Por
Néstor Pinsón

andolina, guitarra y bandoneón fueron los instrumentos que tocó este italiano, nacido en Nápoles, pero su actividad estuvo centrada en la dirección y en la composición musical.

Según Juan Carlos Marambio Catán en su libro autobiográfico tocaba de oído. Aunque Rubén Pesce, en un trabajo sobre sus inicios, afirmaba que música y, especialmente armonía, estudió con Alcides Palavecino, quien le llevó sus primeras composiciones al pentagrama. De todas maneras, si no fue nulo fue escaso su apego al estudio, pero en los que todos coinciden es en su memoria privilegiada, en su gran facilidad para retener cualquier música.

Marambio dijo sobre su persona: «Era una pintoresca figura del ambiente teatral, tuvo éxitos resonantes, pues no carecía de buen gusto y una fina intuición para crear melodías agradables. Pero carecía de la menor dosis de cultura, era tosco, agresivo, aunque muy trabajador». A continuación, relata una anécdota propia de su mentada ignorancia: «Julio Escobar, periodista y autor teatral, escribía en el diario Última Hora y en su página siempre tenía preparadas las banderillas para clavarlas. El título de una nota fue «El malogrado maestro Scatasso». Esto lo tuvo nervioso pues no entendía lo de malogrado, el significado de la palabra. Por fin alguien le explicó que no se afligiera, que en realidad significaba que no le pagaban lo que realmente merecía. Quedó conforme con la aclaración. Y cuando en La Real (confitería frecuentada por la gente de prensa)lo vio a Escobar, eufórico, se le acercó para decirle: «Muchas gracias Escobar, por fin se acuerdan de defender el trabajo de los músicos, hace tiempo que vengo reclamando lo mal que nos pagan».

Llegó al país alrededor de los cuatro años de edad y pronto se sintió atraído por el mandolín. Con ese instrumento, hizo su debut profesional, alrededor de 1907, junto al violinista Francisco Canaro y el guitarrista Félix Camarano, en una gira por el interior. Más tarde se presenta en algunos cafés de Villa Crespo, junto a Augusto Pedro Berto y a Domingo Salerno y es posible, según Oscar Zucchi, que ver y escuchar a Berto le haya despertado el interés por el fuelle.

Ya con la jaula sobre sus rodillas, en 1914, incursionó en el café El Parque, de la calle Talcahuano, al que volvió en 1922 ya afianzado en el instrumento y en el medio tanguero, entonces estaba acompañado por Fidel Del Negro en el piano, Bernardo Germino, en el violín y Luis Bernstein en el contrabajo. Y llegó al teatro con su cuarteto, que al año siguiente presentaba a Tito Roccatagliata en lugar de Germino. Al poco tiempo, comenzó como director de espectáculos teatrales, que se constituyó en su principal actividad y motivo de la mayoría de sus composiciones, melodías sencillas, ideales para los sainetes, que son aceptadas de inmediato por el público.

En el año 1923, conoció a Ignacio Corsini en el Teatro Smart. Se establece una gran amistad que se traduciría en una larga trayectoria juntos. Al año siguiente, actuaron en el Teatro Apolo. Algunos de los músicos que integraban su orquesta fueron: Julio Vivas en bandoneón —luego guitarrista de Gardel—, el violinista Alberto Pugliese y Fidel Del Negro.

Comienza a grabar en la Victor acompañando al cantor uruguayo Oscar Rorra, (El Caruso Negro), demasiado pomposo el apelativo, quizás puesto en broma, porque en realidad era apenas mediocre Entre los títulos: “Un real al 69” de Salvador Granata, “Triste regreso”, “Recuerdos de arrabal” de Eduardo Pereyra y “Cruel mujer” de Arturo Senez y Sierra.

Sus actuaciones con Corsini fueron creciendo y en los más variados escenarios. Actuó repetidas veces en Rosario y Córdoba, también aparece en Radio Nación.

En 1929, forma un trío para acompañar las presentaciones de Tita Merello, en Buenos Aires y Montevideo. En 1933, forma la Orquesta Típica Argentina los Cuatro Ases, para actuar en Chile, Perú, Bolivia y Brasil. Una de sus últimas actuaciones fue en Radio Argentina en 1943, formó el rubro Scatasso-Cachito, sobrenombre del bandoneonista Héctor Presas. Siguió ligado al teatro, pero ya en tareas administrativas, hasta el momento de su muerte.

Fueron numerosos los cantantes que acompañó y ayudó a escalar posiciones, como a Ernesto Famá y a Azucena Maizani.

Sus principales obras: “Adiós para siempre”, “Caferata”, “Dejá el conventillo”, “El olivo”, “El poncho del amor”, “La cabeza del italiano”, “La he visto con otro”, “La mina del Ford”, “La tristeza del bulín”, “No me tires con la tapa de la olla”, “Pobre corazón mío”, “Ventanita de arrabal”, “Ya no cantas chingolo”, “El espejito”, “Malandrina”, “Mariposa de cabaret”, “Moneda corriente”, “Qué sabe la gente”, “Viva la patria”, “Lagrimeando lagrimeando”, “Macho y hembra”, “Juventud”, “Melgarejo”.