Por
Horacio Ferrer

a innata facultad para la invención musical y el delicado temperamento creador identificaron, desde el momento mismo de su iniciación artística, la fisonomía de su obra.

Involucrado, por razones de íntima afinidad estética con la escuela romántica, nacida con los tangos de Cobián y Delfino, compartió con éstos y con Francisco De Caro, Carlos Vicente Geroni Flores, y con el Julio De Caro, de “Copacabana (Nido de amor)” y con el Agustín Bardi, de “Nunca tuvo novio”, la línea de páginas arromanzadas de primera clase, ofrecida entre 1915 y 1935, período de apogeo de esta variedad formal y anímica del tango.

Mañanitas de Montmartre”, “Musett”, “Capricho de amor”, “Dandy”, “Mi musa campera”, obra suya compuesta entre 1926 y 1932, caracterizaron con su exaltado lirismo y su riqueza melódica, ese momento inicial de su producción. Posteriormente, en ubicación musical de jerarquía paralela a la de Eduardo Pereyra, Joaquín Mora y Aníbal Troilo —entre otros— dio a conocer “Yo era un corazón” y toda una serie de páginas cantables con versos de Homero Manzi: “Telón”, “Hermana”, “Mañana zarpa un barco”, “Malena”, “Solamente ella”, “Tal vez será mi alcohol”, que inspiraron, promovieron la selecta dimensión de repertorio, que perfiló al tango del cuarenta.

Con igual calidad de imaginación y de desarrollo, incursionó en la obra de concepción instrumental con “Punto muerto”, “Cascarita” y “Sentimiento tanguero”.

Ejecutante de sonido y de fraseo inconfundible, ha sido un auténtico diseur en su piano, modalidad intimista de la que son exactamente representativas sus versiones de “Mañana zarpa un barco”, “La casita de mis viejos”, “Mi noche triste”, “Dandy”, “Mañanitas de Montmartre”, grabadas en 1952, para los discos Columbia; y “La calle sin sueño”, “Gricel”, “Nunca tuvo novio” y “Divina”, entre las vertidas para Disc Jockey, en 1968.

Por igual, sus arreglos instrumentales y vocales, tienen el sello de su fina personalidad de artista, así como los conjuntos que ha dirigido en interpretaciones tan logradas como “Florcita” (Odeon, 1945), “Sentimiento tanguero” (T.K., 1956) y “Milonguero viejo (Fresedo)”, (Artfono, 1956), entre las interpretaciones orquestales; “No te apures Carablanca” (con Juan Carlos Miranda), “El pescante”, “En un rincón”, “Qué solo estoy”, “Pena de amor” (todos con Raúl Berón, discos Odeon, 1943-1944) y “Dónde” (con Armando Garrido, disco Artfono, 1956).

Nació en Buenos Aires. Hijo del violinista Domingo Demare. Así, como su hermano Lucas (director luego, de trascendente carrera cinematográfica) se consagró al bandoneón, él se dedicó al piano, instrumento cuyas disciplinas técnicas cursó al cuidado de Vicente Scaramuzza.

Integró, en sus comienzos de profesional, la orquesta del bandoneonista Nicolás Verona. En 1926, Francisco Canaro —quien actuando en Francia partía con rumbo a Nueva York y deseaba dejar un conjunto a su nombre en París—, lo requirió para que integrara éste en el dancing Florida. Después, por iniciativa del propio compositor de “La tablada”, se asoció a los cantores Agustín Irusta y Roberto Fugazot, formando el celebrado trío Irusta-Fugazot-Demare, que debutó en el Teatro Maravillas de Madrid.

Con sus compañeros de conjunto tomó parte en la filmación de algunas películas españolas —Boliche, entre ellas—, grabando una serie de discos Victor en Barcelona, entre los que se destacan “Capricho de amor”, vertido por su piano y el violín de Sam Reznik, y “Mi musa campera”, registrado por orquesta de su dirección y la voz de Agustín Irusta.

Luego de dos largas y exitosas turnés por países de Centro y Sudamérica, de una segunda temporada europea, regresó definitivamente a Buenos Aires en 1936. Y a la par de su hermano Lucas —cada cual en lo suyo— se incorporó al cine argentino, en el que realizó una labor musical repetidamente laureada por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas y por la Municipalidad de Buenos Aires. Alternó esa obra, con la reaparición fugaz del trío en Buenos Aires —que actuó con Canaro en la comedia Mal de amores— y con algunas nuevas colaboraciones con el compositor de “El pollito”, cuando tuvo éste dos pianos en su orquesta (el titular era Luis Riccardi). Pero, en 1938, prefirió formar la propia, uniendo luego su nombre al de Elvino Vardaro, para presentarse ambos por Radio Belgrano, con Alfredo Calabró como primer bandoneón y Juan Carlos Miranda, como vocalista.

Desde 1939, ya desvinculado artísticamente de Vardaro, continuó su carrera de director, en pleno ascenso valorativo, grabando, desde “La racha” y “Telón”, sesenta y dos versiones para la casa Odeon, con las voces de Miranda, Raúl Berón y Horacio Quintana. Después de 1950, grabó con su orquesta para Columbia, para T.K. y para Artfono, entonces con las voces de Héctor Alvarado y Armando Garrido.

Con su orquesta, apareció en la película Sangre y acero (1955). En la década del sesenta reciente, lo capital de su trayectoria está vinculado a una destacada labor de solista —compartida en ocasiones con Ciriaco Ortiz o con Máximo Mori— en clubes nocturnos de Buenos Aires. Y en su propio local, la Tanguería de Lucio, de la calle Cangallo, trasladada en 1969 a San Telmo, Balcarce y Giuffra ya denominada Malena al Sur.

Extraído del Libro del tango, de Horacio Ferrer, editorial Antonio Tersol, 1980, España.