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Por
Jorge Gutman

La amistad entre Gardel y Piazzolla

ucho se sabe sobre la vida de Ástor Piazzolla desde el momento en que empieza a desarrollar su carrera artística como bandoneonista en su Mar del Plata natal.

Pero hay una época muy importante en su niñez que es cuando realmente forma su espíritu y su carácter, alimentando sus conocimientos y sus gustos musicales, que incide particularmente en el cambio de rumbo que años más tarde diera Astor.

Si bien su nacimiento se produce en la ciudad de Mar del Plata, el 11 de Marzo de 1921, dos años después se traslada con sus padres a New Jersey donde habitan esporádicamente en la casa de un familiar que los ayuda financieramente hasta que poco tiempo después el padre, don Vicente (Nonino), consigue un empleo de peluquero en el barrio neoyorquino de Manhattan y alquilan para vivir un modesto departamento en la calle St. Marks Place, en lo que hoy es el famoso barrio bohemio del Village.

En aquella época era una zona muy pobre y tenía como vecinos por un lado al barrio de los italianos, y por el otro al de la numerosa colectividad judía de New York.

En ese ambiente se crió Piazzolla. En esos barrios aprendió lo primero que se aprende en la vida, a escuchar y conversar, pero no en castellano, sino en el idioma ingles. El español sólo lo hablaba en su casa con sus padres.

La música que escuchaba a diario no eran tangos, sino el jazz que estaba de moda, el creado por George Gershwin y Cab Calloway. Sus amiguitos de barrio y de escuela eran hijos de inmigrantes italianos cuya idiosincrasia no tenía nada que ver con lo argentino, con lo porteño, con el arrabal.

Sus primeras monedas se las ganó trabajando con la vecina colectividad judía, ya que los sábados apagaba las velas en la sinagoga y ayudaba en la limpieza de la misma.

En su relación con los judíos aprendió su música que la escuchaba en las fiestas y casamientos que éstos realizaban.

Cuando cumple 9 años de edad, a pesar de que a Astor le encantaba tocar la armónica, el padre le regala un bandoneón y comienza a estudiar música con el maestro Andrés D’Aquila y luego con el pianista Bela Wilda, que fue discípulo del famoso Rachmaninov. Pero hasta ese momento mucha música, pero nada de tango.

¿Cuándo se produce la primera incursión del joven Piazzolla en el tango? En el año 1934 llega Carlos Gardel a New York, contratado para filmar la película El día que me quieras y por esas cosas del destino conoce a un joven de 13 años llamado Astor que era argentino y además tocaba el bandoneón.

Nos cuenta el propio Astor: «Mi contacto con Gardel fue muy pasajero. El único placer que tuve fue filmar con él algunas escenas de El día que me quieras —hacía de canillita—, y acompañarlo, en ciertas oportunidades, con el bandoneón que yo recién empezaba a estudiar. Para entender y amar a Gardel, uno tiene que haber pasado por Buenos Aires, conocer el mercado de Abasto, y yo sólo era un chico de trece años que vivía en New York. Ni siquiera tocaba bien un tango en el bandoneón. Por eso Gardel, cuando me escucha por primera vez, me dice: "¡Pibe, vos tocás el bandoneón como un gallego!"». (Del libro A manera de memorias, de Astor Piazzolla con la colaboración de Natalio Gorín, editorial Atlántida, 1990).

A Gardel le cae muy en gracia el pibe argentino, que lo ayuda a conocer el barrio italiano, especialmente las cantinas, ya que el Zorzal era de buen comer a pesar de lo mucho que se cuidaba para no aumentar de peso.

También le sirve de traductor, pues Carlitos no hablaba una sola palabra en inglés. Fueron varias las ocasiones que la madre de Astor tuvo que preparar esos ricos ravioles que el divo saboreaba en la casa de los Piazzolla.

«Nos hicimos muy amigos. La verdad es que yo me convertí en su cicerone», recuerda Astor.

Cuando Gardel salía de compras el pibe lo acompañaba. Cuando iba a los estudios Paramount a filmar también lo llevaba con él. Fue tanto su agradecimiento que le dio un pequeño papel de extra. De ahí esa aparición en el papel de canillita.

Cuando termina la filmación, Gardel hace una fiesta a la que invita a muchos argentinos y uruguayos que vivían en New York, y nada mejor que un asado con música y cantor, como dice la tradición.

A la finalización del asado, Carlitos le pide al pibe que lo acompañe en un tango con su bandoneón. Y textualmente le dice así: «Vení pibe, pone la música de “Arrabal amargo” y dale con todo». Los comensales aplaudieron a rabiar al dúo Gardel-Piazzolla.

Ese fue su primer tango. En ese mismo momento comenzó a sentir el sabor de la lírica porteña.

¿Puede existir alguna mejor manera de comenzar a tocar tangos que acompañando al mismísimo Gardel? Según comentaba el mismo Piazzolla, nunca se había sentido tan nervioso y extasiado como en ese momento.



Al poco tiempo, Gardel y sus guitarristas se fueron a actuar a Hollywood. Desde allí le manda un telegrama a Astor invitándolo a unirse a su conjunto. Pero ni su padre, ni el sindicato de músicos le dan permiso para viajar, por ser menor de edad. El destino y la buena suerte de Piazzolla marcharon juntos por el mismo sendero. ¿Hubiera sobrevivido aquél muchachito si se acoplaba al conjunto y comenzaba a viajar con ellos?

Como se ve, fue Gardel el que impulsó a Piazzolla a meterse en esa música casi desconocida hasta ese momento por el bandoneonista. Pero si bien este influenció para que el tango se metiera en Piazzolla, no fue lo suficientemente fuerte para mantenerlo dentro de los cánones y códigos que dicha música requiere.

Porque el tango en gran parte es recuerdo, añoranza del pasado, regreso a lo lindo de una juventud lejana. Y esos recuerdos son los que influenciaron en el espíritu de Piazzolla para que musicalizara su juventud. Esa juventud no porteña. Esa adolescencia alejada del barrio que describió Homero Manzi, alejada de la percanta de Pascual Contursi, del cafetín de Discepolo, de la Corrientes y Esmeralda de Celedonio Flores o del porteñito de Villoldo. Nada de eso vivió Astor en sus años de mozo y, es por eso a mi modesto entender, que en un momento de su vida comienza a alejarse del tango, a sinfonizar su música, a mezclar las distintas corrientes musicales que corren por sus sentidos.

Astor Piazzolla internacionalizó la música argentina. Quizás no haya existido hasta el presente algún compositor argentino de su talla. Su obra alcanza a las 3000 composiciones de las cuales fueron grabadas casi 500. Además de tangos como: “Adiós Nonino”, “Verano porteño”, “Para lucirse”, “Libertango”, “El desbande”, “Contrabajeando”, entre otros, escribió la operita “María de Buenos Aires”, sonatas como “Sonata nº 1 opus 7”, preludios como “Preludio en do sostenido menor para violín y piano” y muchas composiciones más acompañadas de ese sabor neoclásico que aprendió de Alberto Ginastera, su profesor y guía musical.

¿Qué pensaría Gardel de aquel pibe bandoneonista que quiso integrar a su conjunto y encaminarlo en su estilo y su música?

¿Estaría de acuerdo Charlie —así lo llamaba Astor— en el estilo y la nueva manera de interpretar el tango que inventó aquel muchachito?

¿Aceptaría Gardel que Piazzolla se alejara tanto del clásico compás milonguero que también abrevó del gran Aníbal Troilo cuando lo integra a su fila de bandoneonistas?

Son preguntas que nadie puede responder.

Quién sabe ya se encontraron los tres allá arriba, en el cielo, y Carlitos, poniendo una mano sobre el hombro de Pichuco, le dijera a Astor sonriendo: «¿Qué hiciste pibe? ¡Qué lindo lío armaste!»