Por
Sergio Criscolo

Petróleo - Entrevista a un bailarín

n el momento de este reportaje, Petróleo estaba a punto de cumplir 80 años, nacido en 1912 comenzó a bailar en 1928. Fue bancario durante 36 años, y vivía en el barrio de Villa Devoto. En 1988 dejó de bailar por una afección en sus rodillas, desde entonces vive de sueños.

«Me pusieron Petróleo porque tomaba mucho vino. Era un borracho. Desde hace algún tiempo tomo gaseosas, pero es peor, oxida.

«Siempre me gustó el tango sencillo. Al baile del tango lo cambié yo. Yo inventé el giro, el contrafrente, cambiar de posturas, los boleos.

«Además, yo desprendí el sexo de la danza. Antes el hombre iba a buscar una pierna no una bailarina, iba a apretar no a bailar. Yo iba a bailar.

«Conocer a través de los ensayos a la pareja es muy importante, de ese modo uno conoce el manejo.

«A mi mejor pareja, con la que después viví, la conocí en un baile, fue en 1930, se llamaba Esperanza Díaz. Ensayábamos mucho. Bailamos juntos hasta 1949 y un año después se fue. ¡En buena hora!. Ya no quise tener otra.

«Cuando había alguna exhibición me entendía bien con la negra Martita que acostumbraba a bailar en el Agusteo, de Sarmiento y Uruguay, también en el Unione e Benevolenza, que estaba a la vuelta del otro y el dueño era el mismo.

«En Villa Devoto bailé en el Club Rosa de Abril y en Villa Urquiza en muchos: Pinocho, Sin Rumbo, etc.

«En el club Atlanta conocí a Juan Carlos Copes que andaría entonces por los 20 años.

«En los salones estaba prohibido bailar con corte, si lo hacíamos alguien se acercaba y nos decía: "Pase por boletería" y allí nos recomendaban o nos echaban. Nos llamaban compadritos.

«Hubo épocas que los bailarines organizábamos bailes para los presos cuando salían libres. En realidad los que bailaban el tango eran todos chorros o aspirantes a serlo. Si uno había estado un año preso poníamos diez o veinte pesos cada uno hasta juntar unos quinientos y se lo dábamos para que empezara a caminar. Cuando a esas fiestas comenzó a asomarse la policía no las hicimos más.

«Allá por 1930, se hacían fiestas que duraban una semana. Para el cumpleaños de la Parda Lucia, compañera de Nicolás (El Buchón, por la forma de su pecho como la de los palomos) se realizó una milonga en Parque Petricios. Como siempre fueron cirujas, carteristas, carreros y milongueros. La pista se hizo con una lona robada al ferrocarril, de esas que cubren los vagones. La estiramos en el piso y la rayamos con vela, para encerarla y conseguir mejor deslizamiento. Todos aportaban algún peso para vino y carne para el asado. Las minas eran coperas de cabaret, yiros, ladronas de tiendas. Cuando alguno tenía sueño se tiraba en un colchón de los que poníamos por ahí y dormía un par de horas. El séptimo día hacíamos un torneo de tango.

«Entre nosotros había mucha competencia, no nos dábamos pelota. El bailarín es ególatra, se cree el mejor. Yo me creía el mejor.

«A mí me gustaba uno que se llamaba Mendieta, era un fenómeno. El vasco Orradre fue el mejor que interpretaba la orquesta de Juan D'Arienzo. Con las figuras se destacaba un tal Méndez que era muy ligero de abajo. El Cachafaz era bueno, pero hubo mejores. Virulazo también era bueno, bailaba a la manera de Antonio Todaro, que es el mismo maestro que le enseñó a Miguel Ángel Zotto, el que más me gusta de los nuevos porque tiene linda postura.

«A Carlos Gardel lo conocí en el teatro 25 de Mayo de Villa Urquiza, sin dudas el mejor cantor. Era bueno porque te decía lo que sentía. Pero bailar no sabía, daba unos pasitos, era un maleta, además de gordito.

«Se puede aprender a bailar, pero hay que trabajar mucho y además se tiene que sentir la música. El tango no viene de golpe. A mí me enseñó un profesional, Navarro, me entregó sus pasos, después yo saqué los míos.

«El tango es una emoción contenida que después explota. No se puede decir así se baila el tango, uno lo baila como lo siente, es una creación.

«El tango es un sentimiento triste, es cierto, pero a veces depende de cómo le encara la orquesta. Mi orquesta preferida fue la de Carlos Di Sarli y, cuando tuvo la suya Anselmo Aieta, un músico terrible.

«Nunca salí de gira porque tenía mi trabajo en el banco, pero hice unas dos mil exhibiciones.

«Mi sueño siempre fue bailar mejor que todos. Inventé muchas figuras, transformé el tango, pero tendría que haber realizado más. Me faltó inspiración para crear el tango verdadero. Hoy lo haría distinto. Como cada tango dura tres minutos, lo dividiría en prólogo, desarrollo y epílogo.

«Aparte del tango tuve locura por las carreras de caballos, iba un poco todos los días, gané mucho y perdí mucho.

«Cuando me jubilé del banco vendí mi casa y con esa plata seguí jugando. ¿Para que la quería? Tangos, carreras y alguna mujer. No hay que agarrar la vida en serio. Yo viví como quise. Se puede vivir en serio con trabajo y honestidad, pero no es tan divertido.

«Uno tiene que vivir sus sueños, ahí está la verdad.»

Originalmente publicado en la revista Las Maga, el 6 de mayo de 1992.