Por
Ricardo García Blaya

u nacimiento ocurrió en la ciudad de Bahía Blanca, al sur de la provincia de Buenos Aires. El poeta e investigador Eduardo Giorlandini nos cuenta que era hijo de Roque y Emilia Miguez y que Armando había nacido en la calle Fitz Roy al trescientos, a dos cuadras de su casa.

Fue un pianista de academia que sumó a sus conocimientos técnicos de orquestación y armonía, el yeite que te da la noche y la bohemia de Buenos Aires.

Ya instalado en la Capital, en 1945, integró la Orquesta Argentina formada por ex músicos de Osvaldo Fresedo y entre sus compañeros estaban el bandoneonista Alberto Garralda y el cantor Juan Carlos Miranda.

Es en este año, que se estrenó su obra más importante: “Un tango y nada más”, que hizo en colaboración con el bandoneonista Juan Pomati, con versos de Carlos Waiss. Tanto gustó esta pieza que Carlos Di Sarli la llevó enseguida al disco, el 5 de julio, con la voz de Jorge Durán para la casa Victor y, doce días más tarde, hizo lo propio Alfredo De Angelis con su cantor Julio Martel para Odeon.

En 1949, dirigió la formación que acompañaba a Raúl Iriarte en Radio Belgrano y, después, emprendieron juntos una larga gira por Chile, Perú, Venezuela y México que terminó en Colombia, país donde la ex voz de Miguel Caló estableció su residencia.

Luego vendría su etapa más fecunda cuando sustituyó a Eduardo del Piano en la dirección de la orquesta de Ángel Vargas, desde principios de 1951 hasta 1954 inclusive. Con esta formación hizo 40 registros fonográficos para el sello RCA-Victor, los dos primeros “Cascabelito” y “No salgas de tu barrio” (1951) y los cuatro últimos “Doblando el codo” de Del Piano y Juan Manuel Mañueco, “Tiene razón amigazo”, “Noche de locura” y “Pingo lindo” —de Pancho Agueda (seudónimo de Alfredo José Labandeira) y Eduardo Parula—. En 1955, se fue y Edelmiro D'Amario ocupó la conducción de la orquesta.

Armó también un cuarteto con el violinista Aquiles Aguilar (ex integrante, desde los inicios y hasta el final, de la orquesta Francini-Pontier), para actuar en diferentes escenarios de la noche porteña y en el Hotel Savoy.

En 1957, de paso por Colombia, integró por breve lapso la orquesta del bandoneonista argentino Enrique Méndez, con la que acompañó a Julio Martel en algunas de sus grabaciones en ese país.

En 1959, actuó en Radio del Pueblo con un sexteto junto al cantor Roberto Beltrán y, en 1960, acompañó a Mario Bustos con quien grabó un longplay con doce temas para la compañía Music Hall, entre ellos un tango del propio cantor, con música de Leo Lipesker: “Chau pebeta”.

En la década del sesenta, se presentaba con su orquesta en diversos locales de Buenos Aires, en el Automóvil Club, en la tanguería Cambalache de la calle Libertad y en Radio Splendid, sus cantantes eran Carlos Aldao y Ester Lucía, con esta última dejó algunos registros editados por el sello Almalí.

Asimismo, en 1963, dirigió la orquesta que acompañó a Tania en la grabación de un disco totalmente integrado con tangos de Enrique Santos Discépolo.

En 1964 y 1965, tuvo como vocalista de su conjunto a Tino García, el ex cantante de Ángel D'Agostino, quien después, se retiraría definitivamente del canto. Y, en 1980, también acompañó a Roberto Florio en la grabación de “El último escalón”, posiblemente, uno de sus últimos registros.

Giorlandini nos contó una simpática anécdota de sus encuentros con Lacava en Buenos Aires: «Recuerdo en El Rincón de José Canet —en Callao casi Corrientes—, donde también actuaban Mister Chassman y Chirolita. Yo estaba en la barra y Julián Centeya, que en ese mismo lugar era otro protagonista, le hizo creer a Mister Chassman (seudónimo de Ricardo Gamero) que yo era hermano gemelo de Armando Lacava. Así que Chirolita, luego de su clásico inicio que comenzaba con la pregunta, sobre las rodillas de su creador: “¿Qué hacés negro?”, le preguntó también: “¿Lo viste al hermano gemelo de Lacava?”».

Murió un otoño de 1989. El diario Clarín lo despidió con una conceptuosa nota necrológica sin firma que comenzaba:

«El pasado sábado tras una corta dolencia, falleció en Buenos Aires quien fuera una de las figuras más queridas, respetadas y admiradas de la legendaria década del 40: Armando Lacava...».

Y continuaba en sus partes destacadas: «Pianista de fuerte personalidad, con depurada técnica, fue también un brillante orquestador y un compositor feliz, que dejó algunos títulos que merecieron el fervor popular, entre ellos “Un tango y nada más” y “Guardia vieja del 40”. Sus últimos años estuvieron dedicados a apuntalar La Fundación la Casa del Tango. Compartía las mesas de los cafés vecinos a SADAIC con músicos y poetas de su generación y de las más recientes, brindándoles su calidez y permanente afabilidad. Tenía 73 años. Desde ahora tiene un lugar en la galería de los mejores recuerdos».

Del resto de su obra se destacan los tangos: “El picaflor del oeste”, “Lucio Paredes” en colaboración con Ángel Vargas y letra de Horacio Sanguinetti, “Insólita Judith”; la milonga “Y soy como soy” con versos de Leopoldo Díaz Vélez; el vals “Cruzando la alameda”, con Javier Mazzea y los instrumentales “A Villoldo” y “Vigencia”, este último en colaboración con Lorenzo Barbero.

Para finalizar, la interesante descripción que sobre su personalidad nos da Giorlandini: «este hombre alto, corpulento, de cabello tirando a ondulado, invariablemente con su amplia sonrisa, menos cuando se hallaba en función de actuar el tango, era un buenazo, de gesto reposado, de una cordialidad y simpatía respetuosa, que nunca caía en la adulonería...» y termina la misma, resaltando su seriedad y su actitud de pensar permanentemente en la estética y enaltecimiento del tango.