Por
Héctor Lorenzo Lucci

Los payadores y las primeras grabaciones en Buenos Aires

as primeras grabaciones efectuadas en Buenos Aires se realizaron con máquinas ambulantes tal cual se hiciera en Europa y Norteamérica. Diré como ejemplo, que el tenor Enrico Caruso debutó para la fonografía mundial poniéndose frente a una bocina en el mes de marzo de 1902; en esa oportunidad grabó diez ceras para sus primeros diez discos (recordar que los discos eran grabados en una sola de sus caras).

El hecho se produjo en el tercer piso del hotel Spatz de Milán, después de que los técnicos enviados por la pequeña y modestísima compañía Gramophone pudieran resolver la tozudez del dueño del hotel que se negaba a permitir la instalación de la máquina grabadora. Tuvo que interceder, y fue definitivo, Humberto Giordano, autor de las óperas Fedora y Andrea Chenier. Dicho hotel hospedaba habitualmente a músicos y celebridades de la lírica. Cuatro meses antes de la fecha citada, en el segundo piso, había muerto Giuseppe Verdi. Con similar modo ambulante se grabaron en nuestra ciudad cilindros y discos con la intervención de monologuistas, músicos y payadores.

Dichos cilindros para fonógrafos tenían una duración de audición de dos minutos, esto ocurrió hasta 1908 cuando se logró que se extendiera a cuatro minutos, lo que se mantuvo sin cambios hasta la expiración del cilindro en 1929. Hasta esa fecha coexistieron cilindros y discos.

Los primeros discos criollos aparecen en el año 1902 y se tocaban en los novedosos gramófonos que llegaron en el año 1900 para su comercialización. Estos primeros discos con repertorio argentino tenían un diámetro de siete pulgadas (en realidad oscilaban entre 170 y 185 mm) y la audición duraba entre un minuto y medio a dos minutos. Es entonces, cuando comienzan a aparecer las voces de los payadores y también las bandas de música.

Citaré algunos intérpretes y obras que fueron grabadas en esos pequeños discos: “Dejá de jugar ché ché” (tango criollo), por Alfredo Munilla; “La ñatita” (triste), por Arturo De Nava; “Diana al general Mitre”, por la orquesta de Teatro San Martín; “Aparicio Saravia” (recitado), por Eugenio Gerardo López; “Sombra” (poemas del Dr. Leandro N. Alem), recitado por Ángel Villoldo; “El pimpollo” (tango), por Ángel Villoldo; “Olvídame” (tango), por José María Silva; “Guido” (tango), por la Banda del Regimiento de Buenos Aires. Todas estas grabaciones fueron matrizadas en Alemania, en Hannover y Berlín.

Los payadores hacen su aparición en cilindros en el año 1902 (Phrynnis). Muchas veces al escucharlos he retrocedido, con mi imaginación, en el tiempo de tal manera que conseguía estar junto a aquellos primitivos artistas del año 1902, en el momento preciso de la grabación, viendo como en la cera se trazaba un surco helicoidal o una espiral y, como compartía con ellos, sabía de sus pensamientos, sus ilusiones, su sorpresa de saber que su canto y su instrumento podía conservarse a través del tiempo. Pero lo que seguramente no comprenderían es que, casi un siglo más tarde, los sorprendidos seríamos nosotros.

Aquel fue un tiempo en que los ciudadanos más pudientes disfrutaron de la maravillosa máquina charlatana y, entre otras cosas, de la luz eléctrica con la lamparita de Edison.

En nuestra ciudad se grabaron, en 1904, y se prensaron en Alemania en 1905, discos criollos de 10 pulgadas (25 cm) marca Zonophone, donde figuran payadores como Gabino Ezeiza, Higinio Cazón, José Madariaga, Arturo De Nava, Ángel Villoldo y cantantes como Andrée Vivianne (primera mujer franco-argentina que grabó tangos en Buenos Aires, en cilindros) y orquestas como la del Teatro Apolo y también la Banda de Policía dirigida por el maestro José María Rizzuti. Gracias a ellos y a tantos más que han tenido la ocurrencia, hoy podemos conocer voces y obras que aún nos resultan desconocidas.

Conversando hace algunos años con un buen amigo como lo fue Rubén Pesce, recuerdo que me dijo: «Estos cilindros y discos contienen fragmentos de música y canto de quienes fueron los formadores de nuestro acervo criollo y muchas de las piezas no editadas figuran en los catálogos y programas de los circos y los teatros de la época y se han convertido entonces, en la última documentación existente».

No debo soslayar el nombre de un visionario, Carl Lindströn, que en Alemania, donde estaba radicado, vislumbró a fines del siglo pasado lo que significaría la voz y la música grabada para las siguientes generaciones.

Muchos payadores quedaron para siempre en el recuerdo, en los discos producidos por Lidströn en Alemania. Las grabaciones se realizaban en Buenos Aires y estaban a cargo de comerciantes locales. Para esta etapa primitiva, el apogeo se centra en los años 1908 y 1909, se observa un gran entusiasmo en la población y arrecian los pedidos, se reclaman mayor cantidad de intérpretes. Los comerciantes del ramo ven la oportunidad de ofrecer catálogos más extensos para sus clientes y al mismo tiempo una manera de proporcionar la venta de gramófonos. El entusiasmo del pueblo tenía su origen en los preparativos diligenciados para el festejo del centenario patrio de 1910. Como ejemplo vaya esta anécdota que me relatara, ya muy anciano, Manuel Flores hermano del negro Celedonio Flores: «Siendo yo jovencito vivía en Villa Crespo en la calle Loyola y en ese 25 de mayo de 1910, junto a otros jóvenes vecinos, partimos a pie hacia Plaza de Mayo portando una bandera patria. Éramos no más de quince, tomamos por la calle Rivadavia y a cada trecho se nos iba sumando gente hasta que llegando a la plaza la columna tenía una extensión de cuatro cuadras».

En aquellos discos, los payadores junto a su canto, mostraron con fervor su infinito amor a la Patria, porque las circunstancias vividas por ellos, tan representativos hombres, fueron y serán muy nuestras. Además, históricamente nos ayudaron a crecer. A diferencia de los instruidos grandes escritores, los payadores eran rudimentarios y algunos de ellos semianalfabetos. Sin embargo, su instinto era tal que con un lenguaje limitado sabían llegar al pueblo. Frecuentemente, con unas simples cuartetas improvisadas acercaban conocimientos universales. Hacia fines del siglo pasado el analfabetismo en nuestro país era de un índice muy elevado y sin sospecharlo payadores como también cantores, actores, músicos, monologuistas, comediantes diversos y poetas populares, a través del disco y el gramófono colaboraron para disminuirlo en pocos años.



Para enterarse del contenido sonoro expresado en un disco, no era necesario saber leer ni escribir, por lo tanto esas máquinas fonomecánicas estimularon a jóvenes y adultos, los indujeron al aprendizaje, al campo del estudio, provocando un acercamiento a la escuela. Esto no fue privativo de nuestro país, sucedió en todo el mundo y fueron varias las empresas que a partir del año 1900 pusieron a la venta cilindros y discos con la enseñanza de idiomas.

Creo estar seguro que esta primera documentación sonora genuinamente argentina que he dedicado a los primeros payadores que se atrevieron a perpetuar su canto en «las máquinas charlatanas» servirá para que los jóvenes investigadores y estudiosos puedan acercarse más al origen del género interpretativo. Si cumple ese fin será plena mi satisfacción.

«Máquinas charlatanas» fue como rebautizó a fonógrafos y gramófonos ese fenómeno del monólogo que se llamó Eugenio Gerardo López que además, vale como dato curioso, fue el primer autor y difusor de un jingle comercial. En el año 1902 la casa Edison editó un cilindro titulado “El gaucho y el fonógrafo”. En el año 1906, repite el jingle con alguna modificación, esta vez para un disco Victor Record y se tituló “El gaucho y el gramófono”.



Por último vale la pena mencionar a algunos otros payadores: Sócrates Figoli, José Sprovieri, Arturo Mathón, Nemesio Trejo, Generoso D'Amato, Aída Reina, Pancho Cuevas, (seudónimo de Francisco Bianco, Antonio Caggiano, José Betinotti, Juan Pedro López, Miguel Figoli, Ambrosio Río, Nemesio Constantino, Ramón Vieytes, Florio Silva, Ángel Greco y Evaristo Barrios, entre muchos otros.