Por
Héctor Ángel Benedetti

Ocho mil millones de páginas de internet

uando el tango llama, hay que atenderlo. Es cierto que muchas veces (y sobre todo, en determinadas edades) uno contesta «decile que no estoy», o «que llame más tarde». Pero antes o después hay que atenderlo. Insiste. Y cuando por fin uno recibe la convocatoria, es difícil seguir respondiéndole que no.

Esta es la historia de mucha gente que en algún momento dijo «sí, acá estoy, gracias por llamarme, por esperarme, por estar ahí». Es una pequeña y feliz historia colectiva.

Dos o tres semanas antes alguien recordó que el 16 de mayo es el Día de Todotango. Comenzó entonces, con puntual diligencia, un evento que nadie quiere perderse: los preparativos para la Cena Aniversario.

Quien no entiende de estas cosas supone enseguida que se trata de un Ritual Secreto con una Liturgia Hermética, practicado por una Logia Cerrada que sólo admite Miembros Iniciados en un Lugar Vedado al que sólo se accede por invitación de un Consejo Supremo. ¡Pero al primer pancito que vuela mientras se corea «tiene novia, tiene novia…», esta imagen de francmasonería de dos pesos se derrumba…!

Y de hecho no existe. El 16 de mayo es el Día de Todotango en homenaje a la primera tertulia, que fue en el 2002. Tres años se cumplieron desde entonces, y el tango sigue sumando amigos. No «sectarios». Éstos se quedan afuera. Y a esta altura del año, en Buenos Aires, afuera hace un frío de la madonna.

Que nadie lo niegue: el lunes, ya desde la mañana, todo el mundo estaba ansioso. ¿Cuánto falta para las ocho de la noche? ¿Vendrán todos? ¿Quién se ocupará de las fotos? ¿Alcanzarán los bebestibles? ¿Llevo el quitamanchas a bolilla, por si me mancho con salsa?

Coco del Abasto como organizador-jefe, y José Pedro Aresi y Alberto Rasore como secretarios sin derecho a renunciar, pusieron todo para que esto saliera de la mejor manera posible. Y lo consiguieron.

La hora llegó. La hora señalada, como aquella película con Gary Cooper. Si hasta daban ganas de tararear Do Not Forsake Me Oh My Darling esperando que entrase Grace Kelly... ¡y por cierto que entraron varias princesas! Los comensales fueron acomodándose alegremente, llenando el clásico restaurante de estas reuniones: Il Vero Arturito, en pleno Abasto. Barrio de tango. Gardel. Pichuco. No podía haberse elegido de un modo tan certero.

Cada mesa fue un simposio. Estaban Gabriel Clausi, el Chula , un bandoneonista en cuyo nombre se resume la historia del tango. El músico que vio tocar al mismísimo Eduardo Arolas y que luego paseó su propio conjunto por América, sigue tan activo como siempre; a tal punto que lo sorprendimos en plena redacción de sus memorias. Más allá, rodeado de afectos, se sentó el cantor Roberto Mancini; aquel que a los catorce años ya estudiaba con Eduardo Bonessi y a los dieciocho se incorporaba como vocalista de Miguel Caló. Ben Molar, impulsor de tantos emprendimientos en el tango, y Bruno Cespi, que siempre será como una especie de caja de sorpresas para los coleccionistas, también dieron el presente en esta noche inolvidable.

Mesas colmadas de una hermosa cordialidad. Conversaciones tangueras de las que todos participaban, porque la exclusión es mala palabra. Protagonistas, grabaciones, historias, recuerdos; el ayer y el hoy de nuestra cultura) estuvieron presentes en cada sector. Artistas, investigadores, archivistas, bailarines, condrepas y papirusas se habían dado cita gracias a una extraña magia. O no tan extraña, si se tiene en cuenta cómo es la gente del tango.

La dieta mediterránea lo recomendaba: tras una miscelánea fiambrística y alguna que otra empanadilla, se inició la ronda de fusilli con un «no sé qué» capaz de despertar a la Bella Durmiente. Quizá era ese ragú al profumo di basilico, o algún condimento ultrasecreto cuyo ingrediente celosamente guardado sólo se transmite de generación en generación (por ejemplo: sal Celusal); la cuestión es que los platos quedaron limpios como recién salidos del Emporio de la Loza. Todo ello, regado con un vino que a esa altura ya era casi terapéutico. Y después, unas presitas de pollo que te la voglio dire.

Mario Pino tomó el micrófono y ya no hubo quien se lo sacara. Pasó lista como cuando iba al primero inferior, con el jarrito niquelado y el Faber Nº 2 para tildar a los presentes previo aplauso general. Mientras tanto, el Alemán Enrique Snider agotaba rollos sacando fotos. Todavía se debate si él pertenece a la escuela documentalista de Henri Cartier-Bresson o a la casa de óptica-cine-fotografía de acá a la vuelta. Pero que lo hizo bien, es indiscutible.

Osvaldo Serantes, que siempre trae un regalo para todos, repartió mesa por mesa un sobre cerrado. Fue el momento de la emoción: el homenaje al amigo de todos, aquel inolvidable Boa que hace poquito se nos fue; aquel que cuando uno le decía «Señor Bianchi» contestaba «Señor, las p...», y ya estaba todo dicho.

«El_boa. En este impreso hemos querido volcar tu imagen y tu decir, para que nos sigan acompañando junto a tu sonrisa y tu amistad. Siempre estarás en nuestro recuerdo con tus oportunas intervenciones y tus emilios, que llevaremos guardados como una preciada herencia. Tu duende seguirá flotando sobre las mesas de Arturito, siempre listo con tu cámara fotográfica, para perpetuar los momentos de alegría que nos regala la sana amistad que logramos hilvanar gracias a la pasión por el Tango. Oscar Ángel Bianchi no se ha ido. El_boa siempre estará con nosotros para alzar la copa de vino, tal cual lo hacemos en tu memoria, porque hoy no brindamos por vos, sino con vos...»

A continuación, la crónica lúcida que había escrito El Boa sobre su admirado Benito Quinquela Martín. Un abrazo a la querida familia del Boa, que honró con su presencia esta Cena Aniversario. Y la convicción de que ahora los dos, El Boa y Quinquela, andan conversando mano a mano de arte y tango en algún estaño celeste.

Un rato después hablaba Ricardo García Blaya. El Director. La Autoridad. La Cara Visible, el Restaurador de las Leyes y el Ancho de Espadas. Silencio en la noche, ya todo está en calma. Los aniversarios convidan al discurso: él prefirió una distendida charla entre amigos. Tiró una cifra que nos dejó pasmados: en la web existen 8.000.000.000 de páginas… y Todotango está en el puesto 75.811 del ranking y sigue ascendiendo. Impresionante.

Los números artísticos no se hicieron esperar. Los cantores Mario Pino, Ernesto Ariel, Gonzalo Lozada y Abel Palermo, acompañados por la guitarra diligente de Sergio Crotti, dieron lo mejor de sus repertorios; hasta se bailó al ritmo de la milonga “La fulana” y se coreó con el estribillo de “Melodía de arrabal”. Roberto Mancini cantó a capella lo que después sería definido como «una hermosa lección de vida». Y Adolfo Sozzi recitó sus insólitas versiones al vesre de tangos y milongas, poniendo el toque humorístico al que nos tiene acostumbrados.

El reloj dio las doce y la alegría continuaba. Al primer segundo pasada la medianoche ya se entró en el día siguiente (sí, bueno; no hacía falta ir a la cena para darse cuenta de ello), y todos le cantaron el Feliz cumpleaños al director. Doblete con el brindis: ¡García Blaya cumple al día siguiente que Todotango! Y nadie dijo «cuántos son», sino «que vayan saliendo».

Para cuando trajeron los postres, ya todo estaba desmadrado. Benedetti, que iba por la sexta o séptima pepsicola, reclamaba en vano su derecho a cantar “No me tires con la tapa de la olla”. Darío Murano insistía con organizar asaditos ahí mismo, como para continuar la buena onda. Guada lo tenía agarrado a Cespi de las solapas mientras le decía «no lo largo hasta que me pase esa revista Sintonía que me falta». Zulema aclaraba que no, que era otra Zulema la que habían echado de la Quinta de Olivos. Coco del Abasto gritaba que faltaban boletas de la fórmula Perón-Quijano; y el Dr. Scocola se batía a duelo con otro que había osado decirle que Firpo del 35 era mejor que Firpo del 27.

En el ambiente quedó gravitando un dato: las ocho mil millones de páginas de internet. Ocho mil millones. ¡Y ninguna, ninguna como la nuestra…!