Por
Abel Palermo

ue un cantor precoz que, en su ciclo maduro, nos ofreció una bella voz y una alta técnica interpretativa. Se inició siendo un niño, en el grupo infantil La Pandilla Marilyn que hacía radioteatro, luego integró el elenco de la similar pero efímera, Pandilla Corazón.

En 1935 debutó como el niño cantor en LR5 Radio Mitre, después fue a LR3 Radio Belgrano, para participar en el programa Matiné Federal. Y, a los doce años, hizo una breve actuación en la orquesta de Edgardo Donato.

Cuando, en 1943, Alfredo Gobbi reapareció en Buenos Aires, luego de una extensa temporada en Montevideo en la orquesta de Pintín Castellanos, armó su propia formación contando con las voces de Walter Cabral y Lozano. Desconozco como Pablo con sólo 17 años llegó a la agrupación de El Violín Romántico del Tango, pero lo cierto es que debutó en el local Sans Souci de la calle Corrientes junto a importantes músicos: Edelmiro D'Amario —Toto—, Deolindo Cazaux, Ernesto Rodríguez —Tito— y Mario Demarco (bandoneones), Gobbi, Bernardo Germino, Antonio Blanco y Juan Pro (violines), César Zagnoli (piano) y Juan José Fantín (contrabajo).

Después que Gobbi disolvió la orquesta, pasó a actuar brevemente con la de Francisco Lomuto. En 1945, fue requerido nuevamente, por Donato, junto a su colega el cantor Jorge Denis. Fue en esa oportunidad que llegó al disco. En marzo registró los tangos “Barrio tranquilo” y “La de los ojos tristes”, de Donato y Héctor Marcó. A fin de año se fue de esta orquesta y, en su lugar, ingresó Alberto Podestá.

En 1947, fue contratado por Antonio Ríos para cantar en su cuarteto, que se presentaba en la confitería Marzotto, de la calle Corrientes, con gran aceptación del público y en Radio Belgrano.

Después de un año, volvió a ser convocado por Gobbi para compartir el escenario con el joven cantor Héctor Maciel. En esta nueva etapa con el maestro grabó: “Muchachos yo tengo un tango”, de Natty Paredes y, al otro lado del disco, Maciel registró “Tierrita”. Con esta placa tuvieron un éxito comercial muy importante.

Esta nueva orquesta de Gobbi estaba integrada por: Ernesto Romero (piano), Mario Demarco, Mauricio Shulman —Budita—, Ernesto Rodríguez, Alberto Garralda y Ricardo Varela (bandoneones), Gobbi, Antonio Blanco, Luis Piersantelli, Miguel Silvestre, Osvaldo Monteverde y Agustín Carlevaro (violines), Juan Pecci (contrabajo).

Al finalizar el año 1948, ambos cantantes se alejan de la orquesta y fueron reemplazados por Jorge Maciel y Ángel Díaz. Luego de un año, Lozano reaparece en el Marzotto, acompañado por el cuarteto de Jorge Dragone y, en 1950, se integra a la orquesta del violinista Oscar de la Fuente.

Luego de los carnavales de 1955, Aníbal Troilo sufrió el alejamiento de Jorge Casal. Poco tiempo antes, se había ido Raúl Berón, el otro componente de esa escuadra de ases. Para suplir tamañas ausencias, El Gordo se decidió por Carlos Olmedo, primero y por Lozano, después.

Ambos vocalistas venían siendo observados por Troilo, atraído, seguramente, por la calidad interpretativa y buena técnica de los dos muchachos. Por un lado, el fraseo rítmico de Pablo y por el otro, el decir personal de Olmedo, sumaban virtudes para esa elección. Pichuco se jugó por ellos, no obstante, las grandes dudas que tenía en cuanto a la conducta de ambos, quienes habían ganado fama de bohemios e incumplidores. Lamentablemente los cantores le fallaron y, al cumplirse el término del contrato, se vio obligado a prescindir de ellos.

Fue realmente una lástima, ya que pudieron haber hecho una buena carrera junto al Gordo. Por suerte, en el surco nos quedaron tres perlitas, verdaderas joyas tangueras: “Viejo baldío”, por Lozano, y “Recordándote” y “El cantor de Buenos Aires”, por Olmedo.

Desde ese momento su carrera artística fue declinando, paulatinamente, llevando una vida personal mala y autodestructiva. A fines de los setenta era común encontrarlo ebrio en el estaño de algún café céntrico o en el restaurante Pepito de la calle Montevideo y Sarmiento, del que era habitué. La caída era inexorable.

El de Pablo Lozano es un caso muy común de aquellos tiempos en que la muchachada tanguera creía que la vida era eterna, que la juerga y la noche eran inofensivas y que la farra no dejaba secuelas. Murió a los 67 años recién cumplidos.