Por
Julio Nudler

oisés Nijensohn era un destacado estudiante de ieschivá (academia talmúdica) en Letonia, por lo que fue considerado un conveniente partido por los padres de Ana Simuni, dueños de una panificadora, que le costearon el traslado hasta Kishenev, en Besarabia, para que desposara a su hija. El dinero y el saber religioso hacían buena pareja. De aquel matrimonio nació Colman, quien a su vez eligió por mujer a una prima lejana, Clara Pogrebinsky. Pese a su buena posición económica, Colman comenzó a militar en el movimiento socialista, por lo que fue perseguido y debió emigrar con toda la familia.

Ya en Buenos Aires, donde recalaron poco antes del 1900, abrieron una panadería, asociados por algún tiempo con los Canale. Anciano y enfermo, Moisés murió en 1913, y tres años más tarde Colman fue malherido en un intento de asesinato. En la familia existen dos versiones sobre aquel hecho de sangre. Según una de ellas, bastante fantástica, un esbirro fue enviado desde San Petersburgo para matarlo por razones políticas. Según la otra, la bala que lo dejó paralítico se la disparó un obrero, aparentemente anarquista, al que había despedido. En esos momentos, Miguel, el hijo menor de Colman, nacido el 1 de diciembre de 1911, tenía cuatro años.

En la casa de los Nijensohn había un piano, en el que tocaban tres de los seis hijos: Ambrosio y Matías (médicos los dos), Rodolfo (uno de los primeros colectiveros de la línea 1), Natalio (dibujante y luego visitador médico), Rosa y Miguel. A éste, que a pesar de ser el menor de todos superaba artísticamente a sus hermanos, se le reservaba una carrera de concertista clásico. De hecho, su formación musical fue sumamente seria: estudió piano con Vicente Scaramuzza y armonía con Gilardo Gilardi.

Pero Miguel prefirió incorporarse a la orquesta de Roberto Firpo, con quien, teniendo apenas catorce años, se fue de gira por Sudamérica. Nadie estaba en condiciones de oponerse. Muerto el padre, Clara, especie de princesa judía, y sus hijos mayores habían consumido en pocos años la fortuna familiar.

En 1927, Miguel coincidió en un trío con Aníbal Troilo, de apenas 13 años, y el violinista Domingo Zapia en el café Río de la Plata, en el barrio de Caballito. Ya con 17 años, Miguel fue convocado para integrar el sexteto del violinista Roberto Dimas, y desde 1935 formó parte de Los Poetas del Tango, quinteto que componían como bandoneonistas Héctor Artola y Francisco Fiorentino, y como violines Antonio Rodio y Miguel Bonano.

Por la misma época debutó como titular de un conjunto propio, que formó para la boite Lucerna, de la calle Suipacha 567, propiedad del violinista José Nieso. Allí secundaba al cantor Antonio Rodríguez Lesende, con quien estrenó “Nostalgias”, de Juan Carlos Cobián y Enrique Cadícamo.

Un paso trascendental en la carrera de Nijensohn fue su ingreso en 1936 a la orquesta de Miguel Caló, en la que además de pianista fue arreglador, alternando en esta función con Argentino Galván. Después de tres años ocupó el taburete Héctor Stamponi, reemplazado en 1940 por Osmar Maderna, quien confirió al conjunto el carácter que lo distinguiría para siempre.

Cuando al alejarse en 1945 el compositor de “Escalas en azul”, Caló decidió reincorporar a Nijensohn, éste debió ajustar sus arreglos al estilo Maderna, para lo cual le hacía escuchar las grabaciones de esos años. Miguel no daba tregua a su lápiz: en las giras aprovechaba los largos viajes en tren para escribir las orquestaciones.

En 1939, tras conocerla en un baile, se casó con Raquel, hija de Gregorio Ilivitzky, un mueblero de La Paternal que tuvo doce hijos: cinco varones, que fueron muriendo de diversas enfermedades, y siete mujeres, todas las cuales sobrevivieron.

Para Raquel no resultó, así, un hecho tan inesperado que su primer hijo muriera a la semana de nacer. El segundo fue Eduardo, nacido en 1942, que no sólo vivió, sino que con los años se convirtió en neurorradiólogo y buen cantor de tango. Luego nació Alicia. El mueblero no quería de yerno a un músico, pero había transigido porque al menos era judío. A Raquel, en cambio, le fascinaba el glamour de la vida artística de Miguel, aunque no aceptaba el otro costado: sus ausencias, sus trasnochadas, su vida a contramano de la de los hijos. Pero a Miguel nunca le fue bien en sus otros intentos. Su elemento era la música, a la que se dedicaba con seriedad, al punto de ser el principal arreglador de la orquesta de Miguel Caló.

Considerado un erudito en el ambiente, celebridades musicalmente iletradas como Rodolfo Sciammarella le silbaban sus tangos para que él se los anotara y armonizara.

Nijensohn condujo musicalmente en 1955 en el Luna Park un concurso de cantores que ganaron Jorge Budini y Mario Bonet. Formó entonces orquesta y los incorporó. Los bandoneones eran Víctor Lavallén, Manuel Daponte, Ángel Álvarez y Eduardo Cortti, luego reemplazado por Osvaldo Montes. Este tomó después el lugar conductor de Lavallén. En los violines Emilio González, Raúl Domínguez (Finito), Pedro Sapochnik y Milo Dojman.

En 1958, incorporó al cantor Alberto Hidalgo, (El Chino), ganador de un concurso en el Tango Bar de Flores, y grabó para Odeon.

Mientras tanto, la azarosa vida amatoria de Miguel seguía provocando vicisitudes: en esa época tenía por amante a una cancionista, pero los hermanos de ésta comenzaron a chantajearlo con llamadas telefónicas a su familia. Finalmente, para escapar de los reproches, Miguel optó por irse de su casa, pero la mujer lo rastreó adonde fuera. A partir de aquello se le hizo la vida imposible: Raquel se sentía deshonrada y amenazaba con matarse.

En 1958, Nijensohn tomó la dirección artística de Radio del Pueblo, cuando Antonio Maida se hizo cargo de la emisora. Al año siguiente formó el llamado Cuarteto de Oro, con él al piano, Milo Dojman en violín y los fueyes de Mauricio Chulman y Ángel Álvarez. Pedía 10.000 pesos de entonces por actuación, suma que nadie quiso pagar. De modo que aquel cuarteto no llegó a tocar nunca en ninguna parte.

También creó un quinteto de cuatro bandoneones (Chulman, Daponte, Montes y Álvarez) y piano para actuar como número vivo en el cine Teatro Ópera. Miguel adaptaba obras clásicas para esa formación. La experiencia duró apenas dos meses.

En 1969, creó con el bandoneonista Juan Carlos Bera el cuarteto A Puro Tango, del que quedó un long play.

Como compositor alcanzó algunos éxitos, conquistados a través de grabaciones de Juan D'Arienzo, Miguel Caló, Carlos Di Sarli y otras orquestas. Probablemente su tango más logrado haya sido “Un desolado corazón”, con letra del locutor Roberto Miró, que Di Sarli grabó con Oscar Serpa en 1954.

En colaboración con el violinista José Nieso y el letrista José María Suñé dio a conocer temas que alcanzaron cierta repercusión: “Yo quiero cantar un tango”, “Viento malo”, “Castigo”, “Sol” y “Decime qué pasó”. Con letra de Juan Pueblito produjo “Leyenda del río”. Con el violinista Pedro Héctor Pandolfi compuso “Derrotao”, con versos de Julio Jorge Nelson, y “Caballo de calesita”, en este caso con Carlos Marín. “La vendedora” tuvo una muy olvidable letra de Carlos Bahr. Otras piezas suyas destacadas fueron “Disco rayado” y “Tango compadrón”.

Personaje muy popular en el ambiente del tango, siempre conseguía algún intérprete para sus creaciones.

Nijensohn se separó de su mujer en 1974, tras una larga convivencia poco feliz, que mucho tiempo coexistió con los amores que mantuvo Miguel con la esposa de un estanciero, a la que en ocasiones exhibía como su verdadera mujer. Raquel, ambiciosa y hábil, ganaba dinero de muchas maneras. En una época en que vendía publicidad del Tiro Federal circulaba con un auténtico arsenal en su automóvil. Él sentía la permanente presión de la competencia económica que le entablaba Raquel.

Tras la separación, Miguel se había ido a vivir con su hijo Eduardo a Chicago, donde siguió como pudo con su vida de músico. Mientras tanto, Raquel sufría grandes depresiones y lo instaba a volver. Regresó finalmente en 1979 y fueron a radicarse en Mar del Plata, tal vez para alejarse del ambiente, o para reconstruir la pareja en un lugar donde no tenían historia. Ocupaban un departamento muy pequeño, en el que cuatro años después, un día de invierno, murieron los dos por un escape de gas. Nunca se dilucidó si fue un accidente o un suicidio. Sobre la mesa quedaban restos de comida de la noche anterior.

Extraído del libro Tango Judío. Del Ghetto a la Milonga, Editorial Sudamericana, Buenos Aires 1998.