Fontán Reyes

Nombre real: Nocito, Atir Omar
Cantor
(10 octubre 1925 - n/d)
Lugar de nacimiento:
Por
Alberto González Toro

la plata de aquel robo yo no la vi ni quemada”, esto dijo aquel hombre ya de 74 años y acento de porteño trasnochador. Fontán Reyes fue el entregador, el que pasó el dato. El hecho ocurrió en su ciudad de San Fernando, en 1965. El caso dio origen años después a una novela del escritor Ricardo Piglia, titulada “Plata quemada” y, luego (año 2000), a la versión cinematográfica de la novela.

En su casa de Talar de Pacheco, localidad del noroeste del gran Buenos Aires, vive con su segunda mujer María Ofelia Reyes, nos recibe para evocar sus pasos de cantor de tangos y su vinculación con aquel sangriento suceso. «Me comí tres años y ocho meses en la cárcel de Olmos.», comenta sin resentimiento. «Si el afano no lo hacían los muchachos, lo hacía yo solo», afirma casi con orgullo.

En 1957 ganó un concurso multitudinario de tangos. Lo organizaron LR4 Radio Splendid y las revistas Cantando y Radiofilm. Con sólo 32 años de edad y, como era razonable, todas las ganas de hacer una brillante carrera artística. Su buen estilo, el tono de su voz, sedujo a Héctor Varela que transitaba un sendero exitoso. Lo contrató para realizar una gira por Chile, por alguna razón que no comentó, apenas llegó se afectaron sus cuerdas vocales y quedó sin voz. De regreso al país, ya con una notoria mejoría llegó al disco con Varela, el 2 de enero de 1958, fue con el tango, “Esta noche de copas”, tema que años más tarde, también registrara Jorge Falcón.

Sólo estuvo cuatro meses con Varela, pues su afección se hacía notar por períodos para luego desaparecer. Muy joven, aún en la década de los 40, había incursionado en un cuarteto a cargo de Alfredo Ponce, allí usó el seudónimo de Alberto Moreno.

En 1950 pasó por la orquesta de Juan Canaro. Luego, una breve colaboración con Edgardo Donato antes de Varela, cuya intención era reemplazar a Raúl Lavié y a Rodolfo Lesica, quienes tomaban otro camino, pensó en Fontán y en Ernesto Herrera que provenía de otro concurso. Su primer registro anduvo muy bien en cuanto a ventas. En su momento de mejor salud vocal, actuó en numerosos locales de relativa importancia, pero muy pronto lo enfocó el pianista Osvaldo Manzi, que en aquellos discos 78 rpm grabó su tema instrumental “Febril” -muy bien recibido- y cuyo acople fue “Dolor milonguero” (18 de diciembre de 1958).

Más tarde, pasó brevemente por los conjuntos de Emilio Orlando, Juan Sánchez Gorio y Celso Amato. Su fugaz fama no tardó en perderse en el olvido. Tenía mujer, dos hijas y su pasar económico no era bueno. Trabajaba en el aserradero de un hermano y, por la noche, viajaba a La Plata donde cantaba en clubes nocturnos.

Pasaron los años y siempre en su ciudad, pudo comprar un bar ubicado en Ginés y Sarmiento, entonces cambió su vida. En la novela de Piglia, ganadora del premio Planeta en 1997, puede leerse que tenía graves problemas con las drogas y aquí Fontán se puso molesto y dijo: «El Piglia ese se habrá creído que yo estaba muerto, yo nunca fui drogadicto, y no me interesa ver la película y lo relatado en el libro me lo contó mi mujer».

Con la compra del bar su vida cambió pues allí paraba gente de “la pesada”, delincuentes. Carlos Alberto Argañaraz que era el jefe de la banda (acribillado por la policía poco antes del asalto a un blindado), un día se apareció con el “Nene” Brignone, el “Gaucho” Dorda, Carlos Alberto Mereles y Enrique Mario Malito. «Eran muchachos decididos y locos.», recuerda. Y confiesa casi avergonzado, que desde hace algún tiempo le falla la memoria. Olvida detalles, fragmenta su historia. Pero jamás niega su responsabilidad en los hechos. «Si el asalto no lo hacían ellos lo hacía yo solo.», repite, «Eran siete millones y medio de pesos, mucha plata en esa época».

Enciende un velador porque cae la tarde, y evoca su infancia en San Fernando. El trabajo duro, la adolescencia con tangos: «Porque yo canté toda mi vida», y recuerda ese septiembre de 1965 cuando en una mesa de su bar entregó a la banda de Malito y compañía, el dato esencial para asaltar el blindado que transportaba el dinero desde el banco Provincia a la Municipalidad de San Fernando, donde él trabajaba como inspector. «Yo les di las armas. Tenía un amigo comandante de avión que me trajo de Norteamérica ametralladoras y un FAL», dice mientras bebe un trago de whisky.

«Ese Malito infundía miedo, no hablaba nunca, siempre callado, siempre a la defensiva, parecía un tigre al acecho. Después, estaba Brignone, que era hijo de un juez. Parecía un adolescente, fino, pero con ojos desencajados. Dorda era más bonachón y Mereles un chiquito que no asustaba a nadie. Esperaba ganarme cien mil dólares y al final no recibí un peso. Si los locos quemaron la plata».

El hecho se produjo el 27 de septiembre de 1965, poco después de las tres de la tarde. En la camioneta iban cuatro personas. El tesorero Alberto Martínez Tobar apretaba contra su pecho un portafolio con el dinero, la cifra exacta era 7.203.960 pesos. Del tiroteo a los municipales sólo se salvó un empleado, y también murió un peatón que salía de un café. Los asaltantes huyeron a Montevideo, allí los ubicó la policía uruguaya y resistieron quince horas, cuando se vieron perdidos, decidieron quemar la plata.

Murieron Brignone y Mereles. Dorda, herido, se recuperó y al año siguiente murió en una rebelión de presos en la cárcel de Caseros. Malito pudo escapar del Uruguay. Hay quien dijo que murió en un tiroteo, en 1969, en el barrio de Floresta. Otra versión lo ubica en Asunción, donde habría muerto en 1982, de cáncer. Reyes fue arrestado en su casa, denunciado por un primo que indirectamente estuvo involucrado en el asalto. Le dieron doce años, pero está dicho que salió pasados los tres años, libre de culpa y cargo, salvando su buen nombre y honor (¿?). De 1975 a 1990 residió en Perú, donde consiguió hacer algunas presentaciones tangueras.

María Ofelia, su nueva esposa, cuenta que lo conoció tres años atrás, en un boliche tanguero. «No sabía quién era, pero me gustó su voz y su apostura. Hablamos mucho por teléfono y al final me fui a vivir con él».

Con respecto a su carrera, siguió cantando donde se le brindara la ocasión.

Es hora de irse. Fontán ajusta sus lentes, agradecido, y dice que piensa mucho en sus dos hijas, sus tres nietos y su bisnieto, y que el tango ha sido siempre su pasión.

Publicado en el diario Clarín el 14 de mayo del año 2000.