Por
Américo Torchelli

Rubistein - Entrevista a Mauricio Rubistein

ntroducción de la Mesa de Redacción.
Mauricio Rubistein, no escribió letras para tangos, ni pretendió componer la música. Lo suyo fue hablar del tema en sus programas radiales, como aquel Diario de la música popular que se emitía por Radio El Mundo y otros ciclos similares. También escribía notas en las revistas del medio artístico. De padres ucranianos, los hermanos Rubistein nacieron en Argentina y vivieron en la calle Catamarca 945. Mauri fue el creador de PACA, Primer Archivo Cinematográfico Argentino, que proveía de extras a los estudios de cine cuando lo solicitaban. A continuación el reportaje realizado, en 1982, por Américo Torchelli para la revista Status, ya desaparecida.

Pinta de hombre común, sus pasiones son varias: el periodismo, la lectura, la amistad, los cuadros, que salvo en el baño y en la cocina cubren casi totalmente cada pared de su departamento de 300 metros cuadrados en pleno centro de la ciudad. Dijo: «Mi casa es la de un bohemio bacán». Los libros y los cuadros están en su mayoría dedicados, uno de ellos por Gardel, entonces pregunto:

—¿Gardel tenía en su época la fama y el fervor popular que tiene hasta hoy?

«Era un cantor importante. Pero en cuanto a popularidad, hubo algunos que lo superaron. El caso de un cantor apenas regular, Santiago Devin, que se hizo famoso —por un tiempo solamente— con el vals lacrimógeno, “A su memoria”, de Antonio Sureda y Homero Manzi. Llegó a hacer tres representaciones por día. Gardel por última vez en el país hacía dos con la platea a medio llenar. Y fueron más populares, no mejores, Ricardo Ruiz, Domingo Conte e incluso Agustín Magaldi con parte de su repertorio de protesta. A Gardel lo ayudó el cine, el ser exitoso en Europa y la forma que murió. Insisto, pero fue el mejor. Por eso perdura».

—Usted habla de ese tiempo como si hubiera sido ayer y como si lo hubiera vivido muy cerca.

«Nosotros éramos diez hermanos y vivíamos en la calle Catamarca entre Estados Unidos y Carlos Calvo. Mi viejo era zapatero remendón y había llegado al país en 1906, vivió en el conventillo Las Catorce Provincias. Mi hermano Luis vendía cuadros por la calle y yo con cinco años junto a otro hermano, pomada y cordones para zapatos. Y todos los días le traíamos diez pesos a la vieja. A los doce años, empecé con el periodismo, después jugué fútbol en la sexta de San Lorenzo. Hice box y me rompieron el alma en mi debut, fue en el Mármol Boxing Club, no fui nunca más».

—¿Periodismo a los doce años?

«Sí, fue en el año 1928, en El Alma Que Canta, me ocupaba del correo de los lectores. Por supuesto muchas veces el lector era yo. Trabajé en Sintonía, desde su creación hasta cuando dejó de salir, siendo la revista más importante en su tiempo, allí pasé 25 años. Hay que sumar Caras y Caretas, Radiolandia, Antena, Estampa, programas radiales sobre el tango, y mucho más. Conocí muchísima gente, yo hice un culto de la amistad y todos los sábados invito a un almuerzo a veinte o treinta personas, pintores ,escritores, hasta algunos políticos y gente de nuestro medio artístico y en ellos no se esconde nada, hablamos de todo sin reprimirnos, una vez a un ministro le advertí: «Mire que le pueden decir boludo y se la tiene que aguantar». Mujeres sólo una vez al año. Son reuniones para hombres».

—Es una postura típica del porteño, me refiero a la amistad y el pudor porque no podrían hablar libremente.

«Buenos Aires y el porteño son irremplazables. Yo viajo mucho, pero vuelvo. Somos muy hospitalarios. Acá enseguida trabas amistad y ya lo estas invitando a comer sin conocerlo. Eso no pasa en ningún lugar del mundo. Acá uno encuentra tipos muy especiales, casi únicos. Recuerdo a Roberto Noble, el fundador de Clarín, lo conocí antes cuando colaboré en su revista Caricatura Universal. Él, de una hora a otra era abogado, luego lo dejaba y por la tardecita era periodista y a cierta hora, el Rey de la Noche. Otro fue Poroto Botana, un hermano para mí, de su padre Natalio (creador del diario Crítica) aprendí mucho. Otros fueron Samuel Eichelbaum y César Tiempo».

—¿El trabajo debe ser una diversión?

«Para mí, si no es una diversión no lo hago. A pesar de que reconozco que cada día es más difícil divertirse con las complicaciones de la vida moderna».

—¿Antes era igual cuando usted empezó?

«Antes era diferente. Había un privilegio y tristezas, éstas eran por los sueldos bajos, la falta de protección y el privilegio, conseguir un peso que se estiraba. Podías comer un puchero en El Tropezón y sobraban veinte centavos para el bondi. Había menos necesidades, menos angustias, menos trampas para vivir. Hace poco un ministro dijo que las empresas quebraban pero los empresarios no. Queremos viajar en primera con boleto de cuarta, estas cosas nos dan un aire de superioridad, somos un poquito fanfas. Y después ya en la década del ‘40 se creó la necesidad del consumo y cambiaron muchas cosas. En aquel tiempo surgió un chiste que se hizo famoso, con respecto a la idiosincrasia de ciertos argentinos y la trampa. Un paisano, judío como yo, le dice a su esposa: «Mirá Rebeca, si me sale un negocio que estoy haciendo nos vamos un mes a Israel. ¿Y si no te sale?, le preguntó. Entonces nos quedamos a vivir en Israel». Pero no he conocido sólo esa cara, eran minoría, pues siempre existieron los hombres de bien, tipos honestos. Siempre recuerdo como un ejemplo a quien traté mucho, Magaldi. Yo paraba en la Confitería Real de Corrientes y Talcahuano, con Enrique Cadícamo, Gerardo Matos Rodríguez, José Razzano y otros. Era un muchacho triste, cuando hacía frio usaba siempre un sobretodo color ladrillo, lo cargaban mucho. De origen humilde y de una nobleza incomparable. Una noche estaba leyendo Crítica y me pidió que lo acompañara. Tomamos un taxi e indicó la calle Perdriel, en Parque Patricios. Me quedé en el auto y el entró a una casa muy vieja con una escalera de madera que se venía abajo. Volvió enseguida. Cuando le pregunté el motivo no me contestó. Luego en mi casa me pongo a leer el diario y en un recuadro se destacaba que al día siguiente rematarían la casa de una mujer anciana por falta de pago. Fue a dejarle el dinero. Y tengo varias más de Magaldi».

—Un par de anécdotas que recuerde y terminamos.

«Uno hace cosas sin quererlo, lo traiciona el inconsciente. Un caso es Lucio Demare con “Malena”. Homero Manzi le entregó una letra para que la musicalizara. Cuando después de varios meses se acordó, le salió de un tirón. Se grabó rápido, se cantó mucho, un exitazo. Me llama Lucio, repasando en el piano se dio cuenta que la melodía estaba copiada de una composición clásica. Estaba preocupado o entristecido. Pero “Malena” ya era famoso, no había nada que hacer. Hasta hoy muchos, la mayoría, no se han dado cuenta. Y luego lo de Troilo y “Una canción”, apenas se conoció lo fue a ver la viuda de Francisco de Rose, autor de la música de “Qué viejo estoy”, el estribillo era igual. El Gordo quedó azorado, entonces le cedió a la señora los derechos de autor».