Por
Néstor Pinsón

ació en Buenos Aires, en el barrio de Villa Luro, exactamente en la calle White, entre Bragado y Tapalqué. Fue sin duda, un personaje singular de pura etnia porteña. En lo artístico comenzó haciendo lo suyo, guitarra y canto, era un bohemio presto a tocar donde lo llamaran, totalmente alejado del profesionalismo.

Resulta difícil mencionar sus primeros años de actuación. A partir de 1940, formó un trío junto a otros dos importantes guitarreros y cantores: Juan José Riverol, creador de dos tangos clásicos: “N.P. (No Placé)” y “Cantor de mi barrio”, hijo además, de Domingo, guitarrista de Carlos Gardel, y Ángel Robledo, que en la década del 50, integró el conjunto de guitarras de José Canet y también, el de Roberto Grela, asimismo, y durante buen tiempo, acompañó a la cancionista Nelly Omar.

Este trío, con sus guitarras y sus voces, hizo un interesante registro discográfico con la orquesta de Sebastián Piana: la milonga “Jazmín Simón”, para el sello Victor en 1942. Luego, se separaron por un tiempo y vuelven a juntarse en 1947 pero ya sin Robledo, reemplazado por Alfredo Lucero Palacios.

Intervinieron haciendo coro en la orquesta de Miguel Caló, cuando Raúl Iriarte era el cantor solista. Bastante más tarde, repitieron el esquema coral pero para una única grabación en 1953, esta vez sin cantor, en el vals de Caló y letra de Reinaldo Yiso: “El abandono”. El trío se mantuvo durante los primeros años de la década del 50 y luego se disolvió.

Volviendo para atrás, a fines de 1942, Alfredo Gobbi retornó de Montevideo donde, durante un tiempo, había trabajado en la orquesta de Pintín Castellanos. Le había surgido la posibilidad de una temporada en el cabaret Sans Souci. Para cumplir el contrato debió convocar a músicos y cantores. Así sumó a la formación a dos destacados bandoneonistas: Edelmiro D'Amario (Toto) y Mario Demarco; también a los cantores Pablo Lozano y Ángel Cabral, ambos de breve intervención. En el caso de Cabral, ya estaba en plena creación musical.

A lo largo de su carrera compuso mas de 200 canciones, entre las más destacadas podemos nombrar: “Que nadie sepa mi sufrir”, "Bárbara" y “Plegaria” (valses peruanos); “Errante vagabundo”, “Desagradecida” y “Desamorada” (valses); “Su nombre era Margot”, “El clavelito”, “No, no llores más”, “Amor de chiquilina” —que firmó como Ángel Amato, en colaboración con Erma Suárez—, “Yo soy milonga” —con Juan José Riverol—, “Y con eso dónde voy”, “Un cielo para los dos”, “Fueron tres palabras” —en colaboración con Ernesto Rossi— y “Que sea lo que Dios quiera” (tangos).

Pero de todos los nombrados, hay una página memorable que rompió el molde y que se convirtió en un éxito internacional, el vals peruano “Que nadie sepa mi sufrir”. El hecho ocurrió en 1953, en oportunidad de la presentación en el Teatro Ópera de Buenos Aires, de la cancionista francesa, Edith Piaf. Esta inolvidable intérprete escuchó el valsecito y se lo llevó a su país. Ya en París, convocó al autor Michel Rivgauche, quien le cambió la letra y el título, así nació “La foule”, que en francés significa la multitud. La transformación resultó un éxito extraordinario desde el mismo estreno.

El tema formó parte de los repertorios de músicos y cantores notables, para citar algunos: Frank Pourcel, Raphael, Nati Mistral, Julio Iglesias. En nuestro país, también tuvo una gran repercusión, claro que con su título original, “Que nadie sepa mi sufrir”. Lo cantaron y grabaron: Alberto Castillo con su orquesta, Carlos Dante con Alfredo De Angelis (1953), Alberto Marino con guitarras (1954), el dúo Tito Landó y Alfredo Del Río con Alfredo Gobbi (1955), Ángel Cárdenas (2000), entre muchos otros.

La página dio un importante beneficio económico a su compositor. Con lo recaudado a nivel internacional, compró una casa en Mercedes, en la provincia de Buenos Aires, donde invitaba a sus amigos a guitarrear y comer unos sabrosos asados, tal cual nos contó en alguna oportunidad el propio Cabral.