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Orlando del Greco
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antor, poeta, autor, compositor, guitarrista, pianista, violinista y bailarín. Se le llamó Padre del Tango después de muchos años de muerto.

Apuró los primeros encontrones con la vida junto a los vigorosos y fornidos cuarteadores de Barracas y la cuesta de Montes de Oca, cerca de Constitución. Allí se lo vio muchas veces, castigando a su montado, sacar de apuro a los carruajes y se lo escuchó también en La Banderita y tantas otras pulperías y boliches de los alrededores terciar, después de alguna payada con sus canciones camperas, que cantaba con voz suave y entonada acompañándose él mismo en la guitarra. Despierto y vivaracho, desde los primeros años mostró una particular disposición para la música que le permitió dominar rápidamente, además de la guitarra, el piano, la armónica y el violín", dijo de él alguna vez la revista P.B.T.

Fue amigo y compañero de todos aquellos que hacían algo por el arte popular: poetas, músicos, payadores, actores, algún cantor. Alfredo Eusebio Gobbi, Enrique Saborido, Rosendo Mendizábal, Arturo De Nava, José Luis Roncallo, Pepita Avellaneda, Eugenio G. López, Nemesio Trejo, Higinio Cazón, Lola Membrives, Ambrosio Río, José María Silva, Manuel Campoamor, José Betinotti, Gabino Ezeiza, Luis Galván, Manuel Cientofante, Andrés Pérez, Agustín Fontanella, Florencio Parravicini, y tantos otros supieron de su compañerismo, su amistad franca y su hombría de bien.

Difícil resulta remontar el tiempo ido y hurgar en sus comienzos las primeras músicas que escribió; aunque para un reportaje que le hiciera el diario La Razón y aparecido el 12 de julio de 1917, afirma que compuso sus primeros tangos para unas fiestas que se daban en la Recoleta, no da fecha alguna de ellas.

Su primera obra sería el tango “El Porteñito” que escribiera en el año 1903 y con el que iniciaría una lista de más de sesenta títulos en el ritmo que le dio renombre perdurable y en el que hallamos: “El choclo”, su creación inmortal, “El esquinazo”, “El torito”, “Cuidado con los cincuenta”, “Una fija”, “La caprichosa [b]”, “El pechador”, “Bolada de aficionado”, “Yunta brava”, “La budinera”, “El fogonazo”, “Chinito”, “El bohemio”, “Soy tremendo”, “Las tocayas”, “El cachorrito”, “Ricotona”, “Chiflala que va a venir”, “Muy de la bombonera”, “Te la di chanta”, “El farrista”, “Mi ñatita”, “El distinguido”, “El gavilán”, “Tan delicado el niño”, “Brisas rosarinas”, “El presumido”, “Vas a vivir mucho”, “La trigueña”, “La modernista”, “Qué pamplina”, “Qué hacés chamberguito”, “Tan rica la nata”, “Prendete del brazo nena”, “Sacame una película gordito”, “De farra en el cabaret”, “El Ñato Romero”, “Don Pedro”, “Pineral”, “La pipeta”, “El pimpollo [b]”, “La paloma”, “Pamperito”, “Miramar”, “Petit salón”, “Papita pa'l loro”, “Un mozo bien”, “Trigo limpio [b]”, “El pinchazo”, “El argentino”, “Calandria”, “La bicicleta”, “El cebollero”, “A la Ciudad de Londres”.

Muchos de ellos con letras para canto y aquellos de músicos amigos a los que puso versos y él mismo cantara en público y discos; o creados por intérpretes como Dora Miramar, Linda Thelma, Flora Rodríguez de Gobbi, Lea Conti, Pepita Avellaneda, etc., como “La morocha” (conocido en el mundo entero) con música de Enrique Saborido; “El trece” de Alberico Spátola; “El entrerriano” de Rosendo Mendizábal; “Pobre percanta” de E. J. Scazziota; “La taba” de A. Bellomo; “Apolo” de Alfredo Bevilacqua.

También compuso marchas, maxixas, lanceros, mazurcas, jotas, milongas y entre otros ritmos, estilos y canciones criollas que tituló “Arrimate vida mía”, “Despedida [c]”, “La promesa”, “Decime que sí”, “Pobre cariñito mío”, “No vayas a arrepentirte”, “Cariño gaucho [c]”, “Alborada campera”, “Brisas camperas”, “Pasionarias”, “Lo que io quiero”, “La culpa vos la tuviste”, “Beso criollo”, “La criollita del pago”, “Recuerdos de mis pagos”, “A Saravia”, “Mentira [b]”, “Cantar eterno”.

A propósito de “Cantar eterno” que fue elegida por el dúo Gardel-Razzano para grabar su primer disco en abril de 1917, se ha dicho que es su obra póstuma pero no es así, pues al año siguiente publicó “Mentira [b]” con letra de Luis Roldán y un fox-trot: “Atlántida”.

En otros renglones de su vida, señalamos el de actor en el famoso Circo Rafetto; el de poeta en Fray Mocho, La Pampa Argentina, P.B.T., Caras y Caretas, Papel y Tinta y otros periódicos; el de autor teatral en el Teatro Roma que le estrenó algunas obritas; el de autor carnavalesco escribiendo canciones murgueras; el de cantor grabando cilindros y discos en marcas como Victor, Columbia, Odeon, y alguna otra en los que dejó su voz con sus canciones criollas, cómicas, recitados y tangos, a veces en dúos con Lola Membrives, los Gobbi, el payador José María Silva y otros.

No olvidando aquel viaje a París en 1907 con su amigo Alfredo Eusebio Gobbi donde grabó discos y enseñó a tocar y bailar el verdadero tango.

No hay mentas de que hubiera tratado a Carlos Gardel y a José Razzano pero sin ninguna duda que pudo ser posible. Si el dúo eligió su “Cantar eterno” para grabarlo, algo muy especial debe haber existido entre los tres. Vivía aún el viejo compositor y por ese tiempo publicó con arreglo propio la canción de aquéllos “¡Adiós que me voy llorando!”.

Villoldo nació en Buenos Aires el 16 de febrero de 1861 y allí falleció el 14 de octubre de 1919.