Por
Héctor Ángel Benedetti

En la cena no sirvieron Ferroquina Bisleri

n la cena no sirvieron Ferroquina Bisleri

por Héctor Ángel Benedetti

Impresión errónea número uno: Que los concurrentes a estas cenas son personas que sólo leen La Canción Moderna, fuman Caravana, explican la clave Alumni, beben Chinato Garda y se suscriben al 6,67%, como cantaba Fernando Díaz con la orquesta de Lomuto.
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Impresión errónea número dos: Que es ocasión de interminables discursos, homenajes que pueden (y deben) omitirse, chistes que harían bostezar al Nuncio y una comida espartana como para añorar la conscripción; todo bajo la excusa de la nostalgia y los tranvías.
Pues bien: nada que ver.
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Si algo faltó en la última Cena Aniversario, fue el estanco y la solemnidad que atenta contra las reuniones tangueras. Unidos por una pasión en común, ni hace falta aclarar que este encuentro se desarrolló en un ambiente jovial, donde el acartonamiento no consiguió ubicación.
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El 16 de mayo está instituido como el “Día de Todotango”. La fecha no responde a ningún acontecimiento externo, como podría ser el nacimiento de un personaje ilustre o algún hito en la historia de la música; en realidad, este día fue elegido por ser el de la primera reunión. Aquella vez, en 2002, eran quince personas; esta vuelta acudieron más de cincuenta... sin contar los que dijeron “presente” a la distancia.
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Mientras el mozo se acalambraba el brazo descorchando botellas, que misteriosamente se evaporaban en determinados sectores, en una mesa dos o tres debatían sobre fútbol evaluando partidos pasados y futuros; en otra, Rufino era sencillamente Roberto y a D’Arienzo se lo llamaba por su nombre Juan. Cerca de la entrada, Gabriel “Chula” Clausi repasaba su trayectoria desde la orquesta de Maglio (“empecé con él en el veintiocho. Con el trío de bandoneones me grabó dos temas...”); allá, Héctor Lucci conversaba sobre fonografía antigua; acá, Ben Molar compartía sus viajes y proyectos; y en un ángulo Sergio Crotti templaba su guitarra, dispuesta a lucirse. El tango, como factor dominante.
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Oscar Bianchi, quien además de sacar daguerrotipos durante toda la noche demostró ser un gran animador —un Ed Sullivan, un Johnny Carson, un Pipo Mancera (aunque más alto)—, micrófono en mano destacó la convocatoria y, seguramente emocionado ante tantos amigos que de la categoría de “tácitos” se elevaban a la de “evidentes”, dio comienzo a una ronda de sorpresas.
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Osvaldo repartió mesa por mesa un regalo para cada uno. Rogó que no se abrieran los sobres hasta después, pero ¿quién podía resistirse? A los pocos minutos, todos tenían en sus manos un presente del segundo aniversario: un pequeño recordatorio de aquello que siempre debería estar encendido.
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Y vinieron las palabras de Ricardo García Blaya. El director. El máximo responsable. La batuta de la orquesta. El pedal de la Singer. Y si con justicia Todotango—una iniciativa suya que desde el comienzo se convirtió en página de referencia dentro de la web— constituiría para cualquiera el gran orgullo personal de tanguero, él con sus palabras fue aún más allá y se empeñó en querer compartir este mérito con todos.

//862//Terminadas las presas de pollo a la calabresa, en ese momento melancólico en que los huesecillos se arriman a un laurel como pidiendo tardíamente la ya concedida Gloria, y notándose avanzado el postre helado, que a fuerza de frigorías y merced a su vallado de almendras resistía cualquier derretimiento prematuro, Ana Turón —que viajó especialmente desde Azul para el evento— copó la parada y uno a uno desfilaron los nombres de los presentes. También se alzó una copa por los ausentes. Hubo aplausos para todos; era la alegría de saber quién era quién.

Paula, una joven cancionista que se presentó recordando que el tango no es patrimonio de una edad en especial, como demostración de sus preferencias cantó El ciruja. Luego recitó un poema escrito por su hermana; un elogio de la aliteración lunfarda. Todos quedaron convertidos en sus admir