Por
Néstor Pinsón

ver, Lazzari, ¡probalo!» exclamó Curi, el representante de D'Arienzo. «¿Y para qué? ¿Yo, una prueba?... ¡No! A mí me vinieron a buscar, no vine a pedir trabajo. Yo no hago pruebas. Quiero hablar con D'Arienzo».

Tenía su carácter, por momentos soberbio. Finalmente vino D'Arienzo: «Quisiera hablar sólo un minuto con usted», le dijo en tono imperativo, pero D'Arienzo aceptó. Caminaron hasta un rincón del estudio donde había un piano, pero nadie se sentó al piano. Entonces le dijo: «Mire maestro... —y se lanzó—: hace cinco días, loco de contento...» Así se mandó la primera parte de “Justo el 31”. Juan D'Arienzo llamó a Jorge Curi y le ordenó que Carlos Lazzari lo escuchara y despidiera a los demás postulantes, que eran como cuarenta. Después se dirigió a Eduardo Del Piano que lo había llevado y le dijo: «Eduardo, ya está, era lo que estaba buscando».

Así comenzó el segundo y último dúo exitoso que tuvo la orquesta en su larga trayectoria, el primero Echagüe-Laborde, y ahora Jorge Valdez y Mario Bustos.

El hecho ocurrió en Radio El Mundo y fue una idea de Eduardo Del Piano, amigo de D'Arienzo y de Bustos, en el momento que se enteraron que el dúo famoso estaba en retirada. Por aquel entonces, el joven vocalista actuaba en el Palacio con una orquesta propia que dirigía Osvaldo Piro.

Nació a metros de la esquina de Yatay y Díaz Vélez, barrio de Almagro. Fue el mayor de cinco hermanos traídos al mundo por el español Casimiro Álvarez y la italiana Mercedes Grazioti. Recién llegado el padre se estableció en el barrio de La Paternal, con un pequeño negocio de peluquería. Un día, en la trastienda, apareció un piano y desde entonces fue habitual que en un sector de la tapa, prolijamente protegido se ubicara un calentador Primus donde casi todos los días se preparaban papas fritas al pimentón: cachelos. Y como correspondía, el pequeño espacio se convirtió en tertulia de amigos, casi todos músicos, casi todos guitarreros, como el propio Don Casimiro, que tuvo el gusto de acompañar varias veces al mismísimo Agustín Magaldi, que era tan tartamudo comentaban, que no podían entender como hacía para cantar.

De pibe andaba canturreando por la casa, aparte de cumplir con el colegio y jugar al fútbol en la calle. De muchachito se inclina por el billar y cuando se aparecía por el café Cervantes de Méjico y Entre Ríos, ya es el Duque, por su tendencia a mostrarse atildado, cuidando la pinta.

El secundario lo hizo en el industrial Otto Krause y entre sus compañeros surgen dos compinches: León Zucker, luego el cantor Roberto Beltrán y Mauricio Borenstein, más tarde el actor Tato Bores. Ambos lo entusiasman para que se dedique al tango. El hermano de su madre, el actor de radio y teatro Tito Grassi lo conecta con el guitarrista José Canet, quien desenfundó la viola, hizo un arpegio y le dijo: «¡Dale, cantá!». Y luego de escucharlo se lo llevó con él. Así comenzó su carrera de cantor.

Los dos compañeros y Canet lo presentan, a su vez, a Domingo Federico que buscaba reemplazar a Oscar Larroca. Gustó y el primero de agosto de 1948 debuta en Radio Splendid. Federico lo bautiza Mario Bustos, hasta entonces había cantado como Mario Escudero. Una curiosidad, tres cantores en una orquesta, porque junto a Mario se alineaban Enzo Valentino y Hugo Rocca. Debutó en el disco el 14 de octubre de 1949, cantando “Justo el 31”.

Luego de dieciocho meses llegó la desvinculación. Ocurrió que Eduardo Del Piano decidió formar orquesta propia y le propuso ser su vocalista junto a Héctor De Rosas. El 17 de septiembre de 1951 comienza grabando “Margot”, es su primer título registrado.

La relación laboral se prolongó hasta fines de 1954. Mucho trabajo y pocas grabaciones, un detalle nada grato que también persiguió a Del Piano, una orquesta de sonido limpio, claro, ideal para escuchar, con Mario, un barítono con un timbre de voz —excepción hecha de Edmundo Rivero— a la que aún los productores discográficos no estaban acostumbrados. Tuvieron temporadas de seis meses en la confitería Adlón, en un primer piso de la calle Florida, y en muchos otros locales. Su interpretación de “Tiburón” de Julio Pollero, Luis D'Abbraccio y letra de Enrique Dizeo, se constituyó en un gran éxito.

Ya como profesional, con Domingo Federico, tuvo un maestro de canto y éste fue quien le descubrió una serie de problemas en sus cuerdas vocales que se fueron acentuando de tal manera, que luego de Del Piano decidió alejarse de la actividad. Entró al diario La Prensa como corrector de pruebas y cada tanto hacía un bolo, nada que lo esforzara mucho porque la voz no le daba, debía controlarse mucho.

Julio Sosa le aconsejó visitar al Dr.León Elkin. Operaciones de por medio, un tiempo de espera y la rehabilitación final. Pero no fue fácil el retorno, tenía ganas pero también sus dudas.

Fue su hermano Nenín y las circunstancias las que determinaron su regreso. Se encontró con uno de los socios de El Palacio del Baile que preguntó por su hermano y manifestó su deseo de contratarlo. Pidió una semana para contestar. Había que encontrar el acompañamiento y hacer el repertorio.

Convencieron a Osvaldo Piro, luego a unos músicos que estaban con Ricardo Pedevilla. Faltaba un pianista y apareció Oscar Palermo que solamente se dedicaba a la música clásica. Juntaron un dinero para imprimir afiches que rezaron «Mario Bustos y su orquesta dirigida por Osvaldo Piro». Ensayos, casi ninguno, todo a la parrilla.

El debut fue aceptable y más tarde bueno, porque la inmensa pista del Palacio —101 metros por 50 de ancho— se llenaba en cada reunión. Se quedaron tres meses, también actuaba la jazz de Rubén Granata. El conjunto continuó por otros escenarios de la ciudad hasta que llegó D'Arienzo que era un tipo sagaz, sabía lo que quería y supo explotar el estilo y el desenfado de Mario Bustos.

El debut fue en el Marabú, enseguida comenzaron las grabaciones. Es posible que supiera poco de música, pero D'Arienzo tenía un ángel. En los ensayos, a su manera, daba las indicaciones y estaba en lo cierto, las partes salían mejor. Y en los locales, donde era costumbre hacer tres vueltas, él nunca aparecía en la primera y la orquesta nunca sonaba igual a cuando el maestro estaba al frente, su presencia la hacía crecer.

La relación entre ellos nunca fue buena y no terminó bien. Juan decía sus cosas de manera chocante y a Mario no le gustaba, él era difícil también. Hubo celos, pequeños enfrentamientos, un malestar permanente a cambio del buen trabajo y la popularidad. D'Arienzo gustaba de tener cámara y cuando estaban en la televisión se acercaba a los cantores y los dirigía con el dedo. Mario le dijo que no lo hiciera, no le gustaba. Hasta que un día se lo mordió. Todos lo tomaron como parte del show, pero en la intimidad se sabía que fue de bronca. Lo mismo cuando cantaba «no te quiero más ...» y Juan se acercaba al micrófono y decía el verso siguiente «ni te puedo ver».

Luego, la etapa como solista que comenzó acompañado por el trío de Carlos Galván, donde solían estar Jorge Dragone, a veces Julio Pane, también Marcheto... después Osvaldo Requena, Armando Lacava, Eduardo Ferri... En 1966 se va a Japón con Florindo Sassone pero como artista invitado. De regreso hicieron un mes en Radio El Mundo.

En 1978 fue a su hermano Nenín, entonces presentador en el Marabú, que se le ocurrió festejar los 30 años de Mario con el tango y también fue una prueba, pues el Marabú no abría los domingos y el festival se hizo un domingo y fue exitoso, a tal punto que las funciones continuaron varios meses con un promedio de 700 personas por presentación.

Y llegó el final. Terminaba el año 1979 y su hermano piensa para el día treinta de diciembre juntar nuevamente al dúo Bustos-Valdéz, pero no pudo ser. El día 26 por la mañana estaba hablando por teléfono con Jorge Dragone, ya que esa noche se presentan en El Viejo Almacén, cuando no se siente bien. El mismo tomó un taxi y se fue al Hospital Italiano. Tenía un infarto. Fueron unos días de incertidumbre hasta el 2 de enero que falleció.