Evaristo Barrios

Nombre real: Barrios, Evaristo
Letrista, poeta, guitarrista, compositor y cantor
(1889 - n/d)
Lugar de nacimiento:
Por
Héctor Ángel Benedetti

as novedades de Buenos Aires vistas por un payador

El desafío de dos personas a través del canto o ejecutando instrumentos musicales, es cosa tan antigua como el hombre mismo. Tenemos noticias de que en la Grecia antigua se practicaba el contrapunto; también en Roma y en los países de Oriente; luego, entre los trovadores de Provenza; también lo hubo en la España medieval; y siglos después, de la mano de los conquistadores, llegaría hasta las tierras de América, expandiéndose por todo el continente.

En las regiones del Río de la Plata, el arte de la improvisación y del contrapunto cobró una fuerza extraordinaria. El criollo, cantor y guitarrero, hizo suya esta costumbre; la enriqueció y le dio características propias, incorporándola a su folklore. Durante todo el siglo XIX y los primeros años del XX los payadores vivieron su apogeo, pero a partir de 1910 comenzó un período de declinación. Se notó, por ejemplo, que no había surgido una generación de recambio. Los payadores morían (Betinotti en 1915, Nemesio Trejo y Gabino Ezeiza un año después, Curlando en 1917) sin investir discípulos directos.

Sin embargo, hacia esta época comienza a sentirse un payador que, si bien debe considerárselo como tardío, acabaría por convertirse en un firme continuador de la tradición. Se llamaba Evaristo Barrios.

Como un recuerdo antiguo, entre las neblinas de un frigorífico de Ensenada y las voces entremezcladas de un comité socialista, aparece este muchacho que tendría entonces poco más de veinte años y ya se defendía cantando. Lo que más deseaba Barrios era improvisar versos, aunque conocía perfectamente el panorama de esos años en que la edad de oro del payador parecía haber concluido. Por un lado, el tango ya se había establecido tanto en la ciudad como en el área rural bonaerense, ocupando el nicho que empezaban a dejar libre los viejos payadores; y por otro lado, el mismo público ya no consumía ni la misma música ni los mismos estilos poéticos de antaño. Seguramente, Barrios se planteó esto muchas veces, hasta que halló la respuesta; y esta respuesta fue luminosa: se dedicaría a describir las novedades porteñas, pero tal como se lo contaría un gaucho a otro gaucho. Un guante recogido de aquel Fausto de Estanislao del Campo.

La idea era eficaz. Buenos Aires, como ciudad cosmopolita y muy grande y avanzada, ofrecía casi todos los días alguna innovación tecnológica —hablamos de un siglo que fue vertiginoso en invenciones—; pero en el resto del país estas novedades podían demorar años en imponerse. Mientras que en la capital la vida cotidiana se veía transformada con la modernidad, para los pueblos chicos y para el campo ésta era totalmente fuera de lo común. Por ejemplo: una escalera mecánica. En la Buenos Aires de los años veinte eran algo corriente, de uso diario; pero para un peón de campo que viajaba a la capital por primera vez, subir por una escalera mecánica era todo un acontecimiento.

Barrios centró su atención en este tipo de hechos; por supuesto que exagerándolos y volviéndolos graciosos. El éxito fue inmediato. Durante los años veinte y treinta trabajó mucho en la radio y también publicó varios libros con sus poemas gauchescos, en donde abundaron páginas de este tipo; también dejó grabada una gran cantidad de discos.

Veamos un ejemplo, de un clásico suyo que se titula “La victrola” (1928). Aquí se cuenta su reacción ante un aparato capaz de reproducir la canción encajonada (grabada) en la zanjita enrollada (el surco) de una rueda lustrosa (el disco). Otra composición de Barrios es “El aeroplano”, que grabó Virginia Vera, en donde un paisano queda totalmente estupefacto ante un pajarito de lata que remonta por los aires al patrón. Toda la peonada queda asombrada y temerosa viéndolo entre las nubes.

También está “El comedero amaestrao” (1930), que cuenta la moda que hubo en Buenos Aires de los bares automáticos donde se ponía una moneda en cierta máquina y ésta ofrecía a elección comidas, bebidas, café, helados. Es muy jocosa esta canción de Barrios: para explicar una hamburguesa, dice que es un pan fresquito mordiendo un bife caliente. En “El cine conversador” (1931) un gaucho va al cine y se encuentra con que ya no es más mudo, sino sonoro. Ve el león de la Metro-Goldwyn-Mayer y se asusta; luego se asombra de todos los ruidos y los diálogos, y cuando en la película aparece una escena de campo, le grita a la pantalla para darle sus propias instrucciones al actor que hace de arriero.

Otro ejemplo: “En el Banco de Bostón” (1930), donde describe uno de los edificios más modernos que había entonces. Otro: “La rayotelefonía” (1923 y 1926), donde dice que captar sonidos del aire es cosa de mandinga, aunque para la gente instruida no son sino ondas hertzianas.

Barrios se preocupó por comentar un partido de fútbol, un match de boxeo, el hipódromo, un viaje en colectivo, la calle Florida, una gran peluquería, el ascensor, la imponencia de la estación Retiro, el lunfardo, un mitin político y una operación de apendicitis con todos los adelantos de la medicina, aunque él insiste en decir que quedó «operao de apendicito». En “De Callao a Chacarita” (1931) relata un viaje en subte, y en “Pobrecito el Umbelisco” (1938) describe al monumento porteño.

Murió en el Uruguay y fue, como puede apreciarse, uno de los más singulares exponentes de la música popular, que desarrolló con un estilo personal muy entretenido que, hace ya muchos años, fue la delicia de nuestros mayores.