enía el corazón puesto en Ríver; pero a mediados de los ’90 se enamoró del tango y lo abrazó con toda su pasión. Lo estudió en su amada Villa Urquiza, entre otras escuelas, y poco a poco dejó que le cambiara la vida.

Irene Cataxinos –para algunos La Griega– era una mujer emocional de gran belleza, que pronto devino en una infatigable trabajadora dispuesta a crear fábricas de felicidad. Así pues organizó y coorganizó bailes en los clubes Sin Rumbo, La Paternal, El Tábano y Platense; en el Salón Kass, Gricel Norte y Runa Pub, y más adelante en Plaza Bohemia de Maipú 444 con Sentimental y Coqueta –el título que mejor la definía– y Rubí.

En ese transcurso dictó clases y realizó exhibiciones. Su baile gozaba de sensualidad y una profunda capacidad auditiva. Tenía el ritmo en el cuerpo y el espíritu del baile amable. Era personal y había descubierto que en ese baile también podía ser ella misma. De vez en cuando citaba la célebre línea de Leopoldo Marechal: «El tango es una posibilidad infinita». Casi no veía imposibles. Acaso sabía que esa posibilidad se parecía a la palabra Esperanza, curiosamente el segundo nombre con que fuera honrada y jamás defraudó.

Agradecemos a Guillermo Thorp, de Revista Diostango, por la foto

El autor es maestro, bailarín e investigador del tango danza. Es autor de Nuevo Glosario de Tango Danza, La Pista del Abrazo, Tango FAQs y Los Legionarios del Abrazo – Historia del tango danza 1800-1983. www.tangosalon.com.ar / info@tangosalon.com.ar