientos de 1893, y muchos años después seguiría luciendo con orgullo las medallas con que lo distinguieron por su lealtad el doctor Mariano Candioti y el general Frías.

En 1895 Ezeiza contrajo nupcias con Petrona Peñaloza, de la familia del lanceado caudillo de La Rioja. De los seis hijos de este matrimonio, Fortuna, la mayor, demostró desde niña tener excelentes dotes de soprano. En su primer domicilio de la calle Cuenca, y más tarde no muy lejos, en Azul 92, los Ezeiza solían recibir permanentes visitas de las personalidades de aquellos años, que a menudo iban acompañadas de periodistas, deseosas de escuchar ese talento tan particular de Gabino y de retratarse junto a él.

A partir de 1905 el fonógrafo lo recogió y lo prolongó en el tiempo. Por eso es inexacta la letra del tango compuesto en su homenaje, “Gabino”, de Antonio De Bassi y Manuel Romero, cuando dice «no cantó para el disco Gabino...» Por el contrario, Ezeiza grabó y lo hizo en cantidad, en placas de los sellos Zonofono (discos que traían registros en una sola faz), Columbia Record y ERA. De estos últimos se han visto publicados algunos temas bajo otras etiquetas, como Artigas.

Es probable que la voz de Ezeiza provoque hoy una especie de desilusión si se espera encontrar en ella un estilo virtuoso o algún recurso fuera de lo común. Pero encarar estos discos con oídos de melómano sería un error. Su valía es otra: es la del documento sonoro de una clase de intérprete que pocos años después desaparecería. No puede pasar inadvertido un dato: a la par de sus canciones en tiempo de milonga, cifra u otros ritmos adecuados para la payada, Ezeiza también componía, cantaba y grababa tangos, alrededor de 1905.

El invencible payador falleció el mismo día en que Yrigoyen asumía la presidencia de la Nación. Sus restos descansan en el Cementerio de San José de Flores. Héctor Blomberg lo recordó en su milonga “El adiós de Gabino Ezeiza”, musicalizada por Enrique Maciel y felizmente llevada al disco por Ignacio Corsini en 1933. En una de sus estrofas pedía a Buenos Aires que no lo olvidase, pero a la memoria suele gustarle de vez en cuando el olvido.