Por
Néstor Pinsón

De bailarines y profesores

lgo de habanera, algo de fandango, algo de milonga y de candombe, así fue naciendo el tango. Alguien dijo que el tango es «guacho», y es cierto no tiene «un padre».

El fenómeno se da casi al mismo tiempo en ambas orillas del Río de la Plata. Tanto Montevideo y Buenos Aires lo vieron crecer y desarrollarse, y en sórdidos peringundines, misérrimos locales cercanos a los puertos, se lo empezó a bailar.

Con el tiempo, estos lugares de baile se fueron puliendo llegando a los barrios en formas de Academias de Tango, en salones públicos, salitas de barrio y patios de casas vecinas, algún galpón creado para la oportunidad y hasta algún terreno baldío al que se limpiaba de yuyos y se le alisaba el piso.

Aparecieron otros que trataban de distinguirse de aquellos, cobraban entrada de módico precio, con pretensiones profesionales. Uno de estos tuvo como propietario a Enrique Saborido —el composior de “La morocha” y “Felicia”—, buen bailarín y pianista, que enseñaba a bailar el tango en la calle Cerrito 1070, zona de mansiones aristocráticas y cercana al lugar donde daba sus clases otro experto: Juan Carlos Herrera.

Hubo bailarines de distinto rango y calidades. Son recordadas las exhibiciones de aquel conocido con el seudónimo La Lora que parecía un saltarín de circo por su estilo, plagado de raras contorsiones.

Una de las primeras parejas destacadas fueron El Mocho y La Brasilera, cuyo nombre artístico era Los Undarz, según se dice el gasto físico lo realizaba ella, mientras que su compañero El Mocho la dirigía sobriamente para su lucimiento, todo lo cual entusiasmaba al público.

En los escenarios teatrales los primeros nombres reconocidos fueron, entre otros, Los Lento, que por su desenvoltura, de tales no tenían nada. También la pareja Los Silva, que bailaban un tango más estilizado, en pasajes de muchas obras nacionales. Lo mismo ocurría con el citado Juan Carlos Herrera que era contratado por el lujoso Hotel Bristol de Mar del Plata (principal ciudad balnearia) para las temporadas veraniegas y entre los tangos estilizados intercalaba gavotas y otros bailes similares, pero pronto captó que aburrían al público y dio a sus pasos un ritmo más ágil, más cercano a la danza arrabalera.

Otro bailarín estilizado y muy particular, que falleció en Buenos Aires el 28 de diciembre de 1988, era el Conde Juan Eugenio Chikoff. Perteneciente a la nobleza rusa y exiliado en Paris, se vino para la Argentina en la década del veinte. Se vinculó a la alta sociedad, siendo común su presencia en los lujosos salones de Mar del Plata en la época de verano.

El pianista catalán Manuel Jovés —compositor de “Patotero sentimental” y “Nubes de humo (Fume compadre)”— le dedicó un tango intitulado Chikoff.

Otro de los interesantes profesores de nuestra danza ciudadana fue Manuel Crespo, dominador como pocos del tango de salón y del tango orillero. Era elegante, milimétrico en sus desplazamientos, creador de figuras originales que no cometía errores ni tenía dudas, pero la perfección de su labor resultaba fría para el público.

Otros profesores memorables, actualmente olvidados, fueron: Vicente Garyuli, dedicado al tango orillero y fantasía; Guillermo Campos, que se destacó en el tango de salón; Pepito Avellaneda, hacía orillero y fue uno de los pocos profesionales de milonga porteña.

También fue una figura muy destacada Manuel Silva, de elegante estilo, profesor de la alta sociedad de la década del veinte en el Club Mar del Plata, e integró las compañías teatrales que encabezaban Blanca Podestá, Muiño-Alippi, Arata-Simari-Franco, que eran las más importantes de su época. También formó pareja con la actriz y cancionista Tita Merello en el estreno de “Milongón” de Francisco Canaro. Era de figura distinguida y perfecto en la realización de sus cortes y quebradas.

Otros bailarines importantes fueron Juan José Magnasco, especialista en todos los ritmos que iban apareciendo y Roberto Osvaldo Grassi, El Pibe del Abasto, quien se dedicara por casi cincuenta años a la docencia y fuera asesor de Hugo del Carril en la película La Cumparsita (estrenada el 20 de agosto de 1947 en Buenos Aires).

En otro film, Mi noche triste (estrenado el 3 de enero de 1952), hizo el doblaje de las piernas y los pies del actor Jacinto Herrera.

Desde fines de la década del setenta Grassi se desempeñó como titular de la cátedra de tango del Club Alemán, fue profesor del Liceo Francés y también dictó clases a varios de los integrantes del cuerpo diplomático hasta 1986.

Esta breve enumeración de bailarines y profesores de tango pretende, muy modestamente, expresar la importancia que tuvieron estos lindos personajes en la creación, la enseñanza y la difusión del tango que, tanto en sus comienzos como en nuestros días, basó gran parte de su éxito en la danza, única en que la pareja se abraza para ejecutarla.