Por
Néstor Pinsón

esulta que Don Chicho, obrero textil, había armado en su casa un telar y buscaba la ayuda de algún joven que supiera el oficio, lo necesario para que además le enseñara a su sobrino, un pibe de 14 años. Cuando lo encontró hubo días que los muchachos quedaban solos por unas horas, entonces, pese al ruido de las máquinas, el mayor de ellos se ponía a cantar tangos y tuvo la sorpresa que de inmediato, el chico, mientras aprendía el trabajo, comenzó a seguirlo en su actitud tanguera. Desde entonces, amigos para toda la vida. El mayor pasó a ser conocido como Jorge Casal y el otro, Roberto Florio. El tiempo los vio crecer artísticamente, pero cada uno siguió su propio camino.

Cuando Roberto cumplió veinte años su familia lo alentó a que se presentara a un concurso de cantantes, organizado por Raúl Outeda y Roberto Casinelli en el club Federal Argentino del barrio de Saavedra y lo ganó. Entre los concursantes estaba Roberto Goyeneche, vaya el dato solamente con anécdota.

El Chocho Florio fue un cantor emotivo, apasionado, que dramatizaba con justeza los temas de su repertorio.

Después del premio, tuvo varias propuestas menores pero que indicaban que había llamado la atención. Fue entonces, que aceptó hacerle cambios a Alberto Marino en el Café Los Andes, del barrio de Chacarita.

Cantaba como pibe de barrio, sin mayores conocimientos musicales, pero siguió consejos y estudió con unos muchachos guitarristas, más tarde con una profesora de música.

Pasó a actuar en La Armonía de Corrientes al 1400 y Lorenzo Barbero que formaba parte del elenco lo incorporó a su Orquesta de la Argentinidad. Pasaron juntos tres años, y llegó al disco en 1951, para el sello Pampa. Grabó “Tomá mate, tomá mate”, a dúo con Carlos Del Monte. Y a comienzos de 1952 dos temas como solista: “Serranita” y “La virgen del perdón”.

Tiempo después, cambia de rumbo para colaborar con el conjunto de Oscar Castagnaro. Tiene varias presentaciones y una grabación para el sello TK: “Madre hay una sola” y retorna a Barbero para registrar un chamamé: “El recluta”.

Jorge Casal lo recomienda a Francini-Pontier, es aceptado y entre tantas presentaciones lleva al disco para RCA en 1954: “Los cosos de al lao” y, en 1955, “Por una muñeca”, “Cuartito azul”, “Por unos ojos negros”. Cuando los directores se separan sigue con Armando Pontier, con el que graba “Lágrimas de sangre” y “Quemá esas cartas”. Su compañero de rubro era, el todavía no consagrado, Julio Sosa.

Y llega su mejor época, cuando se interesa por él el maestro Carlos Di Sarli. Su repertorio comprendió temas que hoy siguen vigentes y que fueron éxitos entre 1956 y comienzos de 1958: “Fogón de huella”, “Por qué regresas tú”, “Buenos Aires”, “Derrotado”, “Y todavía te quiero”, “Cantemos corazón”, “Pobre buzón”, “Quién sino tú” (a dúo con Jorge Durán), “Calla”, “Soñemos”, “Nuestra noche”, “Destino de flor”, “Cuanta angustia”, “Por un te quiero”, “Serenata mía” (a dúo con Jorge Durán) y “Adiós corazón”.

Su trayectoria continuó con Alfredo De Angelis haciendo pareja con el cantor Juan Carlos Godoy. Durante 1958, registró seis temas, todos para el sello Odeon.

Con Jorge Durán forman una orquesta propia que dirigió desde el piano Orlando Tripodi, tienen la posibilidad de grabar para el sello RCA, era el año 1959 cuando llega aquella despiadada orden desde la casa central en Estados Unidos de «terminar» virtualmente con el tango. Ellos estaban por la mitad de un larga duración que finalmente no se editó, pero con el tiempo se rescató lo hecho y fue llegando a manos de muchos interesados, fueron: “Dame mi libertad”, “Yo no quise hacerte mal”, “Un amor imposible”, “Estrella” y, a dúo con Jorge Durán, “Regresa a mí”, “Amor de resero” y “Ojos de canela”.

Casado con una hermana del bailarín Eber Lobato y por su mediación, llegó a cantar en Norteamérica. Allí habría dejado un disco con dos temas, acompañado por una formación dirigida por Héctor Garrido. Regresó, esta vez llamado por un bailarín tanguero, Juan Carlos Copes.

Por un breve lapso, se incorporó a José Basso donde ya estaban Jorge Durán y Floreal Ruiz. Era 1962 y para el sello Music Hall dejó “Mano cruel”, “Un amor imposible” y un éxito impensable con la versión de “Por qué la quise tanto”.

A partir de entonces continúa como solista presentándose en todos los locales de Buenos Aires, en la televisión, en el interior del país. Graba con José Libertella en 1967, acompañado por Carlos García en 1969 y, en ese mismo año también, con Roberto Pansera.

En 1974 sale un cassette para el sello Magenta con el respaldo del Trío Yumba. Hay dos temas más acompañado por la formación dirigida por Dante Smurra: “Estrella” y “Tu angustia y mi dolor”. Finalmente lo acompaña Armando Lacava, en 1980, en “El último escalón”.

Poco a poco se fue retirando por problemas de salud. Hubo una intervención quirúrgica y pocos años más tarde, los mismos reaparecieron hasta poner fin a su vida.

Junto a su esposa Gladys Lobato, atendían un local de venta de zapatos a metros de la estación Primera Junta, “El buscapié», en la calle Centenera 108: «Donde compran los tangueros», según los avisos de propaganda.

Fue autor de varios temas, uno de ellos llevado al disco por Roberto Rufino, “Tabaco rubio”, justamente un gran enemigo suyo porque afirmaba que lo imitaba.

Fue un cantante intimista, cálido y delicado, con muy buena afinación y distintiva personalidad, no obstante recordarnos, por momentos, al Pibe Rufino, quien por otra parte, tuvo un gran ascendiente no sólo en Florio sino en otros muchos cantores que luego se consagrarían.