Por
Néstor Pinsón

El Barrio de las Latas, leyendas de tangos y sainetes

lgunos, habrán oído de su existencia y estaba bien que, allá, tan lejos, hubiera un vaciadero de basura. Otros, lejos de esos menesteres, estarían viviendo los complicados hechos del momento, el batallar de la división política, unos con Nicolás Avellaneda y otros con Carlos Tejedor.

El trabajo raleaba, la inmigración creaba más conventillos, un pavoroso puerto casi inexistente comenzó a activarse cuando, por 1855, se erigió la aduana nueva del inglés Eduardo Taylor. Carros con grandes ruedas tirados por caballos se adentraban en las aguas del río para recoger a los pasajeros que pasaban de un transporte a otro y, de allí, al extenso muelle. Estamos en la segunda mitad de siglo XIX y el tango recién se estaba gestando.



Para las autoridades no era un problema lo que ocurría en aquellos descampados, que bordeaban las humildes construcciones de ladrillos e intentaban unirse para ser un barrio. Durante largos años, pocos supieron de su existencia, la gente acomodada no sufría necesidades materiales. Aún la peste no había llegado con sus fiebres mortales. Pero llegó, fue allá por 1871, y entonces esa clase pudiente huyó hacia la ribera norte del río, para crear un nuevo y más seguro asentamiento.

Tímidamente, apareció en 1863 el primer tranvía, más como prueba que como solución de transporte vecinal. Hasta que los hermanos Lacroze, en 1870, salieron al ruedo para recorrer con sus vehículos a tracción equina, 47 kilómetros por un entramado que fue en aumento rápidamente .Ahora sí, los pobladores de los estratos más bajos hallaron una forma de transporte adecuado. En la década del 90 llegó el tranvía eléctrico.

No conocemos la fecha que comenzó el enorme basural, pero sí sabemos, que el presidente Domingo Faustino Sarmiento firmó un decreto en 1871, que instituía en ese lugar, el Vaciadero Municipal, que llegó a tener una extensión de más de treinta manzanas y alrededor de dos metros de altura. La zona era conocida como Matadero y Corrales del Alto, donde los animales se sacrificaban a degüello sobre el barro y la mugre. Luego, Matadero del Sur y, a partir del 11 de noviembre de 1872, oficialmente, Corrales Viejos, al sudoeste de la futura Capital Federal.



Este nombre tuvo una duración de sólo treinta años, a partir de 1902, fue definitivamente Parque Patricios. No obstante, Corrales Viejos fue promovido en los poemas lunfardos, como el lugar donde nació el tango.

Miguel Andrés Camino (Buenos Aires 1877- 1944) en un extenso poema supo enunciar en sus primeras estrofas:
Nació en los Corrales Viejos, allá por el año ochenta.
Hijo fue de una milonga y un pesao del arrabal.
Lo apadrinó la corneta del mayoral del tranvía,
y los duelos a cuchillo le enseñaron a bailar.


Y Francisco García Jiménez, en “Juè un domingo en los corrales”:
Salieron los bailarines por valses, mazurca y polca
y entremedio, una pareja salió bailando otra cosa.
Con cortes y quebradas firmaban en el suelo.
No lo hacían de compadres pero compadreaban sin güelta.
Al final bailaron solos pa’ contentar a la rueda.
Bailaron una mestura que no era pa’maturrangos,
de habanera con candombe, de milonga con fandango.
Jué un domingo en los Corrales cuando inventaron el tango.


El diario La Prensa, del 9 de mayo de 1903, informaba sobre el tema y daba como ubicación del inmenso predio, gran parte de la avenida Alcorta, donde en 1947, se inaugurará el estadio de fútbol del Club Huracán. Allí, sobre los mismos desechos de toda una ciudad, se asentaron numerosas personas conformando la que fue la primera «villa de emergencia». Trabajaban y vivían sobre esa mugre, la capa más baja y vil de la sociedad.

En 1866, comenzó a funcionar el llamado tren de la basura que, repleto en su contenido, partía desde la estación 11 de Septiembre y, diariamente, descargaba en el lugar. Más adelante, fueron carros municipales, distinguidos por estar pintados de rojo. La revista Caras y Caretas, del 21 de enero de 1899, presentó una nota donde se precisa que hasta la mitad del día, unos mil carros realizaban la descarga. A ese vaciadero se lo llamó, popularmente, Barrio de las Latas o uno más peyorativo, La Quema, en alusión a que se incendiaba la basura. Se lo mencionaba «De las Latas», porque la mayoría de las viviendas, de mínimas dimensiones, eran construidas con latas de aceite y de kerosene, rellenadas con barro. Se levantaban a no menos de dos metros, para impedir la entrada de agua, pues toda la zona presentaba grandes charcos y hasta lagunas, donde abundaban las ranas. A raíz de esta característica, se lo llamó también, Barrio de las Ranas o Pueblo de las Ranas.



Curiosamente, se comenzó a difundir la idea de que aquellos pobladores eran sagaces, astutos, rápidos para entender. De esta ocurrencia, surgió el adjetivo rana para calificar a una persona viva, rápida, pícara. Esta ocurrencia respecto a tal tipo de gente se fue propagando y, ya en las zonas céntricas durante años, se escuchó halagar a otro individuo calificándolo como un tipo rana.

Apenas llegada la basura, se le prendía fuego y, con gran habilidad, cuando arreciaban las brasas, los pobladores se llevaban lo de algún valor: botellas, frascos, chapas, casi todo lo que podían vender. Con paciencia y destreza aprovechaban hasta lo más pequeño que les dejara rédito. Por esa habilidad se los llamó «los cirujanos» y de allí su apócope, que permanece desde entonces, para calificar de forma denigrante a los desclasados: cirujas.

En 1912, comenzó el final. La municipalidad fue enlazando cada tugurio y los carros sirvieron entonces para llevar sus restos. Desaparecieron las casitas de lata. Ya por el año veinte, el vaciadero había desaparecido y fue surgiendo un barrio habitable que ocuparon cientos de obreros. Pero quedaron testimonios recreados por los autores teatrales y por la gente de tango. El llamado género chico fue el mayor acopiador del tema. De las muchas obras, se destacó En el Barrio de las Ranas, del autor rosarino Enrique García Velloso (1881 - 1938), que tenía cuatro actos y fue presentada en el Teatro Apolo por la compañía Vittone-Pomar, en el año 1910.

Casi al mismo tiempo, Del mismo barro, de Pedro Eugenio Pico (1882- 1945). En 1912, se estrenó de Alberto Novión el sainete Los Chimangos, al año siguiente, La chusma y en 1917, El rincón de los Caranchos.

En 1918, Alberto Vaccarezza presentó La otra noche en los Corrales y Juan Andrés Caruso El Tigre de los Corrales. Un periodista de la época acertó al decir: «La Quema fue un rincón que originó una profusa literatura teatral.» Y también tanguera, como podemos comprobar en las letras de tangos y algunas milongas, tal el caso emblemático de “El ciruja”, que estrenara el cantor Pablo Gómez y tuviera, a partir de entonces, numerosas versiones, entre otras, la de Gardel, en 1926 y la de Julio Martel con la orquesta de Alfredo De Angelis, en 1949.

Del barrio de las latas”, también lo grabó Gardel el 26 noviembre de 1926, en sistema acústico y, unos días después, otra versión en sistema eléctrico. El mismo tango fue llevado al disco, en 1953, por la orquesta de Carlos Di Sarli cantando Mario Pomar (vaya como curiosidad el hecho que el verdadero apellido de Pomar era Corrales). En forma instrumental lo registró Aníbal Troilo con su Nuevo Cuarteto, en 1968, ya sin Roberto Grela, ni Edmundo Zaldívar, sino con Ubaldo De Lío, Osvaldo Berlingieri y Rafael del Bagno.

La milonga “Un bailongo”, grabada por Gardel en 1922. “A mí no me hablen de tango”, llevado varias veces al disco, entre otros por Tita Merello con Carlos Figari y Troilo con Roberto Goyeneche.

El tango, “Juana Rebenque”, que registró la orquesta de Francisco Canaro, con la voz de Guillermo Rico, en 1946. Esta mujer, algunos colegas afirman que existió y vivió en La Quema, tal el caso de Oscar Himschoot y Luis Alposta que la definen como bailarina:

«Refiere Juan Santa Cruz —hermano de Domingo Santa Cruz, el autor de “Unión Cívica”— (cita del Dr. León Benarós): «Juana Rebenque vivía en una casa de latas, bajita, como todas las del Pueblo de las Ranas. Había que entrar agachado. Ni siquiera tenía tarifa. Cobraba lo que le dieran. Nunca venía al centro. Era alta, delgada, narigona, buena moza. Vivía con un tal Fernández. La mencionan unos versos que corrían entonces: Hará cosa ‘e una semana que un canfinflero mistongo/ me convidó pa’ un bailongo en el Pueblo de las Ranas./ Las principales bacanas de la ranil población/ cayeron a la función lindamente enfaroladas,/ porque habían sido invitadas con tarjetas de cartón».

Para cerrar con las obras alusivas al lugar, dos milongas, “Corrales Viejos” y “Parque Patricios”, ambos de Anselmo Aieta, Francisco Laino y Antonio Radicci, que grabaran Francisco Canaro con Ernesto Fama, en 1940 y Francisco Lomuto con Fernando Díaz, en 1941, respectivamente.

Finalmente, algunos significados devenidos de la palabra «rana».

Como ya dijimos, persona avispada, pícara, astuta. Ejemplos: el tango “El bulín de la calle Ayacucho” cuando dice, «que en mis tiempos de rana alquilaba…» o en el texto de Evaristo Carriego «échele la culpa al rana, que me espiantó la cartera…» o en “Consejos reos”, «Yo conozco muchos ranas que se han casado después».

Se lo llamaba «ranero/a» al que vivía en aquella «población o barrio de las latas» y, por extensión, a los malevos, reos o vagabundos. (Félix Lima 1880—1943, periodista y escritor). También a quien anda en amores con mujeres sucias y vagabundas. Conventillera que viste andrajos y carece de todo pudor (Comisario General (R) Adolfo Enrique Rodrìguez). Otra definición: Pobre, humilde, mistongo, del bajo fondo. (Fernando Hugo Casullo).

Ranita: muchacho que cuidaba de los caballos cadeneros cuando eran soltados de las chatas. En dialecto milanés, ranín significa muchachito. (José Gobello)