Por
Néstor Pinsón

Crónica de un tajo y un tango, “Recuerdos de Zambonini”

icen que ocurrió por el Centenario, quizás un par de años más tarde, en un café de camareras en el barrio de La Boca. El hombre de unos treinta años, al que apodaban El Rengo, marcó profundo con la hoja de su cuchillo el rostro del muchacho, Roberto Firpo, al que respetuosamente ya lo trataban como Don Roberto. Las razones de aquel violento ataque sólo fueron conocidas por los testigos presenciales, quienes guardaron un honorable silencio.

También se supo, que no conforme con la agresión, el atacante marchó hacia su casa y, de inmediato, agregó las notas musicales que faltaban en una pentagrama y, con firme morosidad, dibujó letra a letra las palabras del título de un tango: “Recuerdos de Zambonini”, en alusión al tajo inferido y utilizando su propio apellido, para que todos supieran del hecho. Un acierto impensado, porque el título perduró para siempre y la melodía pronto fue olvidada.

El agredido restó importancia al asunto y sólo dijo haber sido herido de a traición. Pero fue más allá, también hizo un tango, “Mal pegador”, que no tuvo ninguna importancia dentro de su posterior obra autoral. Y aquí por lo que sabemos, todo terminó.

De Don Roberto, es mucho lo que ha trascendido como personaje fundamental del tango, de El Rengo Ernesto Zambonini, muy poco. Aquí van algunos apuntes sobre su paso por nuestra música.

Nació en 1880 y falleció el 23 de abril de 1947, ya alejado del tango. Fue violinista en conjuntos de la época. Podemos recordar su participación con Vicente Greco, con un trío junto a Eduardo Arolas y Rafael Tuegols, en la orquesta de Firpo, en la del Tano Genaro (con Juan Carlos Cobián al piano), con Manuel Aróztegui y en otras formaciones olvidadas.

Francisco Canaro, que no era de hablar mal de sus viejos compañeros, y a quien Zambonini dedicó el tango, junto a Félix Camurano, no se inhibió de describir negativamente su personalidad: «Tenía el vicio de emborracharse, y cuando estaba en ese estado se convertía en hombre impertinente y provocador en extremo» y se citan sus palabras porque entre sus andanzas se cuenta una acaecida también en La Boca. En un local tocaba una orquesta de italianos y por alguna razón, seguramente el alcohol, los obligó durante horas a que ejecutaran únicamente su tango “La clavada”. Suponemos que la imposición habrá tenido una amenaza contundente.

No lo podemos asegurar, pero también “La clavada”, por lo sugerente del título, se nos ocurre tendría que ver con ese episodio, permanente obsesión del autor hasta el final de sus días. Esto no obstante, el dibujo que ilustra la partitura, donde aparecen unos paisanos jugando a la taba. Pero tampoco, en la edición original de “Recuerdos de Zambonini” la ilustración hace alusión a la agresión, si no que muestra un coche a caballos con cuatro juerguistas.

De su vida casi nada se conoce; sobre su aspecto, es interesante la breve descripción que hizo León Benarós:

«Yo era un joven abogado trabajando en un juzgado en San Martín donde era juez en lo civil el novelista Miguel Angel Speroni, quien me comenta:
—¿Sabés quien anda siempre por el boliche de enfrente?... Zambonini.
—¿El de “La clavada”?, pregunté.
—Exactamente.
—Esto es más importante que la sucesión —agregué—, y me crucé al bar. Y allí estaba, sentado junto a una mesita con un vaso de vino blanco. Aceptó el elogio que le hice por el tango nombrado y con unos vinos más se puso algo locuaz.
—¿Usted sabe que yo le pegué un tajo a Firpo por debajo de la barbilla? Estuve preso, En la cárcel vinieron de una editorial de música y me hicieron firmar un papel. Yo creía que era una autorización para editar una obra y resulta que era una cesión de derechos. Menos mal que cuando salí pude arreglar el asunto.
Era un hombre chiquito, hosco y lo más curioso es que estaba en camiseta y con los pantalones rigurosamente sujetos con un alambre».

Estos escasos informes nos dan un perfil del personaje. Sin embargo tuvo una estrecha amistad con un hombre que bien puede situarse por cultura, refinamiento e incluso, condición económica, en sus antípodas: Carlos Posadas. A tal punto, que fue uno de los pocos que se mantuvo junto a su lecho cuando enfermó y casi el único que acompañó sus restos.

Como músico se lo ha considerado, junto a Ernesto Ponzio, el creador del compás canyengue con el violín, como Prudencio Aragón lo fue para el piano y Leopoldo Thompson para el contrabajo.

Compuso y editó una treintena de temas. Citaremos sólamente: “La calesita [c]”, que grabó Canaro en 1924; “María Barrientos”, que evoca a la célebre cantante lírica; “Recuerdos de Zambonini”, objeto de esta crónica, que llevara al disco el Tano Genaro en 1913 y en cuya partitura, editada por Juan Balerio, puede observarse la única fotografía que se conoce de Zambonini (con rancho de paja, cigarrillo y lápiz) y donde se manifiesta, con una perversa ironía, al denominar la obra como «Tango precioso». Por último “La clavada”, dedicado a Carlos Posadas, Juan Bergamino y Feliciano Herrera, que grabó Greco en 1913, Canaro en 1930, Fresedo en 1933, Juan D'Arienzo en 1940 y 1967 y Horacio Salgán en 1950 y 1964, entre otros. Este fue, sin lugar a dudas, su tango perdurable.