Por
Víctor Benítez Boned

El francés en el tango: Presentación

l tango nace alrededor de 1880, se desarrolla en las ciudades de ambas márgenes del Río de la Plata y al poco tiempo se expande internacionalmente. No sólo a los restantes países de la América Española sino también a Europa y, particularmente, a Francia.

Reconocemos tres dimensiones artísticas en el tango: la música, la danza y la poesía. En sus orígenes es sólo una música para bailar entre hombres en los prostíbulos y sus anexos de juego y alcohol, y pronto se extiende a los suburbios y zonas marginales y pobres de Buenos Aires y Montevideo. Casi no existían letras; sólo en algunos casos se cantaban unos estribillos y letrillas de mensajes picarescos, a tono con sus originarios ambientes.

En la primera década del siglo XX comienzan a llegar a París los primeros tangos y gustan singularmente a los franceses que comienzan a demandarlos en las salas de baile. Viajan entonces decenas de músicos y bailarines argentinos, se forman orquestas y conjuntos de tangos y se montan academias por todo París. Los ecos de aquellos triunfos llegan rápidamente al Río de la Plata y, la alta sociedad argentina que lo había despreciado, comienza a aceptar y disfrutar de ese baile arrabalero que ahora vuelve a casa con patente de música culta. Pero seguía faltando la poesía, su «tercera dimensión». (Nota de la dirección: Para conocer nuestra postura sobre este tema, recomendamos leer: Reflexiones sobre los orígenes del tango).

Aunque hubo varios intentos anteriores, recién en 1917 se reconoce oficialmente el primer tango-canción “Mi noche triste (Lita)”, con letra de Pascual Contursi escrita sobre la música de un tango anterior, “Lita”, de Samuel Castriota. Lo estrenó el mismo Contursi en Montevideo y ese mismo año lo grabó Gardel con el acompañamiento de una sola guitarra.

A partir de entonces, toda la temática de la literatura y la poesía universal comenzó a ganar espacio en los tangos: el amor y la traición, la amistad y la nostalgia, la ilusión y los recuerdos, el dolor y la alegría. Los mejores poetas aportaron su arte a las letras de tango y, tal vez hayan logrado, como profetizó Borges, que la verdadera poesía argentina del siglo XX se encuentre en las imperfectas y populares letras de tango. («… es verosímil que hacia 1990 surja la sospecha o la certidumbre de que la verdadera poesía de nuestro tiempo no está en La urna de Banchs o en Luz de provincia de Mastronardi, sino en las piezas imperfectas que se atesoran en El alma que canta». Jorge Luis Borges: Evaristo Carriego/ Historia del tango/ Las letras, 1930, pag.163)

Paralelamente, en aquellos momentos –primeras décadas del siglo pasado- grandes corrientes migratorias europeas llegaban a América del Sud, enriqueciendo el idioma español con términos, giros y vocablos originarios de muy distintos países.

Y el francés contó, además, con un elemento muy particular y especial para alimentar el idioma de los argentinos y uruguayos: el tango. El tango estaba triunfando en Francia y facilitando un ingente tráfico en ambos sentidos de voces, expresiones y referencias culturales de todo tipo que, vehiculizados por la poesía tanguera, fueron penetrando en el idioma español que se hablaba en el Río de la Plata. Por eso los autores de tangos, al hablarnos de mujeres, no sólo se referían ya a La Morocha, Estercita, la uruguayita Lucía o la paica Rita, sino que empezaron a aparecer las francesas: Ivonne, Margot, Margarita Gauthier, Museta, Mimí, Manón, Ivette… y todas las Lilianne, Vivianne, Claudinette, Renée, Ninón, etc. Etc…

Y al referirse a los barrios, junto con Barracas, La Boca, Boedo… aparecieron Montmartre, Montparnasse, el Barrio Latino… y los cafishios fueron el gigoló y el macró… y las bebidas fueron el champagne y el pernó… y los autos fueron la voiturette y la limousine… y el bulín fue la garçonniere… y los lugares de diversión fueron los cabarets y los café-concert, que se llamaron Chantecler, Armenonville, Pigall, Bataclán, Palais de Glace…

Es decir que el metejón fue mutuo: así como Francia se había enamorado del tango, el tango también se había enamorado de Francia. Entonces las letras de tango se inundaron de señas de identidad francesas y fueron recogiendo retazos de París, del idioma francés y de la cultura francesa.

Así fue que nombres, palabras, términos, frases, giros idiomáticos, referencias a calles, plazas, avenidas, barrios, ciudades, monumentos, personas, personajes, su historia, su literatura, su lírica y muchas otras manifestaciones artísticas y populares de aquel gran país quedaron presentes para siempre entre nosotros. Fueron incorporadas y adoptadas como propias en las letras y en los títulos de cientos de tangos, valses y milongas rioplatenses. En muchos casos con las lógicas variaciones en la grafía y en la pronunciación, consecuencia de las diferencias idiomáticas, pero siempre con la indudable intencionalidad de «parlar en francés».

El libro El francés en el tango recopila más de 150 términos y referencias francesas en las letras de 177 tangos de 90 autores de todos los tiempos; pero estas cifras de ninguna manera agotan el tema, pues, solamente si contáramos los tangos que llevan en sus versos las palabras champán, cabaret, París o Montmartre la suma alcanzaría varios centenares.

Lo del libro es sólo una muestra, que incluye más de 80 obras que llevan alguna referencia en francés y/o el nombre de una mujer francesa… ¡desde el mismo título! No existe un caso equivalente en ninguna otra música popular, de ninguna parte del mundo, en el que algunas piezas que la representan lleven su título en un idioma distinto del suyo propio. Nosotros bailamos y cantamos, con toda naturalidad, tangos que se llaman “Chiqué”, “Comme il faut”, “El Marne”, “N.P. (No Placé)”, “Palais de Glace”, “Pas de quatre”, “Sans souci”, “Place Pigall”…

El tema del idioma francés en el tango da para mucho más, pero mejor que nadie lo sintetizó uno de los grandes poetas tangueros de todos los tiempos: Enrique Santos Discépolo, el autor de “Cambalache”, “Esta noche me emborracho” y tantos otros tangos famosos en el mundo entero. En la letra que escribió para “El choclo” en 1947 sobre la música que había compuesto Ángel Villoldo treinta años antes, nos dice Discépolo —de una vez y para siempre— que el tango atravesó los mares «… y en un pernó mezcló a París con Puente Alsina».

Esa mezcla resultó ser eterna, confirmando que, lo que los primeros tangueros llevaron a París hace más de cien años, fue el inicio de un sólido vínculo intercultural de gran magnitud.

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