Por
Ricardo García Blaya

El tango, el juego de la vida.

l universo temático que habita en las letras de tango es muy rico y variado —la madre (la vieja), el barrio, las mujeres (las minas), el turf (los burros), los amigos, el mar, el carnaval—, son algunos ejemplos de esta galería.

Sin embargo, hay un tema que me fascina por los muchos aspectos involucrados: el juego.

Asunto recurrente en las letras de tango, utilizado para describir y pintar costumbres y personajes, estableciendo valores contradictorios, positivos y negativos, pero en muchos casos intentando un tratamiento que transita aspectos existenciales e ideológicos del ser humano.



La peca, el escolaso, la timba, la carpeta son algunas de las muchas denominaciones que utiliza la poética tanguera como sinónimos del término.

Algunas veces el juego es parte de una pintura costumbrista y en ese sentido lo invoca Enrique Santos Discépolo en “Cafetín de Buenos Aires”, donde el café es «como una escuela de todas las cosas», donde se aprende «filosofía, dados, timba...».

Otro ejemplo, “Un boliche”, de Tito Cabano, que describiendo la vida del café, nos dice:

Una partida de tute
entre cuatro veteranos
que entre naipes y toscanos
despilfarran su pensión.


Toda una pintura.

O cuando se detalla el perfil de un personaje, en el tango “Por seguidora y por fiel”, de Celedonio Flores.

Tenorio del suburbio que se ha engrupido
que por él las pebetas viven chaladas
y alardea de triunfos que ha conseguido
con mujeres, en timbas y puñaladas.


Otras veces el tema es desarrollado, resaltando el valor negativo, donde el mismo Celedonio nos cuenta en “Mala entraña”:

Malandrín de la carpeta
te timbeaste de un biabazo
el caudal con que tu vieja
pudo vivir todo un mes.


Manuel Romero hace lo mismo en su tango “Las vueltas de la vida” al decirnos «la timba más tarde me tuvo apurado / el juego es más perro que toda mujer.».

En muchas ocasiones, por el contrario, es un icono del valor de la experiencia y de la sabiduría en la vida. El personaje se describe a si mismo como un canchero y nos dice: «en la timba soy ligero, yo nací pa'l escolaso» (“Pa' que sepan como soy”, de Norberto Aroldi).

O cuando el experimentado relator de la historia de “Muchacho” —otro más del Negro Cele—, dice: «que no sabés qué es secarse / en una timba y armarse / para volverse a meter.». Se recalca el mismo valor pero, en este caso, por oposición.

Mi mayor interés sobre el juego y el tango es abordar los aspectos ideológicos y existenciales que aparecen constantemente y con gran profundidad en las letras.

Alexis, el personaje principal de El jugador, de Fyodor Dostoyevsky, no es otro que su propio autor, un jugador compulsivo, quien no podía volver a Rusia por sus deudas.

Al igual que Alexis, el personaje tanguero cree que de todas las oportunidades que le brinda la vida, la única chance se la da el juego. Al estar convencido de esto, nos dice:

Y pensar que condenado
por la ley del escolaso
juego igual si el mismo mazo
me lo tiran otra vez.

(“Escolaso”, de Francisco García Jiménez).

También se da la otra cara de la moneda, cuando el jugador apuesta con su vida, cuando se la juega. Son en este sentido los versos de Abel Aznar en el tango “El último guapo”: «Jugará con desprecio su vida / por el sol de un florido percal».

La imagen más repetida refiere al fatalismo, al destino predeterminado, resultando así que el juego y la vida son la misma cosa. «la vida es un mazo marcado / baraja los naipes la mano de Dios.», Homero Manzi en su inolvidable “Monte criollo”. O cuando Francisco García Jiménez se despacha: «en el naipe del vivir, para ganar, primero perdí» (“Suerte loca”).

O cuando Héctor Marcó, en “Mis consejos”, advierte: «la existencia es una rula con cien números de engaños» o Enrique Cadícamo en “Naipe”: «ya lo dijo un viejo poeta:/muchachos que andan paseando/la vida es una carpeta».

Una interesante arista, la constituye la obligación de apostar entre lo bueno y lo malo, de elegir, como nos enseña el personaje de “Tengo miedo”, de Celedonio Flores:

en la timba de la vida me planté con siete y medio
siendo la única parada de la vida que acerté
yo ya estaba en la pendiente de la ruina, sin remedio,
pero un día dije planto y ese día me planté.


El hombre abandona la farra, las mujeres y el descontrol de su vida para volver con su vieja. Se trataría de un ejemplo de lo que nos dice Pascal en su manuscrito conocido como La apuesta de Pascal. Donde se opta y se apuesta al bien como valor. En el juego de creer o no creer en Dios, apuesta a creer.

Lo mismo ocurre en el ya mencionado “Monte criollo”, de Manzi, donde el personaje acepta la existencia de Dios y así apuesta a creer, reconociendo que la suerte está en sus manos: «baraja los naipes la mano de Dios.»

Un ejemplo simpático de apostar por el bien, pero sin exageraciones, nos la da Mario Cecere en su milonga “Por culpa del escolaso”, cuando su personaje nos confiesa:

Hoy le rajo al entrevero
de timbas y de paradas
minga de vida alocada,
ya no tira la carpeta;
una paica que me aquieta
acusa los beneficios
y sin hacer sacrificios,
cuando hay tornillo en invierno,
me tomo el sol de Palermo
de paso despunto el vicio.


Y por último, no falta la advertencia para el muchacho inexperto, de tener cuidado porque: «burros, timbas y quinielas, / bailes, copas, damiselas / son placeres de ocasión.» (“Mis consejos”, de Héctor Marcó).