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Por
Rafael Flores

Caballos, tangos, viajes

os caballos de carreras representaron en la vida de Gardel un asunto de peculiar interés. También los otros caballos, los «compañeros» deberíamos decir, porque en el país agroganadero y próspero que era la Argentina, la «condición ecuestre» ocupaba un lugar de privilegio en el imaginario colectivo. Para el gaucho, andar o estar a pie era una de las peores desgracias. A uno de los últimos caudillos gauchescos, Chacho Peñaloza, cuando le preguntaron cómo se encontraba en su exilio respondió: «¿Y cómo cree usted? Estoy en Chile y de a pie».

La poética payadoresca de tradición oral, así como la escrita, dan buena cuenta de una cultura desarrollada a caballo, tanto en la montaña como en el llano. Los primeros y más conocidos temas cantados por Gardel incluyeron títulos relacionados con caballos singulares. Repárese en “El moro” y “El pangaré”, grabados en 1917. En el imaginario colectivo de Argentina se honraba una historia de hombres a caballo, por lo que fue natural que Gardel se enrolara desde sus primeros tiempos en círculos gauchescos. Sin embargo, la configuración urbana que marcó el desarrollo del país como nación moderna, le imprimió sus matices.

Los ritos campestres se urbanizaron en los hipódromos, a los que concurrían los argentinos de clase media y alta para el espectáculo de las carreras y las apuestas.

De los numerosos episodios documentados en anécdotas, memorias, cartas y libros, recordaremos el ocurrido el 16 de noviembre de 1918. El dúo Gardel-Razzano se encontraba en General Pico (La Pampa), actuando a la par que la orquesta de tangos de Roberto Firpo, quien era el responsable de todo el elenco. Gardel y Razzano, además de cantar, practicaban sus humoradas y deseos de juerga. Entre las travesuras que el pobre Firpo tuvo que asimilar estuvo la huida del dúo durante la noche. Tras un largo viaje en tren asistieron a la final de una carrera en la que competían dos famoso caballos, Botafogo y Grey Fox. Al día siguiente Firpo debió disculpar la ausencia del dúo, entre las risotadas de sus compañeros de gira, ante el público y los empresarios.

El tiempo transcurría y las visitas al hipódromo eran constantes. Todos los domingos, dice un tango. En el año 1925 Gardel estaba en condiciones de tener su propio caballo de carreras, Lunático, aunque no un stud para guardarlo. Se sirvió del que poseía un amigo de toda la vida, Francisco Maschio. Se trataba de un pura sangre con buena genealogía, aunque a pesar de los mimos y de la fama del dueño su rendimiento fue mediocre. Concluida su vida en el hipódromo, lo condujeron a una estancia en la provincia de Santa Fe. Allí ofició de semental, hasta que en el año 1933, por voluntad de su dueño, lo llevaron a campo abierto para que acabara sus días en libertad. Después Carlos Gardel compró más caballos de carreras, en total seis. La suerte fue variada y la pasión tuvo sus altibajos. Gardel jugaba apuestas mediante telegramas enviados a su apoderado en Buenos Aires, sin menguar su asistencia en las giras, a los hipódromos de Montevideo, París y Nueva York.

Durante aquella época dorada de los hipódromos en Argentina el jockey más celebrado era Ireneo Leguisamo, el Mono, uno de los grandes amigos de Gardel. Estando en Niza, éste lo invitó a un viaje por la Costa Azul, a las playas, hoteles y salones de moda más elegantes de Europa. Hay numerosos tangos con argumentos sobre caballos y carreras; quizás el más conocido y de mejor calidad, sea “Leguisamo solo”, que cantó y grabó en Barcelona en 1926 y después en Buenos Aires en 1927. En las memorias del jockey, compiladas por Daniel Alfonso Luro, Leguisamo de punta a punta, hay sabrosas referencias a su amistad con Carlos Gardel en quien, a pesar de la creciente actividad artística que lo obligaba a residir durante meses y años en el exterior de Argentina, no decayó el interés por el turf. En carta a su apoderado, desde Nueva York, en 1934 dice:

«Querido Armando, mañana giro. Jugate quinientos boletos por mitades; arreglá gastos, ganara o perdiera, telegrafiá enseguida contento. Saludame a Francisco y Mono. Cariños. Hacé fuerza».

Asimismo, seguramente castigado por las pérdidas y decepciones. en carta posterior desde Bogotá, el 20 de junio de 1935 le dice al mismo Defino:

«Al llegar a Nueva York te giraré el paco íntegro y copioso. Haz ubicar ese dinerito ganado a fuerza de cuerpear negros y hacer pirueta, en el espacio; de los caballos hacés bien en liquidarlos, que se la, rebusquen como puedan, yo ya hice bastante por la raza caballar».

Publicado en Carlos Gardel. La voz del tango, de Rafael Flores, Alianza Editorial.