Jorge Dobalo

Nombre real: Dobalo, Jorge
Cantor
(10 marzo 1947 - )
Lugar de nacimiento:
San Pedro (Buenos Aires) Argentina
Por
Ricardo García Blaya

ocas veces me permito algunos gustos y esta vez me los daré, subiendo a la superficie a un cantor que canta única y exclusivamente, por su amor al tango y a sus versos.

Su propuesta tiene más que ver con los climas y los colores que proponen las letras. Y nos ofrece una interpretación emotiva e intimista que, pinta historias y sentimientos de la gente de Buenos Aires.

Historias que resisten la muerte en el funesto marco de la fría globalización, justamente, porque nos hablan de las cosas trascendentes de la vida de las personas, parte insoslayable de nuestra poética porteña.

Me contó sobre lo artesanal de su trabajo con Antonio Pisano, —aquel bandoneonista que conocimos con Luisito Cardei— y me informó que están preparando un disco con alrededor de veinte canciones, la mayoría extraídas del repertorio gardeliano y que no son de las más divulgadas.

A manera de confesión me escribió: «Nos estimula la invalorable suerte de haber nacido acunados en esta inigualable manifestación cultural que nos convoca, y haber vivido, como en mi caso, una infancia ligada a bailes de campo, fiestas criollas y radioteatros conmovedores para nuestras cabezas inocentes pero ávidas».

Nació en la criolla ciudad de San Pedro, en la provincia de Buenos Aires y sus ganas de cantar estuvieron siempre presentes en él, cuando de joven intentaba dúos con los discos de Carlos Gardel.

Se inició participando en diversos coros, el inicial fue en el colegio de sus hijos, organizando junto a su mujer, el Urquiza Coral. Después, ingresó por un año al Coro Kennedy para pasar y quedarse durante diez, en el Capella Buenos Ayres, dirigido por Guillermo Vaisman, gran chamamecero y tanguero, hoy director del coro de las Naciones Unidas.

En 1983, debutó como solista aficionado en bares y confiterías, los primeros pasos en San Pedro, en la peña Entre Amigos, más adelante como profesional: en el Argot Café, de Elpidio González y Álvarez Jonte, en el Eco Café Aromático, que estaba en la intersección de Correa con el boulevard San Isidro y en la recientemente desaparecida confitería El Águila, de la avenida Figueroa Alcorta, a pasos de la cancha de River.

Asimismo, nos confesó además, que su vocación de cantar en público se despertó al escuchar a Luis Cardei, cuyo estilo campechano y respetuoso de la melodía y la letra, le llegó muy adentro.

A partir de la muerte del admirado cantor, se asoció con Pisano para que lo acompañe con su fueye, en las presentaciones que continuaron en bares y escenarios de barrio, hasta que se aquerenciaron en el mítico Café de los 36 Billares, en la Avenida de Mayo, donde hace varias temporadas, cumplen con su rito tanguero.

Hacen un repertorio significativamente gardeliano, desgranando temas poco transitados, respetando la esencia de sus autores a rajatabla, de manera similar a la que transitaba su mentor, cuando lo escuchó por primera vez en el Complejo La Plaza, luego en el Club del Vino.

Todo Tango mantenía una deuda con Jorge que con esta breve reseña tratamos de reparar, no sólo en homenaje al artista, también al amigo que en tantas reuniones nos deleitó con sus tangos que trasuntan el alma de los barrios y el corazón de los porteños.

Cantar bien no requiere de potencia, ni de falsos recursos, ni de sofisticados gorjeos, sólo se necesita afinación, personalidad y amor por lo que se interpreta y eso, a nuestro querido cantor, le sobran holgadamente.