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Por
Guadalupe Aballe

Homenaje de Todo Tango a Carlos Gardel, 30 de junio de 2005

entro del marco de homenajes públicos —que tuvieron lugar en la ciudad de Buenos Aires tributados a la figura de Carlos Gardel— no podía quedar ausente Todo Tango.

La cita de honor fue el jueves 30 de junio, a las 19:30 horas, en la entrañable Academia Porteña del Lunfardo, que gentilmente nos brindó su casa.

Contamos con la presencia de un público de calidad, entre el cual podemos mencionar al Dr. Carlos Perrotta, de amplia trayectoria en la temática gardeliana, autor de una minuciosa y precisa investigación que echó por tierra la insólita versión de un Carlos Gardel “preso en Ushuaia”; la estimada Ana Turón otra gardeliana de oro, quien viajó desde Azul para no perderse el acto; dos puntales del sitio, del coleccionismo y del tango como son los amigos Bruno Cespi y Héctor Lucci; firmes colaboradores como los son también Héctor Benedetti, Alberto Rasore y José Pedro Aresi.

Marcelo Oliveri nos dio la bienvenida en nombre de la Academia e invitó a nuestro director, Ricardo García Blaya, para que hiciera uso de la palabra, iniciándose así la reunión.

García Blaya reconoció la actualidad de Carlos Gardel a setenta años de su partida física, destacando la realidad de su vigencia permanente en nuestra cultura y en el mundo, recalcando el mérito indiscutible de haber inventado el tango canción.

Tuvo la gentileza de invitarme en primer lugar a subir al escenario. El tema que elegí estaba relacionado con los valores humanos del cantor, su dimensión humana, su generosidad, su amor filial. Él sabía perfectamente que en su primera juventud no había tenido en cuenta los sentimientos de su madre y que con su conducta le había dado más de un disgusto y se ocupó más tarde de reparar esos errores. El trato amoroso que tuvo hacia doña Berta podemos verificarlos a través de las frases entrañables que le dirigía en su correspondencia personal, también al hablar de ella en cartas a sus amigos, o al mencionarla en los reportajes. Errar es humano, pero hacerse cargo de esos errores y repararlos es un verdadero gesto de grandeza.

En cuanto a su compañerismo y humildad, sabía reconocer los méritos ajenos y los propios errores. En una oportunidad, cuando estaba cumpliendo su ciclo de audiciones radiales en 1933, hizo detener la orquesta que lo acompañaba para volver a comenzar su interpretación de “Silencio”, no estaba bien. Estas actitudes solamente pueden encontrarse en los grandes de verdad.

Luego, resalté su sencillez, su dedicación al trabajo, su respeto con el público y admiradores.

Finalizada mi intervención, García Blaya invitó a pasar a Juan Carlos Esteban, un investigador de lujo. Esteban comenzó su alocución con una frase inolvidable: «El ángel de Gardel habita nuestra existencia desde que nos introducimos en su mundo, es decir, desde siempre.» Se refirió luego a la extraordinaria resistencia de Gardel a la inevitable erosión del tiempo: «Su vigencia e inmortalidad, curiosamente, sigue creciendo a despecho de la aparición de nuevas formas musicales que, nacen y se extinguen sin explicación racional.»

Habló de la simbiosis entre la sociedad de su tiempo y Gardel: «En esa hipótesis, el barrio era el protagonista excluyente de lo que, ahora, llamamos la Sociedad Argentina. Tenía límites precisos. Su geografía era el patio, la vereda, la calle o la cortada y , hasta allí se extendía nuestro hogar y, si me apuran, nuestro mundo. El zaguán era el pasador obligado, que nos comunicaba con ese paraíso urbano que se llamaba barrio.»

«Los personajes que convivían en el barrio eran santos y malevos y Gardel los describió a todos, pero también los calificó a todos. Para cada uno tenía reservado el tono elogioso, el castigo, la compasión, la ternura. Su inflexión, la impostación de su voz, los matices, la riqueza cromática no eran siempre iguales. Eran distintas y cambiantes para cada uno de sus personajes.»

Fuertes aplausos dieron cie