Por
Luis Adolfo Sierra

ombre señero, con más de seis décadas de vigencia inalterable a través de dos generaciones, es el de Alfredo Gobbi. Cuando aquel pionero infatigable de los difíciles comienzos de la conquista del tango, que se llamó D. Alfredo Eusebio Gobbi, culminaba su dilatada actuación artística, su hijo, Alfredo Gobbi también, se proyectaba hacia la consagración, como el honroso continuador de una ilustre tradición artística popular nuestra.

Las múltiples facetas de la personalidad de Alfredo Gobbi -compositor, violinista, arreglador y director de orquesta-, le concedieron un merecido e incuestionable reconocimiento entre los más calificados e importantes cultores musicales del tango. Es que Alfredo Gobbi —El Violín Romántico del Tango— no traía solamente la responsabilidad de un prestigioso nombre artístico heredado. Traía la personalísima creación de un estilo de tango. Impuso así, una manera distinta de sentir y de expresar el tango. Trajo en sus originales concepciones estéticas, de evidente filiación renovadora, reminiscencias de viejo tiempo, enmarcadas en el exacto equilibrio de los valores evolucionistas, que le permitieron la cristalización de una de las más coloridas, profundas, densas y auténticas expresiones del tango instrumental. Se ha dicho con acierto, que en el moderno ropaje musical de Alfredo Gobbi, se extinguía el último exponente del tango con melena. Ese era su tango. El tango incofundible de Alfredo Gobbi, de académica estructura musical y honda sensibilidad orillera.

Su trascendente contribución a la estilística del género, encierra ese algo tan suyo, y a la vez tan difícil de definir, ese algo de la escuela de De Caro, ese algo de Di Sarli (que tampoco es la refundición de dos tendencias tan dispares), ese algo del tango de siempre. Del tango de Alfredo Gobbi, que en el expresivo lenguaje del jazz se llamaría swing, y que no tiene equivalente verbal entre nosotros.

Estilista admirable, artífice de una personalísima modalidad, la imagen temperamental del tango de Alfredo Gobbi se refleja con caracteres inequívocos, en el estilo de su orquesta. Concurren en la forma de ejecución de la misma, todas las facetas configurativas de este excepcional músico popular. Sin alardes excesivamente académicos, pero dentro de un tratamiento armónico de depurada musicalidad, utilizó Alfredo Gobbi para su orquesta una división rítmica muy singular, logrando un tipo de tango preferentemente lento y acentuado, con atrayente utilización del rubatto, de la sincopa y de los sutiles matices de interpretación que confieren jerarquía y belleza sonora a las manifestaciones artísticas de ese carácter. Los solos instrumentales encuentran siempre preferente y exacta ubicación en sus planteos orquestales, permitiendo el lucimiento de los instrumentistas, con particular predominio de su inimitable violín romántico. El violín romántico de Alfredo Gobbi, de vibrato pequeño, de expresivo portamento, de legítima estirpe decareana. Por lo demás, tiene preponderante influencia en la modalidad interpretativa de Alfredo Gobbi, el tratamiento del piano como eje conductor de toda su estructura orquestal, ajustado siempre a esa forma tanguística que se ha dado en llamar marcación bordoneada, y que creara virtualmente con Orlando Goñi, en sus largos años de estrecha camaradería y fraternal amistad, unidos en su impenitente bohemia por una inocultable afinidad artística.

Alfredo Julio Gobbi nació en Paris, el 14 de mayo de 1912. Allí se encontraban sus padres —Los Gobbi, uno de los duetos vocales más celebrados de la época— apuntalando los cimientos de nuestro tango en Europa. Su padrino fue Ángel Villoldo, quien compartía con aquellos la romántica aventura de imponer el tango en el viejo mundo.

Aquerenciado luego en la porteña barriada de Villa Ortúzar, inició Alfredo Gobbi sus estudios musicales a los seis años, habiéndosele asignado el violín como instrumento.

Bien pronto las innatas aptitudes musicales afloraron en el pequeño ejecutante, inclinando sus preferencias por el tango, a pesar de la firme oposición de su padre, que alentaba siempre la esperanza de un hijo concertista.

A los trece años tuvo lugar su debut profesional, integrando los modestos tríos en los bailes de formativo. En 1927 actuó en la orquesta del Teatro Nuevo, dirigida por el maestro Antonio Lozzi. Hizo después su debut en conjuntos calificados del tango, junto al bandoneón legendario de Pacho. Integró en 1930 —conjuntamente con el entonces desconocido Aníbal Troilo en aquel memorable sexteto encabezado por Elvino Vardaro y Osvaldo Pugliese. Su actuación como primer violín de la orquesta de Pedro Laurenz (1935), y una muy calificada producción autoral —“Desvelo”, “Mi paloma”, “De punta y hacha” y “Cavilando”— que lo ubicó entre los más destacados compositores, abrieron ya las posibilidades de Alfredo Gobbi para irrumpir con su estilo distinto de tango, artísticamente bello, auténticamente puro, inconfundiblemente suyo, formando su propia orquesta en 1942.

En mayo de 1947, la orquesta de Alfredo Gobbi, definitivamente incorporada a las más representativas expresiones del tango moderno, inició su labor discográfica en RCA-Victor, que habría de prolongarse exactamente a lo largo de una década (1947 - 1957), en cuyo período están comprendidas las realizaciones interpretativas que mejor definen la manera de expresar el tango del malogrado artista. Existe un LP de la RCA-Victor con 14 obras instrumentales que en su momento tuve el privilegio de seleccionar para la empresa grabadora, que constituyen indudablemente, la mejor síntesis y el claro testimonio de una de las expresiones musicalmente más interesantes de todas las épocas del tango.

N. de la D.: Las 14 obras seleccionadas por el doctor Sierra para ese registro discográfico fueron: “La viruta”, “Jueves”, “El incendio”, “Orlando Goñi”, “Racing Club”, “Chuzas”, “Pelele”, “La catrera”, “El andariego”, “Nueve puntos”, “Camandulaje”, “El engobiao” y esas dos verdaderas joyas instrumentales, modelos de interpretación y arreglo que son “Puro apronte” e “Independiente Club”, esta última una de las más bellas páginas de Bardi, que casi todos ignoran.

En cada versión de la orquesta de Alfredo Gobbi se encuentra siempre renovado motivo de atracción, por su rica gama de recursos rítmicos y armónicos. Tanto en las notables recreaciones de antiguas e imperecederas páginas —“El incendio”, “Chuzas”, “Nueve puntos”, “La viruta”, “Pelele”, “La catrera”— tratadas siempre con escrupuloso respeto de su originario contenido, como en las realizaciones de sus propios y musicalmente evolucionados tangos, “Orlando Goñi”, “El andariego”, “Camandulaje” (que contrariamente a lo que pudiera suponerse, compuso en el piano y no en el violín), se advierten los valores estéticos que predominan en la manera de interpretar de Alfredo Gobbi.

La importancia conferida a los ejecutantes solistas de su orquesta, le permitió a Alfredo Gobbi contar entre otros con instrumentistas tan calificados como César Zagnoli, Ernesto Romero, Lalo Benítez, Roberto Cicare, Osvaldo Tarantino (pianistas); Mario Demarco, Edelmiro D'Amario, Cayetano Cámara, Alberto Garralda, Tito Rodríguez, Eduardo Rovira, Osvaldo Piro (bandoneonistas); Juan José Fantín, Omar Sansone, Alcides Rossi, Ramón Dos Santos, Osvaldo Monteleone (contrabajistas), Antonio Blanco, Bernardo Germino, Hugo Baralis, Ariol Gessaghi, Miguel Silvestre y Eduardo Salgado (violinistas).

Aquel artista cabal, aquel auténtico hombre de Buenos Aires, aquel bohemio sentimental y andariego, que fue Alfredo Gobbi —prematuramente desaparecido el 21 de mayo de 1965— plasmó con los rasgos inconfundibles de su descollante personalidad, una de las formas definitivas e inconmovibles del tango instrumental.

Originalmente publicado en la revista Tango y lunfardo, Nº 73, Chivilcoy 31 de marzo de 1992.