Por
Ricardo García Blaya

ste porteño del barrio de Palermo, dueño de una voz cristalina con aire atenorado, es sin duda junto a Fernando Díaz una de las voces características de la orquesta de Francisco Lomuto.

Fue un típico cantante de los años treinta, con un fraseo melódico y delicado, muy afinado y de buena dicción. Apareció en momento donde surgían permanentemente grandes voces. Recordemos como ejemplo a Carlos Dante, Roberto Ray, Fernando Díaz, Roberto Maida, Carlos Lafuente, entre otros.

Su carrera profesional se inicia a fines de 1930 en la radio como solista, acompañado por un dúo de guitarras, ya con su nombre artístico Jorge Omar. En una ocasión, es escuchado por el eximio bandoneonista y director Minotto Di Cicco, quien lo invita a participar como estribillista en sus grabaciones para el sello Columbia.

En el año 1931 graban trece temas, destacándose “Taconeando” de Pedro Maffia y letra de José Horacio Staffolani y “Mil novecientos” de Edgardo Donato y Luis César Amadori.

Ese mismo año colabora con la orquesta de sello, que estaba dirigida por Alberto Castellanos en media docena de registros, muy difíciles de conseguir.

En 1932 hace una única grabación con la orquesta de Antonio Bonavena, el tango “Lunes” de José Luis Padula y Francisco García Jiménez, también en Columbia.

Durante todo este tiempo, estuvo apadrinado por el gran músico del barrio de La Boca, Juan de Dios Filiberto, quien finalmente lo lleva a su orquesta para actuar en el teatro en el sainete Villa Crespo de Alberto Vacarezza. En dicha obra, Jorge Omar estrena el hermoso tango “Botines viejos” del propio Vacarezza y Filiberto. Era el año 1933 y pese al gran éxito que tuvo este tango, nunca lo grabó.

En 1935 llegaría la gran oportunidad que lo lleva a su consagración definitiva , cuando se presenta a concursar por el lugar que iba a dejar el cantante Fernando Díaz en la orquesta de Francisco Lomuto.

Lomuto y Canaro eran, comercialmente hablando, las orquestas más importantes de su época. El primero en la Victor y Pirincho en Odeón, eran los que más grababan y, por ende, muy codiciados por los vocalistas que veían la posibilidad de ser estrellas y prosperar económicamente. Por esa razón fueron muchos los participantes del concurso, y de ahí el mérito de Jorge que, en definitiva resultó el elegido.

Así comienza la etapa de oro de su carrera artística, que durará ocho años, dejando en el disco ciento treinta y seis registros para el sello Victor.

Resultaría una tarea ímproba un detalle de sus discos, pero rescato las versiones de “Arrepentido” de Rodolfo Sciammarella, “Esclavo”, de Joaquín Mora y José María Contursi, “Vendrás alguna vez” de Alfredo Malerba y Luis César Amadori y el vals “Gota de lluvia” de Félix Lipesker y Homero Manzi. También la versión con letra de “A la gran muñeca”, una de las pocas que existen cantadas.

En 1939, vuelve Fernando Díaz a la orquesta y graban muchos temas en dúo: “El sol del veinticinco”, “Los granaderos de San Martín”, “Se han sentado las carretas”, “El día que te fuiste”, “Se necesita una estrella”, “El picaflor”, “El anzuelo”, entre otros.

Interviene junto a la orquesta en el film Melgarejo, junto a consagrados actores como Florencio Parravicini y Mecha Ortiz. El teatro es otro de los escenarios que lo ve cantar junto a la gran orquesta de Lomuto. Actúan en El rey del tango y en 1942, en La mujer es peligrosa, donde hace de galán.

Llega el año 1943 y termina su brillante ciclo con Francisco Lomuto para intentar nuevos rumbos, pero ya nada sería lo mismo. Su actuación en esta orquesta fue, sin lugar a dudas, su momento de gloria. En enero graba su último disco que de un lado tiene el tango “Ausencia gris” de Roberto Nievas Blanco y letra de Julio Jorge Nelson y en el acople, el vals “Catalina” de Rafael de León y Manuel López Quiroga.

En su nueva etapa forma rubro con el otro cantor emblemático de Lomuto, Fernando Díaz y arman una orquesta que denominan Los Diablos Rojos, seguramente por su afición al equipo de fútbol Independiente de Avellaneda. Esta experiencia dura poco y nuestro cantor pasa a integrar la orquesta de José Tinelli.

Continua después como solista acompañado por su propio conjunto y, poco a poco, se va perdiendo hasta abandonar en forma definitiva la actividad artística a fines de la década del cincuenta.

Jorge Omar constituye otro caso típico del olvido injusto, de la deficiente transmisión de la cultura de los argentinos, de la mala difusión del tango y sus verdaderos creadores.

Creo que el hecho de no haber tenido suerte en la gran movida tanguera que significó la década del cuarenta, puede ser una de las causas que opacó su recuerdo. Pero también la indiferencia de la industria discográfica y los difusores radiales que privilegiaron a mediados del cincuenta otro tipo de música.

Por todo esto nos impusimos como objetivo fundamental de Todo Tango, trabajar para recuperar de nuestro pasado, a los hombres y mujeres que construyeron el tango, como es el caso de este correcto y delicado vocalista que fue Jorge Omar.