Por
Ricardo García Blaya

o hace mucho tiempo, a mediados del año 2000, fui a almorzar con mi amigo Oscar Himschoot a un restaurante de Montevideo y Sarmiento y nos encontramos con el maestro Carlos García. Lo invitamos a nuestra mesa, charlamos de todo un poco y, en un momento, se me ocurrió preguntarle quien era para él el mejor pianista del tango. Con su habitual caballerosidad hizo un recorrido de los más grandes ejecutores del instrumento y así fueron surgiendo los nombres de Carlos Di Sarli, Osmar Maderna, Rodolfo Biagi, Luis Riccardi, Orlando Goñi, Horacio Salgán y muchos más. El hombre no se definía en particular por ninguno y describía sus diferentes características y estilos destacando las virtudes de cada uno de ellos. La cosa parecía que no iba a dilucidarse y la conversación se trasladó a otras cuestiones. Cuando terminamos de comer y ya nos estábamos despidiendo, me tomó del hombro y con voz cómplice me confesó: «Tiene idea que monumental pianista fue Salamanca que tanto tiempo tuvo que lidiar con D'Arienzo. Sabe lo difícil que debía ser y además, hacerlo tan bien.» Ahí estaba su respuesta.

Sin duda, Fulvio Salamanca fue uno de los más grandes intérpretes de ese instrumento, pero además fue un excelente director y arreglador que nos dejó registros inolvidables. Según Horacio Ferrer: «Sus interpretaciones se han caracterizado por una peculiar marcación rítmica sincopada y por el empleo agudo y sobreagudo de las cuerdas». Lo cierto es que se destacó por su técnica y virtuosismo, capaz de seguir el desenfreno rítmico de D'Arienzo y ponerle belleza. Cuando tuvo su propia formación impone su gran personalidad y, sin perder su estética milonguera, exhibe una armonía y un modelo de orquestación que realzaban la musicalidad de los temas, con vigor, pero sin falsas estridencias.

Nació en la provincia de Santa Fe, en la localidad de Juan B. Molina y siendo muy niño su familia se traslada a Las Varillas, provincia de Córdoba.

A los seis años comienza sus estudios musicales y a los doce se recibe de maestro de piano. En 1935 forma su primer orquesta con jóvenes de la zona y a la que ponen el nombre de Orquesta Mickey. Con la misma recorren toda la provincia tocando tangos, valses, milongas y otros ritmos de moda.

En 1938 la orquesta de Juan D'Arienzo debuta en San Francisco, ciudad cordobesa muy cercana al límite con Santa Fe, y los muchachos de Las Varillas se trasladan para verlo. La velada fue un fracaso por la poca asistencia de público, pero tuvieron la oportunidad de conocer a algunos de los integrantes de la más importante orquesta del momento y escuchar al famoso Rey del Compás.

Fue recién al año siguiente que D'Arienzo conoce y escucha a Fulvio. Efectivamente, a raíz de una gira que incluía Las Varillas, alguien le habló del joven pianista. Gratamente impresionado con el muchacho el maestro lo invita a viajar a Buenos Aires, para probarlo. El hecho ocurre en marzo de 1940 y el resultado fue exitoso. Así da comienzo una relación que duraría diecisiete años.

En esa época D'Arienzo estaba formando una nueva orquesta y el encargado de buscar los músicos era su primer bandoneón y arreglador, el maestro Héctor Varela. Finalmente la orquesta quedó integrada entre otros por los bandoneones de Varela, Jorge Ceriotti y Alberto San Miguel, Salamanca en el piano, el gran violinista Cayetano Puglisi, junto a Jaime Ferrer y Blas Pensato, el contrabajista Olindo Sinibaldi y las voces de Alberto Reynal y Carlos Casares, a quien luego sucedería Héctor Mauré.

Durante su permanencia en la orquesta grabó 380 temas. El primero fue “Entre dos fuegos” de López Buchardo, el 12 de abril de 1940; el último “Sin barco y sin amor” de Erma Suárez y Enrique Lary, el 13 de marzo de 1957.

De firmes convicciones ideológicas afines al Partido Comunista, comenzó a tener algunos problemas y en más de una oportunidad, el hombre terminaba en el calabozo. Nos contaba Armando Laborde que el día que se iba a probar con D'Arienzo, éste lo dejó plantado porque había ido a sacar a Fulvio de la comisaría.

Sin duda su ciclo con D'Arienzo fue fundamental en su carrera, no sólo por su participación en una orquesta tan popular y exitosa, también por el fogueo y la experiencia adquirida al lado del maestro.

En los primeros meses de 1957 se propone conformar su propia orquesta con la ayuda del bandoneonista Eduardo Cortti. Debuta en Radio Splendid en el mes de junio con una fila de bandoneones integrada por Cortti, Luis Magliolo, Adolfo Gómez y Julio Esbrez. La gran sorpresa es la presencia del gran violinista Elvino Vardaro, secundado por Aquiles Aguilar, Lázaro Becker, Jorge González y Edmundo Baya. El contrabajo estaba a cargo de Ítalo Bessa y sus dos primeros cantores fueron Jorge Garré y Andrés Peyró. Pocos días antes ya había hecho su primer registro discográfico para el sello Odeón con dos temas clásicos “Chiqué” de Ricardo Brignolo y “Alma en pena” de Anselmo Aieta.

En el transcurso del año se fueron renovando algunos músicos y se produce la desvinculación del cantor Andrés Peyró, quien es reemplazado por el que resultaría la voz emblemática de la orquesta, Armando Guerrico. Son muy buenas sus versiones de los tangos “Flor del valle” de Barbieri y Garrós y “Recuerdo” de Pugliese y Moreno, este último en dúo con Luis Correa.

Trabaja en Montevideo y en 1961 realiza una gira por el interior de Uruguay y Chile.

Son frecuentes sus problemas con los gobiernos de turno y se le prohibió que actuara en la radio y la televisión argentina.

A fines del 60 arma un trío con el bandoneonista Julio Esbrez y el bajista Alberto Celenza primero y Ángel Alegre, después.

En 1966 y después en 1968 hace en Buenos Aires dos discos que fueron encargados por Japón y editados por King Records, que contenían tangos europeos, el primero, y motivos folklóricos nipones en tiempo de tango, el segundo.

En 1975 hace una importante gira por Japón que dura casi tres meses, actuando en las más importantes ciudades y donde grabó 24 temas para el sello Victor Japón.

Finalmente, 1987 lo encuentra formando un sexteto donde a veces era invitado a participar el bandoneonista Carlos Niesi y con el que graba su último larga duración para el sello Almalí.

Su discografía no es muy extensa: con el sello Odeón hace 36 registros entre 1957 y 1963; con Philips 11 en el año 1961. Luego graba 60 temas para Music Hall (1964-1969). El primer disco de los cuatro larga duración que hizo en este sello, tiene una excelente versión de “Maipo” de Eduardo Arolas. A esta reseña hay que sumar las 48 grabaciones antes mencionadas para sellos japoneses y las diez últimas que hizo para Almalí. Todo esto da un total de 165 registros.

Por su orquesta desfilaron músicos brillantes como los bandoneones de Osvaldo Rizzo, Osvaldo Piro, Oscar Bassil; los violines de José Carli, Fernando Suárez Paz, Simón Bajour, Alberto Besprovan, Leo Lipesker y los contrabajos de Rafael del Bagno y Mario Monteleone entre otros.

Además de los ya nombrados Jorge Garré, Andrés Peyró y Armando Guerrico, pasaron por su orquesta los cantores: Julio Rodolfo, Mario Luna, Luis Roca, Luis Correa, Alberto Hidalgo y Carlos Nogués.

Dentro de su irregular obra como compositor se destacan los tangos “Tomá estas monedas” que hiciera en colaboración con D'Arienzo y lleva letra de Carlos Bahr; “Matraca”, “Viento sur” y “Muñeco saltarín”, los tres instrumentales; “Amarga sospecha”, también con Bahr y el muy comercial “Sepeñoporipitapa”, paradójicamente su mayor éxito y el de menor calidad, también con la fórmula D'Arienzo-Bahr. Además le pertenecen la milonga “Ana María” con letra de Nolo López y el vals “Eterna” dedicado a su esposa, con versos de Carlos Bahr.

Fue un gran músico y un buen hombre, que nunca renegó de sus ideales tanto en la política como en el arte. No comprendió el fenómeno de masas que significó el peronismo, pero nunca traicionó los valores nacionales ni las justas reivindicaciones de su pueblo.