Por
Ricardo García Blaya

Algeri - Una grata visita: Carla Algeri

os mandó una gacetilla que, por algún motivo, nos llamó la atención. Posiblemente, su condición de mujer bandoneonista o la originalidad de las fotos o la buena redacción, o todo junto, pero la cosa es que nos pusimos en contacto con ella y le pedimos más información. La respuesta no se hizo esperar y una mañana se apareció en casa, lugar donde producimos Todo Tango, y allí comenzó una nueva historia.

Nuestra idea era publicar su trayectoria. Luego de casi tres horas, embelesados por su relato y su personalidad, decidimos que más que una semblanza por hacer había un reportaje hecho, el primero a una mujer bandoneonista, joven, bella y tan decidida como talentosa.



«Di mis primeros pasos con el tango a mis cuatro años, estudiando el piano y la guitarra, impulsada por mi padre. Es de la mano de él, con quien comienzo a asistir cada lunes de mi vida y por un largo período, a los ensayos de quien fuera luego mi maestro de piano, a la orquesta de uno de los referentes más importantes de este género, el don Osvaldo Pugliese.

«Como siempre digo, el tango ha sido mi lengua madre. En casa, cada año nuevo, a las doce de la noche, se escuchaba como un himno, los compases de “La yumba”, como símbolo de buen augurio para el año que comenzaba. Cuento siempre que cuando nací, mi padre puso en el winco de mi casa, el tango “Te quiero” en la versión de Abel Córdoba con la orquesta de Pugliese.

«A los cinco años, me encontré un día en el conservatorio de música de mi ciudad natal, Burzaco (provincia de Buenos Aires), con un bandoneonista apoyado con su pierna en un viejo bebedero de época, tocando ese emblemático instrumento que me cautivó para siempre. Desde ese día, con mis ojos grandes y mis pocos años, mi único sueño de infancia y durante mucho tiempo fue, tocar el bandoneón en un subte de París; algo que aun lo tengo pendiente, a pesar de haber visitado esa bella ciudad más de diez veces, pero nunca a tocar el bandoneón.

«Pasé toda mi adolescencia sin poder compartir el amor por mi música con ninguno de mis amigos. Sólo disfrutaba del tango con mi padre y los amigos de él. En el patio de mi casa el tango estaba presente en cada evento familiar, ya que era usual reunirse con guitarras de por medio y hacer música, cantar y bailar. Mi abuelo Sebastián, fue restaurador y músico de órganos de tubo, trabajaba en las iglesias ejecutando música académica y como barítono; y en mi familia había guitarristas y cantantes, que fueron parte de una infancia colmada de acordes populares.

«Pasada la adolescencia, en plena carrera de ingeniaría en la Universidad de La Plata, soy yo misma la que le hago una huelga al tango, como una rebeldía a un género que sentí que se extinguía, casi sin solución. Mi círculo tanguero era cada vez más pequeño y comenzaba a sentir hasta discriminación por el hecho de ejecutar en mi instrumento ese género que tanto amaba.

«Es el bandoneonista Alejandro Barletta, el que introduce el primer bandoneón en mi casa allá por 1986. Si bien tenía mucho interés por aprender a tocarlo, el asunto se demoró más de diez años. Es recién en 1998, después de desarrollarme en otra actividad profesional, que decido que era el momento para reconciliarme con la música y el tango, y lo haría de la mano de un instrumento que no tuviera historia en mi vida: el bandoneón.



«Era mi deseo que mi maestro fuera un compositor, arreglador, intérprete, director, solista y además de ello, haber tenido que ver con la música de Pugliese. Lidia, la esposa del maestro, me dio el teléfono del profesor que llenó esas expectativas, el bandoneonista Rodolfo Mederos.

«Luego de pensarlo y repensarlo, una mañana de mayo me decidí a llamarlo. Concretamos una cita para el martes siguiente a las once de la mañana, encuentro que se repitió durante tres años consecutivos sin cesar. Ese día, había comenzado la historia de Carla Algeri como bandoneonista, arregladora, directora, solista y con historia junto a los grandes del tango.

«Para desarrollarme profesionalmente transité varios caminos. Algunos llegaron a buen puerto y otros se quedaron en el intento; pero todos me dieron enseñanzas que tengo presentes a cada instante. Luego de dejar mi actividad anterior, para poder seguir costeándome los estudios de la música, con dos hijos muy pequeños bajo mis alas, colaboré con Mederos; di clases de lenguaje premusical a niños; trabajé de copista; acompañé cantantes en los lugares de tangos, algo que tuve que aprender descarnadamente.

«Cuando surge la oportunidad de filmar la película El último bandoneón, dirigida por Alejandro Saderman con música de Mederos, se presenta la necesidad de formar una orquesta y con atrevimiento le dije a Rodolfo que él debía tener su propia orquesta típica, sin siquiera darme cuenta de todo lo que significaba aquello. Y la armó. Debutamos en el Palacio San Miguel luego de finalizar el rodaje del film y grabar algunos temas para el disco.

«Trabajé un tiempo con la orquesta hasta que un día Mederos me dijo que debía pensar en mi propio camino. Yo en ese momento pensaba que me lo decía por decir, pero finalmente, me citó en el bar El Celta, en Sarmiento y Rodríguez Peña, y me dijo sin titubeos que debía dejar la formación y seguir mi camino. En ese mismo lugar, veinticinco años atrás, fui testigo de un hecho similar, en la misma mesa de la ochava, entre Osvaldo Pugliese y Arturo Penón, su primer bandoneón.

«Salí de El Celta sin trabajo, sin más experiencia que la aprendida hasta ese momento y con dos muchachitos pequeños por criar. A los pocos días, Juanjo Domínguez me invitó a grabar tres temas para los setentas años de Gardel; para mí un halago y un privilegio. Siempre le estaré agradecida. Además, recorrí las casas de tango a buscar trabajo y a acompañar cantores como podía. Tuve que aprender a tocar a la parrilla y comenzar a hacer oficio. Muchos compañeros me han ayudado a transitar este camino tan duro. Gracias otra vez a cada uno de ellos.



«Un buen día me presento en el primer certamen de orquesta de tango de la ciudad y sin siquiera imaginarme el resultado, gano —junto a mis compañeros de cuarteto— el primer premio que consistía en hacer un disco que luego, por diversas razones, se redujo a la grabación de dos temas: “Tiempos viejos”, con la voz de Eduardo Pulis, y “Sur” con Miguel Pereiro (piano) y Facundo Benavídez (contrabajo).

«Ese mismo día caminando por plaza San Martín me encuentro con una exposición de fotos donde una de ellas era un retrato mío. Hablo con quien me había fotografiado y, al otro día en persona, nos contamos la historia de aquella imagen, en el Palais de Glace.

«Él fotógrafo había obtenido un primer premio con aquella foto sacada el día del debut de la orquesta. En mi atril se veía la particella de “La alegría de encontrarte” —el primer tango que Mederos escribe para su propia formación y que me regalara para mi cumpleaños cuando aún no había orquesta—, la imagen de una mujer al pie del escenario y el concertino asomando. Había tanto de mi historia en aquella foto que hoy está en el living de mi casa.

«Hice un musical: Buenos Aires de Tango, que estuvo en cartel seis meses a sala llena. Con él, me fui a España y luego a Colombia, donde formé la primera orquesta de tango de Medellín y después, una escuela de bandoneones, una orquesta escuela de tango y una de música popular.

«En Buenos Aires, junto a mi colega Julián Hasse, armamos la presentación de Tango Patrimonio, en el tiempo record de 12 horas, para el Ministerio de Cultura y Turismo, cuyas bases recibimos dos días antes del vencimiento.

«En el 2010, y gracias al impulso de mis compañeros, formé mi propia orquesta típica que debutó en el Festival de Tango de la Ciudad, en agosto, que dirigí desde mi bandoneón, con Eduardo Pulis (canto), Sandra Arboleda (piano), Eduardo Tami (flauta), Rubén Jurado (viola) y Facundo Benavídez (contrabajo). Nuestro padrino artístico es el querido Roberto Mancini.

«Cada día de mi vida al levantarme en las mañanas sé que tengo dos certezas: mis hijos —Sebastián y Nicolás—, y la música. No me imagino levantarme a la mañana sin ellos y sin el tango».