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Por
Luis Alposta

Adiós a Héctor Negro

oy estamos despidiéndonos de Héctor Negro, poeta desde siempre; el de la gorra y el morral; el gorrión; el autor de tangos memorables. El hombre solidario. El que en “Un mundo nuevo”, nos decía:

Dame el brazo bien fuerte y caminemos,
que otro mundo distinto
hoy tengo para darte.


Negro ha sido el poeta de la esperanza. El que escribió: «Yo me saco la mufa con mate amargo / y me lavo las muecas con luz de sol».

El que gustaba «apostar por la vida»:

En este viaje
De llegada y despedida,
De crepúsculos y auroras
De esperanzas no cumplidas.
En este juego
De la eterna recorrida,
Por el llanto y por la risa
Por la pena presentida.
En esta suerte
De pulseada con la muerte,
Apuesto por la vida.


La suya ha sido una voz en la que poesía y pueblo se unen, una voz de conciencia colectiva, dejándonos una obra pensada y escrita para ser cantada por todos.

Es la prueba más fuerte de que el lenguaje es vida. Y el arte por excelencia que utiliza el lenguaje, es la poesía. Y poesía es lo que hallamos en toda su obra.

En su condición de porteño medular, Héctor Negro supo poner siempre el acento en los temas de la ciudad a la que tanto quiso.

Hombre de fidelidades a ideas y personas; quien lo haya tratado bien sabe de su bonhomía y generosidad.

No me voy a extender ahora en la importancia de su obra, en sus ensayos sobre la canción, en su labor periodística, en los premios obtenidos, en la fundación del grupo literario “El pan duro”, en la fundación del Círculo de Poesía Lunfarda, en la revista Buenos Aires, tango y lo demás, en su compromiso con la divulgación cultural y la docencia, ni a recordar los títulos de sus tangos. Pero sí los invito a releerlo y a escucharlo.



Estamos despidiendo al poeta y al amigo, aunque alguien dijo que «los poetas no empiezan a vivir hasta que mueren». Entonces, querido Negro, seguirás estando entre nosotros.

Extraído de su libro Mosaicos porteños.

Nota de dirección: Héctor Negro fue un gran amigo de Todo Tango y mío personal, siempre que nos encontrábamos en la Academia Nacional del Tango, me saludaba afectuosamente y me hacía comentarios de lo útil que era para él nuestro portal, que utilizaba constantemente en sus clases. Sus palabras eran la mayor satisfacción que podíamos tener. Resultaba increíble que tamaño poeta elogiara nuestro trabajo con tanta humildad. Hoy que no está más, el destino implacable trepana un nuevo hueco en nuestros corazones tangueros. Ricardo García Blaya