Por
Moira Soto

Nieves - Entrevista a María Nieves

igura mítica del tango danzado, maestra sin formación académica María Nieves —ex pareja romántica y artística de Juan Carlos Copes—, arrasó en el 2002 como la «madama» del musical Tanguera. Sobrevivió a una infancia durísima, al abandono de su partenaire y hoy, vital y animosa, se apresta a debutar en Madrid (nota publicada en 2003).

«Creo que me enamoré del tango mucho antes que supiera que se podía bailar. En la radio, cuando era chica, casi la única música que se escuchaba era el tango. Éramos muy pobres. Mi papá, gallego, trabajaba de lechero y murió muy joven, a los 45, de tuberculosis. Al lado de mi casa, en Saavedra, vivían mis padrinos, él era jugador de Platense, del cual soy hincha, y tenían una hija de mi edad. Estaban mejor económicamente y la nena tenía muchos juguetes que compartía conmigo. Yo en mi casa le ponía un trapito a los sifones, en la parte de arriba, debajo del pico, y eran mis muñecas. Si cuando jugábamos sonaba un tango, me apartaba, agarraba una escobita y llevaba el ritmo caminando. Me llamaban la atención los tangos orquestales, pura música: Juan D'Arienzo con su ritmo ligerito, nada que ver con Osvaldo Pugliese ni con Carlos Di Sarli, más melodiosos. Ya más grande me tiré para Aníbal Troilo.



«En el colegio no llegué a sexto grado, así de simple, se cortó con la muerte de mi papá y a mí nunca me gustó estudiar de manera formal. Lloraba todo el año. No iba, me hacía la rata y con mis hermanos íbamos a pasear por Palermo.

«En mi casa nunca se dieron cuenta, pero tuvimos muchos problemas. Llegamos a faltar hasta un mes entero y después nos moríamos de miedo para inventar excusas, miedo a la maestra que entonces tenía mucha autoridad. Hasta que mi hermana inventó que papá se había ido a España, mamá trabajaba de sirvienta y yo debía ayudarla en las tareas de la casa. Pero teníamos vergüenza también, yo sabía que era Nieves Rego, la pobre, con un solo guardapolvo para todo el año, lleno de remiendos, me sentía discriminada y notaba que me hacían a un lado.

«Pero esto nunca se lo dije a mis padres. Mi mamá, pobrecita no tenía autoridad. Mi papá laburaba como un loco para que tuviéramos algo que comer, éramos cinco los hijos. Nunca nos llevaron ni fueron a buscarnos a la escuela. Pensá que mi mamá era analfabeta, no tenía facilidad de palabras, vivía su propio drama, inmigrante, arrancada de su pueblo, de los suyos. También estaban las privaciones afectivas, no había gestos de cariño hacia nosotros, y mi papá le pegaba a mi mamá. Nos dolía, pero pensábamos que era una cosa normal, que él tenía derecho.

«Antes que el tango se convirtiera en mi pasión pasaron otras cosas. Cuando dejé el colegio, a los nueve, trabajé de sirvienta por primera vez, con cama, allá por San Isidro. Me pegaban, me exigían mucho. Era una casa de dos plantas, con jardín y yo debía limpiar todo. Un día sin quererlo manché la pared con la mano engrasada y la patrona me dio un cachetazo terrible. Sólo tenía libre dos horas los domingos luego de lavar los platos. Al terminar el mes mamá me sacó. Seguí de sirvienta pero en casas que me trataban mejor y podía ir a dormir a mi casa.

«De a poco descubrí el baile. Mi hermana mayor empezó a ir a Platense, que quedaba a cinco cuadras de mi casa, yo tenía diez años y me quedaba dormida pronto. A los doce ya le fui tomando el gustito, a mirar a los muchachos.

«Efectivamente, las hormonas comenzaron a moverse. “¡Qué lindo muchacho, como me gusta, si bailase tango lo haría con él!”... eso pensaba cuando aparecía algún joven entre tanto veterano. Lo bueno fue que me interesó mirar como se bailaba. Lo malo es que iba al baño, donde casi todas las mujeres fumaban. Y como yo quería ser grande, empecé a fumar a los once y no paré más. Menos mal que es mi único vicio, si no ya estaría muerta. De joven tomaba bastante whisky, pero nunca me pudo el alcohol.

«Aprendí a bailar mirando. Cuando me largué a los catorce o quince años, ya sabía hacerlo. Mi hermana era una gran milonguera, pero a mí todavía no me dejaba, me decía que era una mocosa culo sucio, que me fuera a lavar la bombacha.



«Por supuesto que la desobedecí. El lugar era grande, y cuando ella bailaba por la mitad de la pista yo hacía lo mismo en una esquinita. Bailaba tres tangos por D’Arienzo, tres valses con Troilo y alguna milonga. Allí en ese club no te dejaban hacer figuras difíciles, más adelante, en el club Atlanta, no había problemas. A Copes lo conocí en el Club Estrella de Maldonado, pero empezamos a bailar en Atlanta, en All Boys de Saavedra, en el Mariano Moreno, en El Pañuelito, en Sin Rumbo...

«Iba por el gusto de bailar, nunca se me pasó por la cabeza que llegaría a hacerlo profesionalmente, a Copes sí. Así como te digo que a mí me jorobó la vida, fue un adelantado. Hay un antes y un después de él. Cuando lo conocí trabajaba de sirvienta en La Boca, esa gente fue la que mejor me trató, yo era como una hija de la señora. Fue mi último trabajo, ella me alentó cuando conocí a Copes y empezamos a ensayar con espíritu más profesional.

«Antes de Copes no tuve novios, todos amigos. Tenía 14 cuando él apareció y me enamoré en el acto. Cuando llegó al Estrella de Maldonado no sabía bailar, era un carro total. Pero tenía una pinta que todas caían rendidas y yo que tenía un lomo impresionante y el pelo largo y ondeado. Él bailó como el culo, mal, agitando el brazo. Se nos acercó y bailó con todas, menos conmigo que me dio vergüenza. No me lo olvido: morocho, de traje gris y camisa celeste, zapatos de gamuza, un cajetilla de los años veinte. Era electrotécnico y trabajaba en el Ministerio de Educación.

«Un año después volví a verlo en Atlanta. Había mejorado, sabía manejar a una mujer con soltura. Tenía 15 cuando baile con él. Me dijo un piropo muy lindo y me enamoré como loca. Hasta que un día me invitó a salir. Le contesté que debía hablar con mi hermana. Un jueves, nos invitó a las dos a un recreo en Quilmes donde se bailaba a lo grande. La agarró contenta y le preguntó. Ella lo condicionó a que fuera de verdad, «Para jugar tenés muchas». Cuando volvió me dijo: «Ya somos novios». Con una excusa salimos y luego me enseñó a besar. Después cuando chapábamos como locos pensaba que la gente se daba cuenta, que nos miraba, tardamos como un año en acostarnos. Fue un lindo amor.

«Yo tenía 17 y él 20. Antes de ser profesionales. En el Club Atlanta éramos muy reconocidos y nos llamaban de otros lados para intervenir en campeonatos. Siempre salíamos segundos. Había acomodo y nosotros no éramos peronistas, pero el público lo sabía. Las coreografías eran de a dos, porque yo aportaba, inventé muchos pasos. El cambio comenzó en la década del 50, nos anunciaban como El Estudiante y Nieves. Siempre gratis. El primero de los trabajos que nos pagaron fue en la obra con Francisco Canaro: Tangolandia. También gente de radio que organizaba bailes en Villa Urquiza y en San Isidro, nos tiraban unos pesitos.

«Estoy convencida que desde el tiempo de El Cachafaz que no quedaron tantos pasos. Hoy hay cantidad de parejas que llevan nuestro sello. Copes decía que en el Teatro Colón debían enseñar a bailar el tango. Los actuales bailarines le deben todo, él inventaba de puro intuitivo, sin bases académicas. Después, se perfeccionó. El tipo buscaba pasos, figuras, la forma de equilibrar las parejas en escena.

«El espejo suyo fue Gene Kelly —también Fred Astaire— y el mío Cyd Charisse. Yo no tenía a quien mirar aquí, no sabía lo que era el ballet y no tenía para ir al Colón, sólo al cine. Él era muy ambicioso y repetía: «Si los americanos crean esos bailes con el jazz ¿por qué no podemos hacer lo equivalente con el tango?»

«El primer trabajo todo nuestro fue Copes Tango Show con María Nieves, con nuestro propio vestuario, con un argumento, estuvimos en muchos sitios y empezamos a ver algunos pesos. La buena plata fue con Tango Argentino en los ochenta, un éxito mundial. Tuvimos que esperar mucho para comprarnos la primera casita en Saavedra, a pagar en cuotas. Con el show Tangolandia recorrimos mucho, hasta Nueva York. Luego solos, porque la compañía se disolvió. Otra vez a apechugar en pequeñas salas en el Village y de buena categoría como el Chateau Madrid. Animamos fiestas judías de mucho dinero, nosotros abríamos, luego podía aparecer Frank Sinatra, Danny Kaye u otro famoso. En el New Faces 1962 nos contrataron por recomendación del coreógrafo Vassili Lambrinos. Volvimos porque nos llamaron de Caño 14 y Copes quería triunfar en su tierra. Luego, lo llamó Astor Piazzolla e hicimos giras por Latinoamérica y Europa.

«Nos casamos en Las Vegas donde trabajamos mucho. Y fue casarnos para que se rompiera la relación de pareja. Como matrimonio nos separamos en 1977, pero seguimos bailando juntos. Y a partir de allí, empecé a crecer como artista. Toda mi bronca, todo mi orgullo lo volqué en el escenario. Mucha gente que no lo sabía nos decía: «Como se les nota la pasión cuando bailan», sí, la pasión del odio.

«En el último Tango Argentino, en el 2000, yo no quería bailar más juntos, pero la guita era buena y salió bien. Sólo yo sé las que pasé, terrorífico. Lo que menos me esperaba era que me echara de la forma que lo hizo. Ni siquiera me lo planteó cara a cara. Me mandó a decir por otro que dentro del espectáculo De Borges a Piazzolla ya no tenía cabida.

«Me levanté sin necesidad de terapia, diría que bailar en Tanguera con Luisito Pereyra fue mi revancha. Tuvimos un gran éxito. El estímulo más grande fue el calor del público hacia mí, también me pasó en Chile. Sí, en realidad fue una terrible revancha.»

Extraído del diario Página 12, del 24 de enero de 2003.