José González Castillo

Nombre real: González Castillo, José
Seudónimo/s: Juan de León
Poeta y letrista
(25 enero 1885 - 22 octubre 1937)
Lugar de nacimiento:
Rosario (Santa Fe) Argentina
Por
Julio Nudler

a letra de tango nació hacia 1914, a partir de las concebidas por Pascual Contursi aquel año y los siguientes (“De vuelta al bulín”, “Ivette”, “Flor de fango”, “Mi noche triste (Lita)”), y fue imponiéndose muy lentamente. Tanto que en el repertorio de Carlos Gardel los tangos constituían, hasta ingresar en la década siguiente, una rareza. Ni siquiera había noción de cómo cantar un tango, canon que fue estableciendo Gardel paulatinamente después de 1922. Ese fue, precisamente, el año en que José González Castillo desembarcó verdaderamente en el género con la letra de “Sobre el pucho”, sobre música de Sebastián Piana, que presentaron al concurso de los cigarrillos Tango.

Acerca de esta obra, José Gobello (Crónica general del tango, Editorial Fraterna) afirma que, con ella «irrumpieron en el tango algunas novedades que la tanguística de Homero Manzi convertiría más tarde en verdaderas constantes. Por lo pronto, Pompeya («Un callejón en Pompeya/y un farolito plateando el fango...»); luego, la descripción del barrio y, enseguida, la enumeración como procedimiento descriptivo».

Pero en esa letra hay algo más, la metáfora, que surge en el recuerdo que el malevo dedica a su amor perdido «... tu inconstancia loca/me arrebato de tu boca/como pucho que se tira/cuando ya/ni sabor ni aroma da». Queda claro que González Castillo fue un precursor, y también que cupo a otros letristas posteriores la profundización de esos lineamientos.

Los mismos elementos, pero con mayor vuelo poético, reaparecen al año siguiente, 1923, en “Silbando”. A ellos se añade la acción dramática, que estalla tras la minuciosa descripción de la escena, con su decorado, su iluminación (la luz mortecina de un farol) y sus sonidos (un canto de marineros, el aullido de un perro, el silbar de un reo). Llega sigilosa «la sombra del hombre aquel», relumbra su facón y corre la sangre en la serena noche del Dock. El González Castillo autor de innumerables sainetes y obras diversas convierte así a su letra de tango en una pequeña pieza teatral.

Otra cumbre de su letrística —la más alta, tal vez— la alcanza en 1924 con “Griseta”, sobre música de Enrique Delfino, uno de los creadores del tango romanza. El cabaret desplaza al barrio como escenografía, y desfilan personajes de varias novelas francesas (Escenas de la vida bohemia, de Henri Murger; Manon Lescaut, de Antoine François Prevost, y La dama de las camelias, de Alejandro Dumas (h). La prostitución, el alcohol y la cocaína sellan el destino fatal de la francesita, que agoniza silenciosamente en la «fría sordidez del arrabal».

Un hecho único en la historia del tango es el binomio creador que González Castillo conformo con su hijo Cátulo, que en cada caso componía la música, aunque luego trascendería a su vez como letrista, superando incluso a su padre. Juntos concibieron hermosas piezas, como “Aquella cantina de la ribera”, “El circo se va”, “El aguacero (Canción de la Pampa)”, “Invocación al tango” y “Papel picado”, entre otras.

Cátulo colaboró con Piana en las notas de “Silbando”, pero ademas escribió el célebre “Organito de la tarde”, al que su padre agrego luego esa historia de un viejo organillero de paso tardo y de un hombre rengo marchando detrás, que recorren el arrabal moliendo tangos. Las estrofas finales develarán el suceso fatal que dejó al viejo sin hija y al joven sin amor y sin pierna.

A González Castillo le gustaba que sus tangos contaran dramas humanos no aparentes, ocultos en los repliegues de sus personajes. Es el caso del zapatero violinista de “Acuarelita del arrabal” (música de Cátulo también), que deseaba secretamente a una rubia. Hasta que un día ella entró a su cuchitril, y él, «a pretexto de atarle una hebilla», pudo palparle la pierna torneada. Y nos cuenta el poeta: «Desde esa tarde su canto parece/con su incansable motivo chillón/la monocorde sonata de un grillo/en el pentragrama de aquel callejón./Y según dicen, pensando en la rubia,/el pobre viejo detrás del portal/como a una pierna temblando acaricia / la caja del tosco violín fraternal».

En sus elaboradas descripciones, González Castillo siempre mezcla una reflexión, ora filosófica, ora moral o social. En “Aquella cantina de la ribera” retrata así la taberna: «Como el mal, el humo de niebla la viste,/y envuelta en la gama doliente del gris/parece una tela muy rara y muy triste/que hubiera pintado Quinquela Martín». En “Música de calesita”, evocando su infancia, confiesa su sueño: «Yo quiero como el cansino/caballo del carrusel / dar vueltas a mi destino / al ruido de un cascabel».

Y es al ruido entrañable de sus tangos que sigue dando vueltas la memoria de José González Castillo.